Trenza del mar Esmeralda
Resumen del libro: "Trenza del mar Esmeralda" de Brandon Sanderson
Trenza del mar Esmeralda es una novela de fantasía que forma parte del universo del Cosmere, creado por el autor Brandon Sanderson. El libro se publicó en 2023 y fue traducido al castellano por Manuel Viciano Delibano.
La historia se centra en Trenza, una niña que vive en una isla sobre un océano verde esmeralda. Su vida es sencilla y tranquila, le gusta coleccionar las tazas que traen los marineros de tierras lejanas y escuchar las historias que le cuenta su amigo Charlie. Sin embargo, todo cambia cuando el padre de Charlie se lo lleva en barco para buscarle esposa y sucede una catástrofe que pone en peligro la isla.
Trenza decide colarse como polizona en un barco y partir en busca de la hechicera que habita en el mortífero mar de Medianoche, el único ser que puede salvar a su pueblo. En su viaje, se enfrentará a piratas, monstruos y peligrosos océanos de esporas que pueden matar con solo tocarlos. Trenza tendrá que demostrar su valentía, su ingenio y su amistad para superar los obstáculos y cumplir su misión.
El libro es una aventura divertida y cautivadora que encantará a los fans de La princesa prometida. Sanderson reflexiona sobre temas como el poder de la amistad, la importancia de los cuentos de hadas clásicos y el papel de la niña como protagonista de su propia historia.
La chica
1
En pleno océano había una chica que vivía sobre una roca.
El océano no era como el que te has imaginado.
La roca tampoco era como la que te has imaginado. La chica, en cambio, quizá fuera como la que te has imaginado, siempre que la hayas imaginado reflexiva, de hablar suave y demasiado aficionada a coleccionar tazas y vasos.
Los hombres solían describirla diciendo que tenía el cabello del color del trigo. Otros afirmaban que era del color del caramelo, o a veces de la miel. Ella se preguntaba por qué los hombres empleaban tantos símiles con la comida para describir los rasgos femeninos. En esos hombres parecía haber un apetito que convenía evitar.
A juicio de ella, «castaño claro» era suficiente descripción, aunque la característica más interesante de su pelo no era la tonalidad, sino su rebeldía. Cada mañana lo domaba heroicamente con cepillo y peine antes de amordazarlo con una cinta y una apretada trenza. Y sin embargo, algunos mechones siempre se las ingeniaban para escapar y ondeaban libres al viento, saludando emocionados a la gente con quien se cruzaba.
La chica había recibido al nacer el desafortunado nombre de Glorf —antes de que digas nada, era un nombre tradicional en su familia—, pero aquel pelo tan salvaje le había valido el nombre por el que todo el mundo la conocía: Trenza. Y en opinión de Trenza, ese mote era su rasgo más interesante.
A Trenza la habían criado para inculcarle un cierto pragmatismo irrenunciable. Se trata de un defecto muy común entre quienes viven en islas ariscas y yermas de las que nunca pueden marcharse. Que siempre te dé los buenos días el mismo paisaje de piedra negra influye en tu perspectiva vital.
La forma de la isla tenía cierto parecido al dedo encorvado de un viejo, asomando del océano para señalar hacia el horizonte. Era en su totalidad de estéril y negra piedrasal, lo bastante grande para albergar un pueblo de buen tamaño y la mansión de un duque. Aunque los lugareños llamaban «la Roca» a su isla, en los mapas figuraba como Punta de Diggen. Ya nadie recordaba quién había sido Diggen, pero seguro que espabilado debía de ser, pues había abandonado la Roca al poco tiempo de ponerle nombre y no había regresado jamás.
Muchas tardes Trenza se sentaba en el porche de casa de su familia y tomaba una infusión salada en alguna de sus tazas favoritas, mientras contemplaba el verde océano. Y sí, acabo de afirmar que el océano era verde. Además, no mojaba. Ahora llegaremos a eso.
Cuando se ponía el sol, Trenza pensaba en la gente que visitaba la Roca en barco. Tampoco era que nadie en su sano juicio pudiera considerar la Roca como un destino turístico. La piedrasal negra se deshacía y se metía por todas partes. También imposibilitaba casi todo tipo de agricultura y terminaba echando a perder la tierra de cultivo que traían de fuera. La única comida que producía la isla procedía de las cubas de compostaje.
Aunque en la Roca había varios pozos de buen tamaño que extraían agua de un profundo acuífero (con la que se abastecía a los barcos que la visitaban), la maquinaria que operaba las salinas eructaba un flujo constante de humo negro al aire.
Resumiendo, la atmósfera era lúgubre, el terreno miserable y las vistas deprimentes. Ah, y creo que no he mencionado aún las esporas mortíferas, ¿verdad?
