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Tirante el Blanco

Tirante el Blanco - Joanot Martorell

Tirante el Blanco - Joanot Martorell

Resumen del libro:

Tirante el Blanco (Tirant lo Blanch en su título original en valenciano) es una novela caballeresca del escritor valenciano Joanot Martorell, publicada en Valencia en 1490, en pleno Siglo de Oro valenciano. Es uno de los libros más importantes de la literatura universal y obra cumbre de la literatura en valenciano.

Se trata de una obra de gran extensión, que comienza con la narración de las aventuras de Guillem de Vàroic (ya relatadas por Martorell en una obra juvenil), quien impone a Tirante en las normas de la caballería. Incluye componentes autobiográficos del mismo autor: por ejemplo, Tirante se forma en Inglaterra, donde Martorell vivió en 1438 y 1439. Combina un realismo directo y crudo con los ideales caballerescos de la época.

En contraposición con los libros de caballerías, aquí el amor es sensual en lugar de platónico: se presentan con gran expresividad las escenas eróticas o amorosas. Y en lugar de las grandes proezas y asombrosas formas de vida de otros caballeros ficticios, el autor se recrea, no sin cierto sarcasmo, en los detalles cotidianos, y en aspectos más prosaicos, a menudo con maledicencia.

Tirante el Blanco debe bastante de su popularidad moderna al hecho de ser elogiado en el capítulo 6 de la Primera Parte de Don Quijote, el escrutinio de la librería de Don Quijote. De otra forma estaría olvidado; en su época fue un fracaso editorial, al menos en Castilla.

CAPÍTULO I

Las hazañas del valeroso Conde Guillen de Varoic

En la fértil, rica y deleitosa isla de Inglaterra habitaba un caballero valentísimo, llamado el conde Guillén de Varoic, noble de linaje y hombre de grandes virtudes, quien por su gran sabiduría y gran inteligencia había servido durante mucho tiempo al arte de caballería con grandísimo honor, y su fama era conocida en todo el mundo. Era un caballero muy fuerte que en su juventud había practicado mucho el ejercicio de las armas, haciendo guerras tanto por mar como por tierra, y había llevado muchas batallas a buen fin. Había participado en siete batallas campales donde estaba presente rey o hijo de rey con más de diez mil combatientes y había entrado en cinco lizas de campo cerrado y en todas había obtenido gloriosa victoria.

Hallándose el virtuoso conde en edad avanzada de cincuenta y cinco años y movido por inspiración divina, se propuso abandonar las armas e ir en peregrinación a Jerusalén, donde todo cristiano tiene que ir, si le es posible, para hacer penitencia. Así pues, con dolor de contrición por las muchas muertes que en su juventud había causado, el conde se decidió a peregrinar.

Una noche manifestó a su mujer, la condesa, su partida y, aunque ésta se lo tomó con mucha impaciencia, a pesar de que era muy virtuosa y discreta y de que sentía por él un gran amor, se mostró muy contrariada a causa de su condición femenina.

Por la mañana, el conde mandó venir ante él a todos sus servidores, tanto hombres como mujeres y les habló:

—Hijos míos y fidelísimos servidores, a la divina Majestad le place que yo tenga que partir. Mi vuelta es incierta y el viaje, de grandísimo peligro. Por eso quiero satisfacer ahora a cada uno de vosotros el buen servicio que me ha dispensado.

Entonces hizo sacar una gran caja de monedas y a cada uno de ellos le dio mucho más de lo que le debía, de forma que todos quedaron muy contentos. Después, aunque tenía un hijo de muy corta edad, hizo donación a la condesa de todo el condado.

El conde había mandado hacer un anillo de oro con sus armas y las de la condesa, anillo que había sido elaborado con tal artificio que se podía partir por la mitad, de forma que cada parte resultaba un anillo completo con la mitad de las armas de cada uno y, cuando se unía, se podían ver en él ambas armas.

Habiendo resuelto todo lo que se había propuesto, se dirigió a la virtuosa condesa y, con cara muy afable, comenzó a decirle las siguientes palabras:

—Por experiencia conozco vuestro verdadero amor y vuestra afable condición, esposa y señora mía, y este hecho me hace sentir mayor dolor, ya que yo os amo a causa de vuestra gran virtud. Grandísimos son la pena y el dolor que siente mi alma cuando piensa en vuestra ausencia. Pero la gran esperanza que tengo me da consuelo, porque estoy seguro de que tomaréis mi partida con amor y paciencia. Si Dios quiere, mi viaje acabará pronto gracias a vuestras oraciones y así aumentará vuestra alegría. Os dejo, señora, todo lo que tengo y os ruego que cuidéis de nuestro hijo, de los servidores, de los vasallos y de la casa. Os doy una parte del anillo que he mandado hacer; os ruego que lo tengáis como si se tratase de mi persona y que lo guardéis hasta mi vuelta.

—¡Oh, tristeza! —dijo la dolorida condesa—. ¿Partiréis sin mí? Por lo menos permitidme que vaya con vos para que os pueda servir, ya que prefiero la muerte que vivir sin vuestra señoría; y si no lo consentís, el día que muera no sentiré mayor dolor que el que ahora siento. Decidme, señor, ¿es ésta la alegría y el consuelo que yo esperaba de vos? ¿Éste es el consuelo de amor y de fe conyugal que yo tenía en vos? ¡Ah, miserable de mí! ¿Dónde está la grandísima esperanza que yo tenía de que compartiríais conmigo el final de mi vida? ¡Oh, triste de mí, que veo perdida toda mi esperanza! ¡Que venga la muerte, pues ya nada me puede valer! ¡Que vengan truenos y relámpagos y una gran tempestad para que mi señor no pueda partir de mí!

Tirante el Blanco – Joanot Martorell

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