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Thaïs, la cortesana de Alejandría

Thaïs, la cortesana de Alejandría - Anatole France

Thaïs, la cortesana de Alejandría - Anatole France

Resumen del libro:

En estas páginas, asistimos a la obsesión de Pafnucio, un eremita de los de cilicio y cogulla, que ha llegado a la cima del éxtasis haciendo que su alma viaje por los círculos del desierto. En Alejandría, el asceta descubre un objetivo supremo: la salvación de Thaïs, una bella libertina a quien conoció hace largo tiempo. La paradójica conversión de ambos personajes va componiendo el meollo de este libro en el que sensualidad y misticismo se atraviesan felizmente.

I – El loto

En aquel tiempo, el desierto estaba poblado de anacoretas. En ambas orillas del Nilo, innumerables cabañas, construidas con ramaje y arcilla por los solitarios, se alzaban a cierta distancia unas de otras, de modo que sus ocupantes vivieran aislados, pero en condiciones de ayudarse mutuamente si hubiese necesidad. Asomaban de trecho en trecho, por encima de las cabañas, iglesias coronadas con el sino de la cruz, y a ellas se dirigían los monjes los días festivos para asistir a la celebración de los misterios y participar en los sacramentos. También había en la orilla del río casas, donde los cenobitas, recluido cada uno en estrecha celda, saboreaban mejor la soledad.

Anacoretas y cenobitas vivían en la abstinencia; sólo tomaban alimento después de la puesta del sol, y consistía en pan, algunas hierbas y un polvo de sal. Los había que, lanzados en los arenales, buscaban resguardo en una caverna o en una tumba, sometidos a una disciplina más rigurosa.

Todos eran sobrios y castos; llevaban el cilicio y la cogulla, dormían en el suelo después de mucho velar, decían sus oraciones, cantaban los salmos y, para decirlo de una vez, realizaban diariamente obras extraordinarias de penitencia. En atención al pecado original, negaban a sus cuerpos no solamente los placeres y las satisfacciones, sino incluso los cuidados que pasan por indispensables conforme a las idea del siglo. Estimaban que las dolencias de nuestros miembros sanean nuestras almas, y que la carne no es digna de recibir adornos más gloriosos que las úlceras y las llagas De este modo se atendían las palabras de los profetas, que dijeron «El desierto se cubrirá de flores».

Entre los moradores de aquella santa Tebaida, unos consagraban su días al ascetismo y la contemplación, otros tejían la fibra de la palmas para procurarse la subsistencia o trabajaban como jornalero de los cultivadores vecinos en la época de la recolección. Los gentiles sospechaban falsamente que algunos vivían del bandolerismo y d unirse con los árabes nómadas que robaban las caravanas. Pero, e verdad, aquellos monjes despreciaban las riquezas, y el olor de su virtudes subía hasta el cielo.

Ángeles de apariencia juvenil apoyados en una cayada, iban como viajeros a visitar las ermita; mientras, los demonios, disfrazada con figura de etíopes o de animales erraban en torno a los solitarios con el propósito de inducirlos a la tentación. Cuando los monjes iba a la fuente por la mañana para Iknar su cántaro, veían impresos en la arena los pasos de sátiros y de centauros.

Considerada desde su aspecto verdadero y espiritual, la Tebaida en un campo de batalla donde se libraban a todas horas, y especialmente de noche, los maravillosos combates del cielo y del infierno.

Los ascetas, furiosamente asaltados por legiones de condenados; se defendían, con la ayuda de Dios y de los ángeles, por medio del ayuno, de la penitencia y de las maceraciones. A veces, el aguijón de los deseos carnales los atormentaba tan cruelmente, que aullaban doloridos, y a sus lamentaciones respondían, bajo el cielo estrellado, los maullidos de las hienas hambrientas. Entonces era cuando los demonios se les presentaban en formas atractivas.

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