Libro 23 - Tarzán

Tarzán y el loco

Resumen del libro: "Tarzán y el loco" de

“Tarzán y el loco”, escrito por Edgar Rice Burroughs, nos transporta nuevamente a las profundidades de la jungla, donde el eco de los tambores anuncia que Tarzán, el legendario hombre mono, ha caído en desgracia. Los rumores lo acusan de cometer atrocidades: la esclavización de mujeres y el secuestro de Sandra Pickerall, hija de un millonario inglés. Estos crímenes, ajenos al verdadero Tarzán, siembran el caos en su reputación y obligan a nuestro héroe a desentrañar una confusa red de mentiras, traiciones y, sobre todo, a desmentir la existencia de un falso Tarzán que se ha declarado a sí mismo un dios entre las tribus locales.

Burroughs, fiel a su estilo, combina elementos de aventuras salvajes con la intriga de una novela de misterio, haciendo que los lectores duden de la verdadera identidad del antagonista hasta bien avanzada la historia. La trama avanza rápidamente, envolviendo al lector en la constante tensión de la selva, donde Tarzán debe recuperar su honor y, a la vez, rescatar a Sandra antes de que sea demasiado tarde. La figura del impostor añade un nivel psicológico que desafía no solo la percepción de los personajes dentro del libro, sino también la del propio lector.

El contraste entre la nobleza innata de Tarzán y el salvajismo descontrolado de su impostor crea una reflexión sobre la naturaleza humana, destacando cómo el poder y el miedo pueden corromper a las personas. Además, Burroughs ofrece una visión crítica sobre la colonización y los dioses falsos creados por los hombres para controlar a los demás, temas que se vislumbran entre las líneas de esta novela.

Edgar Rice Burroughs, famoso por la creación del universo de Tarzán, es uno de los grandes pioneros de la literatura pulp y de aventuras. Su habilidad para conjugar exotismo, acción desenfrenada y personajes icónicos lo ha elevado a un estatus de culto en la literatura popular. En “Tarzán y el loco”, Burroughs no solo mantiene ese legado, sino que introduce una capa más oscura y ambigua que reta la imagen clásica de su héroe, añadiendo una nueva profundidad a su mitología.

En resumen, “Tarzán y el loco” es una aventura vibrante y compleja que va más allá de la simple acción. Es una novela que explora los peligros de la idolatría, las máscaras de poder y el eterno dilema de la identidad.

Libro Impreso

I

Amigos o enemigos

El hombre tiene cinco sentidos, algunos de los cuales están más o menos desarrollados, y otros más o menos atrofiados. Las bestias poseen estos mismos sentidos, y siempre uno y a veces dos de ellos están desarrollados hasta un punto que el hombre civilizado no puede concebir. Estos dos sentidos son el del olfato y el del oído. La vista de las aves es fenomenal, pero la de muchas bestias resulta escasa. Su perro invariablemente comprueba lo que ven sus ojos acercándose a usted y oliéndole. Sabe que sus ojos podrían engañarle, pero su olfato, jamás.

Y las bestias al parecer poseen otro sentido, desconocido para el hombre. Nadie sabe lo que es, pero muchos hemos visto demostraciones de ello en un momento u otro a lo largo de nuestra vida: de pronto a un perro se le eriza el pelo y se pone gruñir por la noche, mirando intensamente con ojos relucientes y temerosos algo que usted no ve. Hay quien sostiene que los perros pueden ver espíritus desencarnados, o al menos percibir su presencia.

Tarzán de los Monos poseía los cinco sentidos que comparten los hombres y las bestias, y todos los tenía mucho más desarrollados que un hombre corriente. Además, estaba dotado de ese otro extraño sentido del que he hablado. No se podía definir. Incluso es posible que él no fuera consciente de que lo poseía. Pero ahora, mientras avanzaba con cautela por un sendero de la jungla, tuvo el presentimiento de que le estaban siguiendo: el cazador estaba siendo cazado. Ninguno de sus sentidos objetivos verificó la conclusión, pero el hombre mono no podía quitarse de encima esta convicción.

