Resumen del libro:
Tony Takitani es un joven que ha crecido aislado, entre las burlas de los compañeros y muy solo, pues su padre, trompetista de jazz, se ausenta a menudo para tocar en giras. Buen profesional, se dedica a ilustrar portadas para revistas de automóviles o anuncios. Hasta que de pronto conoce a una chica, empleada a tiempo parcial de una editorial, a la que le gustan especialmente los vestidos.
El nombre real de Tony Takitani era, verdaderamente, Tony Takitani.
Debido a su nombre (en el registro civil figuraba, por supuesto, Tony Takitani) y a que tenía las facciones muy pronunciadas y el pelo rizado, cuando era pequeño solían tomarlo por un niño mestizo. Porque, en plena posguerra, había montones de niños por cuyas venas corría sangre de soldados norteamericanos. Sin embargo, lo cierto era que tanto su padre como su madre eran japoneses de pura cepa. Su padre se llamaba Shōzaburō Takitani y era un trombón de jazz que había disfrutado de cierta fama en la preguerra. Pero cuatro años antes de que estallara la guerra del Pacífico se metió en un lío de faldas, tuvo que abandonar Tokio y, puestos a marcharse, decidió irse a China, llevándose sólo su instrumento. En aquella época, zarpando de Nagasaki, se tardaba un día en llegar a Shanghái. No tenía nada, ni en Tokio ni en Japón, que le importara dejar atrás. Se marchó sin pesar alguno. Además, a un hombre de sus características, los encantos artísticos que ofrecía el Shanghái de aquella época parecían irle como anillo al dedo. Desde el instante en que avistó, de pie en la cubierta del barco que remontaba el río Yangtzé, las hermosas calles de Shanghái iluminadas por el sol de la mañana, se sintió fascinado por la ciudad. Aquella luz parecía traerle promesas de un futuro brillante y feliz. Tenía entonces veintiún años.
De este modo, Shōzaburō Takitani pasó los agitados tiempos de contienda, desde la guerra sino-japonesa al ataque de Pearl Harbor y al lanzamiento de las bombas atómicas, tocando despreocupadamente el trombón en los clubes nocturnos de Shanghái. La guerra se desarrollaba en un lugar que nada tenía que ver con él. En definitiva, se puede afirmar que Shōzaburō Takitani no tenía un ápice de voluntad ni de capacidad de reflexión histórica. Tocar el trombón, comer tres veces al día y disfrutar de la compañía de mujeres era todo cuanto deseaba. Era un hombre modesto, pero también arrogante. Fundamentalmente era un gran egoísta, pero solía ser muy amable y simpático con quienes le rodeaban. Por lo tanto, gustaba a la mayoría de la gente. Era joven, guapo y, encima, tocaba muy bien el trombón, así que, fuera a donde fuese, destacaba como un cuervo en un día de nieve. Se había acostado con tantas mujeres que había perdido la cuenta. Desde japonesas a chinas, pasando por rusas blancas, desde prostitutas a mujeres casadas, desde mujeres hermosas a otras que no lo eran tanto, él se acostaba con cuantas mujeres tuviera al alcance de la mano. Y así Shōzaburō Takitani se convirtió enseguida en una figura emblemática del Shanghái de la época gracias a la dulzura de su trombón y a la actividad de su enorme pene.
Otra de sus cualidades (aunque él no fuese muy consciente de ello) era la de saber entablar amistades «útiles». Estaba en excelentes términos con militares de alta graduación del ejército de tierra japonés, con ricachones chinos, aparte de con unos tipejos forrados de dinero que habían obtenido enormes beneficios económicos de la guerra por medios turbios; eran, en su mayoría, de esos que esconden una pistola bajo la chaqueta y que, al salir de un edificio, lo primero que hacen es echar una ojeada calle arriba y calle abajo. Pero Shōzaburō Takitani, curiosamente, se llevaba bien con ellos. Y ellos, a su vez, lo protegían con mimo. Si tenía algún problema, le proporcionaban los medios para solucionarlo. En aquella época, la vida sonreía a Shōzaburō Takitani.
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