Resumen del libro:
“Tráeme tu amor y otros relatos” de Charles Bukowski es una inmersión audaz en el universo literario de uno de los escritores más provocativos del siglo XX. Este libro, compuesto por tres relatos, es un testimonio crudo y sin concesiones de la vida de los estadounidenses empobrecidos, un tema recurrente en la vasta obra de Bukowski. El autor, nacido en 1920 y fallecido en 1994, se erige como un cronista incisivo de la sociedad marginada, explorando las complejas interacciones entre el trabajo, el alcohol y el sexo.
La prosa de Bukowski, caracterizada por su estilo directo y despojado, sumerge al lector en las vicisitudes de personajes que luchan por encontrar sentido y redención en un entorno desolado. Su narrativa descarnada desentraña los rincones más oscuros de la existencia, revelando la cruda realidad de aquellos que se debaten en las fauces de una sociedad de perdedores. En cada página, Bukowski no solo da voz a los marginados, sino que los eleva a protagonistas, dotándolos de una humanidad visceral y compleja.
El elemento distintivo de “Tráeme tu amor y otros relatos” radica en las ilustraciones de Robert Crumb, un icono del cómic underground. Con su maestría visual, Crumb complementa de manera magistral la narrativa de Bukowski, infundiendo las páginas con una atmósfera sórdida y visceral. Las ilustraciones de Crumb no solo adornan, sino que amplifican la experiencia de lectura, sumergiendo al lector en la crudeza de las emociones y los paisajes urbanos descritos por el autor.
Cada relato en este volumen es una ventana a la vida al margen, capturando la esencia de la lucha cotidiana, la desesperación y la búsqueda incesante de amor y significado. “Tráeme tu amor y otros relatos” es una obra que resuena con la autenticidad de la experiencia humana, presentada a través de la pluma inclemente de Bukowski y resaltada por la genialidad visual de Crumb. Una lectura que no solo despierta reflexiones profundas, sino que también deja una impresión duradera de la capacidad del arte para revelar la verdad cruda de la existencia.
Tráeme tu amor
Harry bajó por la escalera hasta el jardín. Allí estaban muchos de los pacientes. Le habían dicho que allí estaba su mujer, Gloria. La vio sentada a una mesa, sola. Se acercó a ella en diagonal, por un lado y un poco por detrás. Caminó alrededor de la mesa y se sentó frente a ella. Gloria estaba muy erguida y muy pálida. Lo miró pero no lo vio. Entonces lo vio.
—¿Eres el revisor? —preguntó.
—¿El revisor de qué?
—El revisor de la verosimilitud.
—No, no lo soy.
Estaba pálida y tenía ojos de un azul muy, muy pálido.
—¿Cómo te sientes, Gloria?
Era una mesa de hierro pintada de blanco, una mesa que duraría siglos. En el centro había un pequeño florero donde unas flores mustias, apagadas, colgaban de tallos tristes y marchitos.
—Eres un putañero, Harry. No haces más que follar putas.
—No es cierto, Gloria.
—¿También te la chupan? ¿Te chupan la polla?
—Pensaba traer a tu madre, Gloria, pero está en cama con gripe.
—Esa vieja bruja siempre está en cama con algo… ¿Eres el revisor?
Había pacientes en otras mesas o de pie contra los árboles o tendidos en el césped. Todos inmóviles y en silencio.
—¿Qué tal es aquí la comida, Gloria? ¿Tienes amigos?
—Terrible. Y no. Putañero.
—¿Quieres algo para leer? ¿Qué puedo traerte?
Gloria no respondió. Levantó la mano derecha, la miró, cerró el puño y se pegó de lleno en la nariz, con fuerza. Por encima de la mesa, Harry le sujetó las dos manos.
—¡Gloria, por favor!
Gloria se echó a llorar.
—¿Por qué no me traes bombones?
—Gloria, me dijiste que detestabas los bombones.
Por las mejillas de Gloria rodaban abundantes lágrimas.
—¡No detesto los bombones! ¡Me encantan los bombones!
—No llores, Gloria, por favor… Te traeré bombones, lo que quieras… Escucha, he alquilado una habitación en un motel a un par de calles, sólo para estar cerca de ti.
Aquellos ojos pálidos se agrandaron.
—¿Una habitación de motel? ¡Estás allí con una puta de mierda! ¡Veis juntos películas porno y hay un espejo de los que ocupan todo el techo!
—Estaré cerca un par de días, Gloria —dijo Harry con voz tranquilizadora—. Te traeré todo lo que quieras.
—Entonces tráeme tu amor —exclamó—. ¿Por qué demonios no me traes tu amor?
Algunos de los pacientes volvieron la cabeza y miraron.
—Gloria, estoy seguro de que no hay nadie que se preocupe por ti tanto como yo.
—¿Así que quieres traerme bombones? ¡Pues métetelos en el culo!
Harry sacó una tarjeta de la cartera. Una tarjeta del motel. Se la entregó a Gloria.
—Quiero darte esto antes de que me olvide. ¿Te dejan llamar al exterior? No dudes en llamarme si precisas algo.
Gloria no respondió. Cogió la tarjeta y la dobló hasta formar un pequeño cuadrado. Después se agachó, se quitó uno de los zapatos, metió la tarjeta dentro y se lo puso de nuevo.
Entonces Harry vio que el doctor Jensen se acercaba atravesando el jardín. Sonriente, el doctor Jensen se detuvo delante de ellos.
—Bueno, bueno, bueno… —dijo.
—Hola, doctor Jensen.
En las palabras de Gloria no había emoción.
—¿Puedo sentarme? —preguntó el médico.
—Por supuesto —dijo Gloria.
El médico era un hombre corpulento. Rezumaba corpulencia y responsabilidad y autoridad. Sus cejas parecían gruesas y pesadas, eran gruesas y pesadas. Querían deslizarse hacia aquella boca circular y húmeda y desaparecer, pero la vida se lo impedía.
El médico miró a Gloria. El médico miró a Harry.
—Bueno, bueno, bueno —dijo—. Estoy muy contento con el progreso que hemos hecho hasta ahora…
—Sí, doctor Jensen. Le estaba contando a Harry lo estable que me siento, lo que me han ayudado las consultas y las sesiones de grupo. Se me ha ido en gran medida aquella ira irracional, aquella frustración inútil y buena parte de aquella autocompasión tan destructiva…
Gloria, las manos cruzadas sobre el regazo, sonreía.
El médico miró a Harry con una sonrisa.
—Gloria ha tenido una notable recuperación.
—Sí —dijo Harry—, me he dado cuenta.
—Creo, Harry, que en muy poco tiempo más tendrá a Gloria con usted en casa.
—Doctor —dijo Gloria—, ¿me da un cigarrillo?
…