Así que entonces avanzó todavía con más cautela, pues el instinto de precaución que posee la bestia salvaje le advirtió de que no hiciera caso omiso del presagio. No era el miedo lo que le impulsaba, pues él no conocía el miedo como usted o como yo. Él no temía a la muerte, con la que se había visto cara a cara tan a menudo. Simplemente, lo que de un modo más o menos inconsciente le hacía actuar era la primera ley de la Naturaleza: la autoconservación. Igual que el perro que percibe la presencia de un fantasma por la noche, él sentía que fuera lo que fuere aquello que había afectado a su consciencia era mucho más maligno que beneficioso.

Tarzán tenía muchos enemigos. Estaban sus enemigos naturales, como Numa, el león, y Sheeta, la pantera. Estos los había tenido siempre, desde el día en que nació en la solitaria cabaña de la lejana Costa Oeste. Había aprendido de ellos incluso mientras chupaba el peludo pecho de su madre adoptiva: Kala, la gran simia. Había aprendido a evitarlos, pero nunca a temerlos; y había aprendido a molestarlos y fastidiarlos.

Pero sus peores enemigos eran los hombres —hombres a los que tenía que castigar por sus transgresiones— nativos africanos y hombres blancos, gomangani y tarmangani en el lenguaje de su gente fiera y peluda.

Admiraba a Numa y a Sheeta: su mundo habría sido desolado sin ellos; pero por los hombres que eran sus enemigos solo sentía desprecio. No les odiaba. El odio era algo que ellos albergaban en su pequeño y pervertido cerebro. No era para el Señor de la Jungla.

Nada que se salga de lo corriente puede pasar inadvertido o no ser investigado por la bestia salvaje que sobrevivirá; y por eso Tarzán se subió a los árboles y volvió sobre sus pasos, siguiendo el impulso de suponer de forma natural que si le estaban acechando, el acechador le había estado siguiendo por detrás.

A medida que iba saltando de árbol en árbol a favor del viento, siguiendo la terraza media donde las ramas más bajas le ocultarían mejor a los ojos del enemigo que estaba en el suelo, se dio cuenta de que la dirección del viento transportaría el rastro de olor que él desprendía y que debía depender por entero de sus oídos para tener la primera información de la presencia de un enemigo. Empezó a sentirse un poco tonto cuando los ruidos corrientes de la jungla se quebraban por cualquier otro que pudiera sugerir una amenaza para él. Empezó a compararse con Wappi, el antílope, que es receloso y temeroso de todo. Y al fin estuvo en el punto en el que su aguzado oído detectó un ruido que no era de la primitiva jungla. Era el tintineo que produce el metal cuando choca con otro metal, y le llegó débilmente de lejos.

Ahora su avance tenía una finalidad y un destino, y se movía con más rapidez aunque en silencio en la dirección de donde le había llegado el sonido. Este que había oído indicaba que se trataba de hombres, pues los habitantes salvajes de la jungla no hacen chocar metal contra metal. En ese momento oyó otros sonidos, los pasos ahogados de pies enfundados en botas, una tos y luego, muy débilmente, voces.

Entonces gjró a la izquierda y dio un amplio rodeo para dar la vuelta a su presa y acercarse a ella por detrás y de cara al viento, con el fin de poder determinar su fuerza y composición antes de arriesgarse a que le vieran. Bordeó un claro que había junto a un río y después llegó a una posición a la que Usha, el viento, llevó el rastro de olor de un grupo de negros y blancos. Tarzán calculó que habría unos veinte o treinta hombres, entre los cuales no habría más de dos o tres blancos.

Cuando estuvieron al alcance de su vista, ya habían llegado al claro junto al río y se estaban preparando para montar el campamento. Había dos hombres blancos y una veintena, o más, de negros. Podría tratarse de un inofensivo grupo de caza, pero la premonición de Tarzán le hizo permanecer alerta. Oculto en el follaje de un árbol, observaba. Más tarde, cuando fuera oscuro, se acercaría más y escucharía, pues no podía hacer caso omiso de lo que su extraño sentido le había advertido.

Después llegó a sus oídos otro ruido, procedente del río: el chapoteo de unos remos en el agua. Tarzán se acomodó para aguardar. Tal vez venían nativos amistosos, tal vez hostiles; porque en aquella parte de la jungla aún había tribus salvajes.

