Tiempos críticos
Resumen del libro: "Tiempos críticos" de George Orwell
George Orwell, reconocido por su aguda crítica social y política, nos ofrece en “Tiempos críticos” una selección de sus artículos y ensayos enfocados en las artes y la literatura. A través de estos escritos, Orwell no solo analiza las obras de figuras prominentes como Dickens, Henry Miller, Shakespeare, Tolstói o Salvador Dalí, sino que también examina expresiones artísticas aparentemente menores, como las tarjetas postales o los semanarios dirigidos a los niños de su época.
La mirada de Orwell es siempre fresca y directa, brindando interpretaciones que sirven como una excelente introducción a cada tema tratado. Incluso para los lectores más versados en estas materias, sus análisis pueden resultar sorprendentes. En esta recopilación, los seguidores de Orwell encontrarán su inconfundible tono de voz, que se hace presente en inéditos nunca antes publicados en español. Entre ellos, destacan la reseña del Premio Nobel W. B. Yeats, cuya imaginación Orwell no duda en calificar como “fascista”, y otra dedicada a nada menos que Mein Kampf, donde realiza un agudo diagnóstico de Hitler que sigue siendo relevante para los tiranos de hoy.
“Tiempos críticos” se presenta como una antología que complementa perfectamente la obra anterior de Orwell, “Opresión y resistencia”, centrada en el comentario político. En este nuevo volumen, el autor nos invita a reflexionar sobre la intersección entre el arte, la literatura y la política, ofreciendo una perspectiva única y penetrante que sigue siendo relevante en la contemporaneidad.
En defensa de la novela New English Weekly, 12 y 19 de noviembre de 1936
A estas alturas, apenas será necesario señalar que el prestigio de la novela está completamente por los suelos, a tal extremo que la observación de que «nunca leo novelas», que hace una docena de años se pronunciaba por lo común con un deje de disculpa, ahora se proclama siempre con un tono de suficiencia manifiesta. Es cierto que todavía quedan en activo unos cuantos novelistas contemporáneos, o más o menos contemporáneos, a los que la intelectualidad considera permisible leer, pero lo que cuenta es que de la buena novela mala al uso suele hacerse caso omiso, mientras que los buenos libros malos al uso, sean de poesía o de crítica, aún se suelen tomar en serio. Esto significa que, si uno escribe novelas, automáticamente dispone de un público menos inteligente que aquel del que dispondría si hubiera elegido otro género. Son dos las razones, bastante obvias por otra parte, por las que esto imposibilita en la actualidad que se escriban novelas buenas. A día de hoy, la novela se deteriora a ojos vista, y se deterioraría mucho más deprisa si la mayoría de los novelistas tuvieran una cierta idea de quiénes leen sus libros. Es fácil sostener, cómo no (véase, por ejemplo, el extrañísimo y rencoroso ensayo de Belloc), que la novela es un género artístico despreciable y que su destino no tiene la menor importancia. Dudo que valga la pena poner siquiera en tela de juicio esa opinión. Sea como fuere, doy por sentado que vale la pena con creces salvar la novela, y que con la finalidad de salvarla es preciso convencer a las personas inteligentes de que se la tomen con la debida seriedad. Es por consiguiente útil analizar una de las múltiples causas —a mi juicio, la causa principal— de este desprestigio que vive hoy la novela.
El problema está en que a la novela se la condena a gritos a no existir. Pregúntesele a cualquier persona con dos dedos de frente por qué «nunca lee novelas», y por lo común se descubrirá que, en el fondo, se debe a las nauseabundas paparruchas promocionales que se escriben en las cubiertas y contracubiertas. No hace falta poner demasiados ejemplos; basta tomar una muestra del Sunday Times de la semana pasada: «Si usted es capaz de leer este libro sin dar alaridos de placer, es que su alma está muerta». Eso mismo, o algo muy parecido, es lo que ahora se escribe acerca de todas y cada una de las novelas que se publican, como bien se puede comprobar mediante un estudio de las citas que llevan en la cubierta o en la contracubierta. Para todo el que se tome en serio lo que dice el Sunday Times, la vida debe de ser una larguísima y muy dura lucha para estar al día. Nos bombardean con novelas nuevas a razón de unas quince al día, y cada una de ellas es una inolvidable obra maestra; perdérnosla es poner en peligro nuestra alma. Así pues, decidirse por un libro en la biblioteca se vuelve muy difícil, y uno se sentirá muy culpable si no le provoca alaridos de placer. En realidad, a nadie que se precie se le engaña con este tipo de bobadas, y el desprestigio en que ha caído la reseña de novelas se extiende a las novelas mismas. Cuando todas las novelas que se publican son presentadas como obras geniales, es más que natural dar por sentado que todas ellas son paparruchas. En el seno de la intelectualidad literaria, esta suposición se da por sentada. Reconocer que a uno le gustan las novelas es hoy en día casi lo mismo que admitir que a uno le encanta el helado de coco o que prefiere leer a Rupert Brooke antes que a Gerald Manley Hopkins.