Punta de Diggen estaba situada cerca del lunacuerdo Glauco. Los lunacuerdos, por cierto, eran los lugares donde las doce lunas del planeta de Trenza permanecían en unas órbitas geosíncronas opresivamente bajas. Eran tan grandes que ocupaban una tercera parte del cielo, y una de las doce siempre era visible, estuvieses donde estuvieses. Dominaban la visión, como si te hubiera salido una verruga en el globo ocular.
Los habitantes del planeta rezaban a las doce lunas como a dioses, lo cual no pongo en duda que es mucho más ridículo que lo que sea que veneres tú. Sin embargo, no es difícil suponer cómo debió de empezar esa superstición, teniendo en cuenta las esporas que dejaban caer las lunas sobre el planeta en forma de arena de colores.
Las esporas llegaban desde los lunacuerdos, y el Glauco era visible desde la isla a unos noventa o cien kilómetros. No era nada recomendable acercarse más que eso a los lunacuerdos, las enormes y resplandecientes lluvias de coloridas motas, brillantes y peligrosísimas. Las esporas llenaban los océanos del mundo, creando extensos mares que no eran de agua, sino de polvo alienígena. Los barcos navegaban surcando ese polvo igual que lo hacen aquí en el agua, hecho que no debería resultarte tan extraordinario. Al fin y al cabo, ¿cuántos otros planetas has visitado? A lo mejor en todos ellos se navega sobre océanos de polen y el raro es el tuyo.
Las esporas solo eran peligrosas si se mojaban. Lo cual suponía un problema bastante grave, considerando la cantidad de cosas mojadas que salen del cuerpo humano incluso estando sano. La más ínfima cantidad de agua provocaba que las esporas brotaran de golpe, y el resultado variaba entre lo incómodo y lo letal. Si inhalabas una bocanada de esporas glaucas, por ejemplo, la saliva hacía que te crecieran enredaderas desde la boca y, en los casos más interesantes, que se te metieran por los senos paranasales y te salieran rodeando los ojos.
Había dos cosas que dejaban inertes las esporas: la sal y la plata. Por eso a los habitantes de Punta de Diggen no les importaba demasiado que el agua o la comida siempre estuvieran muy saladas. Enseñaban a los niños la importante norma de que «sal y plata paran lo que mata». Una pequeña rima bastante aceptable, si eres de esos salvajes a quienes les trae sin cuidado la métrica.
En todo caso, entre las esporas, el humo y la sal, quizá resulte más fácil de entender que el rey a quien servía el duque hubiera promulgado una ley que prohibía a los habitantes de la Roca salir de ella. Sí, había puesto excusas usando categóricas expresiones militares como «personal esencial», «reabastecimiento estratégico» y «fondeadero amistoso», pero todo el mundo sabía la verdad. Era un lugar tan inhóspito que hasta la capa gris de humo lo encontraba deprimente. Los barcos visitaban la isla de vez en cuando para hacer reparaciones, dejar restos para las cubas de compostaje y recargar agua. Pero todos ellos obedecían sin excepción el decreto real: no se podía sacar de Punta de Diggen a ningún lugareño. Nunca.
Y así, Trenza se sentaba en los peldaños del porche por las tardes, viendo los barcos marcharse mientras del lunacuerdo caía una columna de esporas y el sol asomaba desde detrás de la luna en su lento descenso hacia el horizonte. Daba sorbitos a su infusión salada en una taza con caballos pintados y se decía: «Esto es hermoso, en realidad. Me gusta estar aquí. Creo que estaré bien si me quedo toda la vida».
…
Brandon Sanderson. Escritor americano, es conocido por sus novelas dedicadas a la literatura fantástica, género en el que ha logrado convertirse en uno de los autores de mayor éxito en las primeras décadas del siglo XXI. Sanderson estudió Escritura Creativa en la Universidad Brigham Young, perteneciente a la Iglesia Mormona, graduándose en 2005, el mismo año en el que publicó su primera novela, Elantris. Poco después llegaría El imperio final, primera parte de su trilogía más conocida, Nacidos de la Bruma, con la que ha logrado un gran éxito internacional.
En 2007, Sanderson fue elegido para continuar y dar final a la monumental obra de Robert Jordan, La Rueda del Tiempo, una de las series de fantasía de mayor éxito, y que quedó inconclusa tras la muerte del autor.
Sanderson también ha trabajado en el mundo de la industria de los videojuegos, escribiendo la serie de la Espada Infinita, basada en la historia y el concepto de un juego de rol del mismo nombre.
A lo largo de su carrera, Sanderson ha recibido numerosos galardones, como el John W. Campbell, el UPC, el Whitney, el Hugo o el World Fantasy Award.