Los hombres que estaban abajo no daban muestras de ser conscientes de que se aproximaban las canoas, cuyo ruido era evidente para el hombre mono. Incluso cuando hubo cuatro canoas al alcance de la vista en el río, los hombres del campamento no las vieron. Tarzán se preguntó cómo lograban sobrevivir aquellas estúpidas criaturas. Nunca esperaba nada mejor de los hombres blancos, pero le parecía que los nativos tenían que haberse dado cuenta hacía rato de que se aproximaban extraños.

Tarzán vio que había dos hombres blancos en la canoa que iba a la cabeza, e incluso de lejos percibió algo familiar en una de ellas. Entonces uno de los negros del campamento se percató de la presencia de los recién llegados y se puso a gritar para llamar la atención de sus compañeros. Al mismo tiempo los ocupantes de la canoa que iba a la cabeza vieron el grupo que se encontraba en la playa y, cambiando de dirección, condujeron a las demás hacia el campamento. Los dos hombres blancos, acompañados por algunos askaris, bajaron a recibirles; y luego, tras una conversación que Tarzán no pudo oír, las cuatro canoas fueron arrastradas a la orilla y los recién llegados se prepararon para montar un campamento al lado del otro grupo.

“Tarzán y el loco” de Edgar Rice Burroughs

Edgar Rice Burroughs. El renombrado escritor estadounidense del género fantástico, es reconocido principalmente por sus cautivadoras series de historias de Barsoom, Pellucidar, Venus y, sobre todo, Tarzán. Nacido el 1 de septiembre de 1875 en Chicago, su vida estuvo impregnada de aventura, fracaso y éxito.

Burroughs, cuarto hijo de un empresario y veterano de la Guerra Civil estadounidense, pasó por varias escuelas locales y academias militares, aunque no logró ingresar a West Point. En cambio, se unió al ejército y sirvió en el séptimo regimiento de caballería en Arizona, donde se familiarizó con el escenario que más tarde daría vida a sus relatos del Oeste. Sin embargo, debido a problemas cardíacos, fue dado de baja y se embarcó en diversos trabajos sin mucho éxito, como comerciante, minero, vaquero y policía.

En 1900, contrajo matrimonio con Emma Hulbert, su novia de la infancia, y juntos tuvieron tres hijos: Joan, Hulbert y John Coleman. En 1911, mientras trabajaba como vendedor de sacapuntas, Burroughs comenzó a escribir ficción por diversión y necesidad económica. Inspirado por las populares revistas de aventuras que leía, decidió probar suerte como autor. Así nació su primera obra, "Bajo las lunas de Marte" (1912), que inauguró la serie de Barsoom, protagonizada por John Carter, un soldado que viaja a Marte y vive inimaginables peripecias.

El éxito de esta historia lo animó a seguir escribiendo y a crear otros personajes y mundos fantásticos. Entre ellos, destaca el icónico Tarzán, el hombre mono (1912), que dio origen a una saga de más de veinte libros sobre el rey de la selva. Tarzán se convirtió en un ícono cultural que trascendió la literatura y se adaptó al cine, la televisión, el cómic y el merchandising. Con su riqueza, Burroughs adquirió un rancho en California al que bautizó como Tarzana, nombre que posteriormente daría lugar a la ciudad que se desarrolló en sus alrededores.

Además de Tarzán, Burroughs escribió otras series notables, como la de Pellucidar, ambientada en el interior hueco de la Tierra, la de Venus, con Carson Napier como héroe, y la trilogía de Caspak, situada en una isla perdida donde conviven diferentes etapas de la evolución humana. También incursionó en novelas históricas, policíacas y humorísticas. En total, publicó más de ochenta libros que lo consagraron como uno de los escritores más populares e influyentes del siglo XX.

En 1934, Burroughs se divorció de Emma y contrajo matrimonio con Florence Gilbert en 1935, aunque se separaron en 1941. Durante la Segunda Guerra Mundial, se convirtió en el escritor más longevo en desempeñarse como corresponsal de guerra. Tras el conflicto, se estableció definitivamente en su rancho de Tarzana, donde falleció a los 74 años debido a un ataque al corazón. Su descanso eterno se encuentra bajo un árbol, junto a una placa conmemorativa que dice: "Edgar Rice Burroughs: creador de Tarzán".