Todo esto es obvio. No me lo parece tanto, en cambio, el modo en que se ha llegado a la situación en que nos encontramos. El robo a mano armada que suponen los libros es sencillamente una estafa de lo más cínica. Z escribe un libro que publica Y y que X reseña en el Semanario W. Si la reseña es negativa, Y retirará el anuncio que ha incluido, por lo cual X tiene que calificar la novela de «obra maestra inolvidable» si no quiere que lo despidan. En esencia, esta es la situación, y la reseña de novelas, o la crítica de novelas, si se quiere, se ha hundido a la profundidad a la que hoy se encuentra sobre todo porque los críticos sin excepción tienen a un editor o a varios apretándoles las tuercas por persona interpuesta. Ahora bien, la cosa no es tan tosca como parece. Las diversas partes implicadas en la estafa no actúan conscientemente al unísono, y se han visto obligadas a participar de la situación actual en parte en contra de su voluntad.
Para empezar, no se debe dar por hecho, como se hace a menudo (véanse, por ejemplo, las columnas de Beachcomber, passim), que el novelista disfrute e incluso sea en cierto modo responsable de las críticas que reciben sus novelas. A nadie le gusta que le digan que ha escrito un relato de pasión palpitante que está llamado a perdurar mientras exista la lengua inglesa, aun cuando ciertamente sea una decepción que no se lo digan, ya que a todos los novelistas se les dice lo mismo, y verse privado de tales alabanzas posiblemente signifique que sus libros no se vendan nada bien. El reseñador que trabaja a destajo es de hecho una suerte de necesidad comercial, como lo es la cita incluida en la sobrecubierta del libro, de la cual termina por ser una mera prolongación. Pero ni siquiera el desdichado destajista de las reseñas ha de cargar con culpa alguna por las tonterías que escribe. En sus circunstancias particulares, es imposible que escriba ninguna otra cosa. Y es que, aun cuando no mediara la cuestión del soborno, directo o indirecto, sería imposible que hubiera buena crítica de novelas, al menos mientras se dé por sentado que toda novela bien merece una reseña.
Un periódico recibe la consabida pila semanal de libros, de los que remite una docena a X, el reseñador a destajo, que tiene esposa e hijos y tiene que ganarse esa guinea, por no hablar de la media corona por volumen que conseguirá vendiéndole a un librero de segunda mano sus ejemplares de cortesía. Hay dos razones por las cuales a X le resulta totalmente imposible decir la verdad acerca del libro que recibe. Para empezar, lo más probable es que once de cada doce libros no consigan prender en él ni la más mínima chispa de interés. No serán más que consabidamente malos, meramente neutros, inertes, sin demasiado sentido. Si no se le pagase por hacerlo, jamás leería ni un solo párrafo de esos libros, y prácticamente en todos los casos la única reseña verdadera y fiel a la realidad que podría escribir sería más bien esta: «Este libro no me inspira pensamientos de ninguna clase». ¿Le pagaría alguien por escribir una cosa así? Obviamente, no. De entrada, por tanto, X se encuentra en la falsa posición de tener que escribir, digamos, trescientas palabras acerca de un libro que para él no ha significado nada. Por lo común, lo hace mediante un breve resumen de la trama (lo cual, a la sazón, le delata ante el autor; pone de manifiesto que no ha leído el libro) y unos cuantos halagos de cortesía, que a pesar de su empalago o exageración tienen el mismo valor que la sonrisa de una prostituta.
