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Tres guineas

Resumen del libro:

Virginia Woolf, una de las figuras más destacadas de la literatura modernista, es conocida por su aguda visión crítica y su estilo innovador. Nacida en 1882 en Londres, Woolf no solo fue una novelista de renombre, sino también una ensayista y activista social que exploró las complejidades de la identidad y la condición femenina en una sociedad patriarcal. Su obra “Tres Guineas” es un testimonio claro de su compromiso con la igualdad de género y la paz mundial.

“Tres Guineas” es una respuesta profunda y reflexiva a una carta en la que se le pide su opinión sobre cómo evitar la guerra. Woolf aprovecha esta solicitud para exponer la discriminación sistemática que sufren las mujeres y abogar por sus derechos a una educación igualitaria y oportunidades profesionales y sociales equivalentes a las de los hombres. Según Woolf, estos derechos son la base indispensable para la formación de un mundo integrado, racional y pacífico. Solo cuando las mujeres gocen de estas mismas oportunidades podrán contribuir de manera efectiva a la construcción de una sociedad más justa y evitar, así, los conflictos bélicos.

En “Tres Guineas”, Woolf no solo aborda la cuestión de la guerra, sino que también ofrece una radiografía implacable de la sociedad de su tiempo. Argumenta que las mujeres, relegadas a roles secundarios, no tienen las mismas posibilidades de influir en las decisiones políticas y sociales que los hombres. Este desequilibrio perpetúa una cultura de violencia y dominación. Woolf sostiene que la emancipación de la mujer y su participación equitativa en todos los ámbitos de la vida pública es esencial para lograr un mundo más pacífico y equitativo.

La vigencia de “Tres Guineas” sesenta años después de su publicación es notable. El libro sigue siendo un documento imprescindible para entender muchos de los problemas que han afectado y continúan afectando a las mujeres. Woolf ofrece un recorrido lúcido por las pasiones de una inteligencia comprometida con la igualdad y la libertad. Su análisis sigue siendo relevante porque muchos de los desafíos que ella identifica persisten en nuestra sociedad actual. La obra se destaca por su claridad, su capacidad de persuasión y su estilo literario, que combina rigor intelectual con una profunda empatía.

“Tres Guineas” no es solo un ensayo sobre la paz y la igualdad; es también un llamado a la acción. Woolf invita a sus lectoras y lectores a cuestionar las estructuras de poder y a trabajar activamente por un cambio social. Su mensaje es claro: solo a través de la educación y la participación activa de las mujeres se puede lograr una sociedad verdaderamente justa y pacífica. Este libro sigue siendo una lectura esencial para quienes buscan comprender y enfrentar las raíces de la desigualdad de género y la violencia en el mundo.

Una

Tres años es mucho tiempo para dejar una carta sin contestar, y la suya ha quedado sin respuesta durante más tiempo aún. Tenía la esperanza de que se contestara por sí misma o de que otras personas la contestaran por mí. Sin embargo, ahí está la carta con su pregunta —¿Cómo podemos, en su opinión, evitar la guerra?— sin responder aún.

Es cierto que se me han ocurrido muchas respuestas, pero ninguna que no necesitara una explicación, y las explicaciones requieren tiempo. Además, en este caso concreto hay razones por las que resulta especialmente difícil evitar los equívocos. Podría llenar una página entera con excusas y disculpas; declaraciones de incapacidad, incompetencia, falta de conocimientos y de experiencia. Y todas ellas serían verdad. Pero incluso una vez expresadas subsistirían unas dificultades tan fundamentales que quizá fuera imposible para usted comprenderlas y para nosotras explicarlas. No obstante, no me gusta dejar sin contestación una carta tan notable como la suya, una carta quizá única en la historia de la correspondencia humana, ya que, ¿cuándo se ha dado el caso de que un hombre instruido le pregunte a una mujer cómo se puede evitar la guerra en su opinión? En consecuencia, intentémoslo, aunque estemos condenadas al fracaso.

En primer lugar, tracemos lo que todos los autores de cartas trazan instintivamente: un boceto de la persona a quien se dirige la carta. Sin alguien cálido que respire al otro lado de la página, las cartas no valen nada. Así pues, usted, que formula la pregunta, tiene las sienes canosas; su cabello ya no es espeso en la coronilla. Ha alcanzado los años maduros de la vida no sin esfuerzo, ejerciendo la abogacía; pero en conjunto su singladura ha sido próspera. No hay nada adusto, mezquino o insatisfecho en su expresión. Y, sin ánimo de halagarle, su prosperidad —esposa, hijos y casa— ha sido merecida. No se ha sumido en la apatía satisfecha de la mediana edad, pues, como demuestra su carta con membrete de un despacho del centro de Londres, en vez de reposar la cabeza en la almohada, de aguijonear a sus cerdos y de podar sus perales —es propietario de unos cuantos acres de tierra en Norfolk—, escribe cartas, asiste a reuniones, preside esto y aquello y formula preguntas, con el sonido de los cañones en los oídos. Por lo demás, comenzó su educación en una de las grandes escuelas privadas y la terminó en la universidad.