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George Orwell. Seudónimo de Eric Arthur Blair, fue un destacado escritor y periodista británico nacido en la India en 1903. Su obra se caracteriza por la denuncia de los peligros del totalitarismo y su defensa del socialismo democrático. Entre sus obras más reconocidas se encuentran las novelas distópicas "Rebelión en la granja" (1945) y "1984" (1949), las cuales han dejado una profunda huella en la cultura popular y el lenguaje político.
La vida de Orwell estuvo marcada por diversas experiencias que influyeron en su escritura. Hijo de un funcionario colonial británico y una mujer de ascendencia francesa, Orwell creció en un entorno multicultural. Aunque no pudo acceder a la universidad debido a limitaciones económicas, estudió en el prestigioso colegio Eton. Posteriormente, trabajó como oficial de la Policía Imperial Inglesa en Birmania, donde experimentó las injusticias del imperialismo, experiencia que le inspiró su primera novela, "Días en Birmania" (1934).
Después de renunciar a su cargo, Orwell vivió en París y Londres, donde experimentó la pobreza y entró en contacto con los marginados sociales. Estas vivencias se reflejan en su segunda novela, "Sin blanca en París y en Londres" (1933), la cual firmó con su seudónimo. Además, publicó ensayos sobre temas sociales y literarios, como "La hija del clérigo" (1935), "Que no muera la aspidistra" (1936) y "El camino a Wigan Pier" (1937).
En 1936, Orwell contrajo matrimonio con Eileen O'Shaughnessy, una profesora y escritora con quien compartió ideales socialistas. Ese mismo año, viajó a España para unirse a la Guerra Civil como voluntario en el bando republicano. Enfrentó persecución por parte de los comunistas estalinistas al unirse al Partido Obrero de Unificación Marxista (POUM), una organización trotskista. Las experiencias vividas durante la guerra y su herida en el frente de Aragón le hicieron perder la fe en el comunismo soviético, lo que motivó la escritura de "Homenaje a Cataluña" (1938), un testimonio sobre el conflicto español.
Durante la Segunda Guerra Mundial, Orwell trabajó como periodista para la BBC y colaboró con diversos periódicos. Además, formó parte de la Home Guard, una milicia civil encargada de la defensa del territorio británico. Durante esta época, escribió ensayos destacados como "El león y el unicornio" (1941), "La política y el idioma inglés" (1946) y "Por qué escribo" (1946).
En 1944, Orwell finalizó su novela "Rebelión en la granja", una fábula alegórica sobre la Revolución Rusa y el estalinismo protagonizada por animales que se sublevan contra sus dueños humanos. Aunque rechazada inicialmente por su contenido político, la obra se publicó en 1945 con gran éxito de crítica y público, convirtiéndose en un clásico de la literatura antiutópica y siendo adaptada al cine y al teatro.
En 1945, Orwell sufrió la pérdida de su esposa Eileen durante una operación quirúrgica. Al año siguiente, adoptó a un niño llamado Richard Horatio Blair. En 1947, se trasladó a la isla escocesa de Jura, donde comenzó a escribir su última novela, "1984", mientras lidiaba con una enfermedad pulmonar grave. La obra, publicada en 1949, tuvo un impacto cultural sin precedentes. "1984" presenta una visión sombría del futuro en un mundo dominado por tres superpotencias que ejercen un control totalitario mediante la vigilancia, la propaganda, la manipulación del lenguaje y la represión de los sentimientos.
En 1949, Orwell contrajo matrimonio por segunda vez con Sonia Brownell, una editora y escritora. Sin embargo, su salud se deterioró rápidamente y falleció el 21 de enero de 1950 en Londres, a los 46 años de edad. Orwell fue sepultado en el cementerio de Sutton Courtenay, en Oxfordshire, bajo una sencilla lápida que lleva su nombre real.
George Orwell es considerado uno de los escritores más influyentes y originales del siglo XX. Su obra combina la crítica social, la sátira, el humor y la lucidez política. Su estilo es claro, directo y honesto. Sus novelas y ensayos han sido traducidos a numerosos idiomas y han inspirado a generaciones de lectores y escritores. Su legado sigue siendo relevante en la actualidad, especialmente en tiempos de crisis y amenazas a la libertad y la democracia.