Aparece ahora la primera dificultad de comunicación entre nosotros. Indiquemos rápidamente la razón. Ambos procedemos de lo que, en esta época híbrida en la que, pese a que los orígenes se mezclen, las clases siguen siendo inamovibles, es adecuado llamar la clase instruida. Cuando nos encontramos en persona hablamos con el mismo acento; utilizamos el cuchillo y el tenedor de la misma manera; esperamos que las criadas preparen la cena y laven los platos después; y durante la cena podemos hablar sin grandes dificultades de política y de gente, de la guerra y de la paz, de barbarie y de civilización, de todas las cuestiones apuntadas en su carta. Además, ambos nos ganamos la vida. Pero… estos tres puntos señalan un precipicio, un abismo tan profundo entre nosotros que durante tres años he estado sentada a un lado planteándome si vale la pena intentar hablar al otro lado. Preguntemos, pues, a otra persona; es Mary Kingsley quien habla en nuestro nombre. «No sé si alguna vez le he dicho que la posibilidad de aprender alemán es la única educación de pago que he recibido. En la educación de mi hermano se gastaron dos mil libras, y todavía espero que no fuera en vano». Mary Kingsley no habla únicamente por ella; habla en representación de muchas hijas de hombres instruidos. Y no solo habla en representación de estas; también señala un hecho muy importante acerca de ellas, un hecho que tiene una profunda influencia en lo que sigue: el Fondo para la Educación de Arthur. Usted, que ha leído Pendennis, recordará que las misteriosas letras FEA figuraban en los libros de contabilidad de la familia. Desde el siglo XIII las familias inglesas instruidas han puesto dinero en esa cuenta. Desde los Paston a los Pendennis, todas las familias instruidas desde el siglo XIII hasta el presente han ingresado dinero en esa cuenta. Es un receptáculo voraz. En los casos en que era preciso dar educación a muchos hijos varones, la familia tenía que hacer grandes esfuerzos para mantenerlo lleno. Pues la educación de usted no consistió meramente en el aprendizaje a través de los libros; los juegos cultivaron su cuerpo; los amigos le enseñaron más que los libros o los juegos. La conversación con ellos amplió sus horizontes y enriqueció su mente. En las vacaciones viajó; aprendió a apreciar el arte; adquirió conocimientos de política exterior; por otra parte, antes de que pudiera ganarse la vida, su padre le fijó una asignación que le permitió vivir mientras aprendía la profesión que le da derecho a añadir las letras KC (consejero del rey) a su apellido. Todo esto salió del Fondo para la Educación de Arthur. Y a este fondo, tal como indica Mary Kingsley, contribuyeron sus hermanas. No solo su propia educación fue a parar a él, salvo cantidades tan exiguas como las destinadas a pagar al profesor de alemán, sino también muchos de esos lujos y complementos que son, a fin de cuentas, parte de la educación, como los viajes, la vida en sociedad, la soledad y una vivienda separada de la familiar. El Fondo para la Educación de Arthur era un receptáculo voraz, un hecho sólido; un hecho tan sólido que proyectaba una sombra sobre todo el paisaje. Y el resultado es que, aunque miremos las mismas cosas, las vemos de modo diferente. ¿Qué es aquel conjunto de edificios de aspecto casi monástico, con capillas y pabellones y campos de deporte? Para usted es su antigua escuela; Eton o Harrow; su antigua universidad, Oxford o Cambridge, la fuente de innumerables recuerdos y tradiciones. Para nosotras, que lo vemos a través de la sombra del Fondo para la Educación de Arthur, es una mesa en un aula; un autobús que va a la escuela; una mujercita con la nariz roja, que tampoco ha recibido una buena educación pero que tiene una madre inválida a la que mantener; una asignación de cincuenta libras anuales con la que comprar ropa, hacer regalos y efectuar viajes al alcanzar la madurez precisa. Este es el efecto que el Fondo para la Educación de Arthur tiene en nosotras. Altera el paisaje de manera tan mágica que a menudo los nobles pabellones y patios de Oxford y Cambridge son para las hijas de los hombres instruidos como enaguas con agujeros, piernas de cordero frías y el tren que enlaza con el buque hacia el extranjero poniéndose en marcha mientras el jefe de ferrocarril les cierra la puerta en las narices.

“Tres guineas” de Virginia Woolf

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