Resumen del libro:
Dominado por la pasión del teatro, Molière fue actor, empresario y autor. En doce años de compañía itinerante, Molière aprende su oficio. El contacto directo con el público le enseña sus gustos; agradarle es su regla de oro. “Tartufo” es quizá su obra más popular. La figura del hipócrita está delineada con tal perfección que se ha convertido en un arquetipo literario, que despierta frecuentes resquemores entre quienes, en distintas épocas y lugares, se han dado por aludidos.
PERSONAJES
LA SEÑORA PERNELLE, madre de Orgon. ORGON, esposo de Elmira.
ELMIRA, mujer de Orgon.
DAMIS, hijo de Orgon.
MARIANA, hija de Orgon y amante de Valerio. VALERIO, amante de Mariana.
CLEANTO, cuñado de Orgon.
TARTUFO, falso devoto.
DORINA, sirvienta de Mariana.
LEAL, alguacil.
UN EXENTO.
FLIPOTA, sirvienta de la señora Pernelle,
La acción transcurre en París.
ACTO PRIMERO
ESCENA PRIMERA
PERNELLE, su sirvienta FLIPOTA, ELMIRA, MARIANA, DORINA, DAMIS, CLEANTO
PERNELLE:
-Vamos, Flipota, vamos que quiero librarme de ellos.
ELMIRA:
-Camináis a tal paso que cuesta trabajo seguiros.
PERNELLE:
-Dejad, nuera, dejad y no me acompañéis más allá; que no he menester tanta ceremonia.
ELMIRA:
-Justo es cumplir con lo que os es debido. Pero ¿por qué os marcháis tan presto, madre mía?
PERNELLE:
-Hallo insoportable ver cómo se gobierna esta casa, donde nadie se cuida de complacerme. Muy poco edificada salgo de aquí. Todas mis pláticas han sido desoídas; no se respeta nada; todos hablan a gritos; esto parece la corte del rey Pétaut.
DORINA: -No obstante…
PERNELLE:
-Sois, amiga mía, una sirvienta un tanto deslenguada y asaz impertinente, amiga de entrometeros a dar vuestro consejo en todo.
DAMIS: -Pero…
PERNELLE:
-Vos, hijo mío, sois un tonto listo y raso. Os lo digo yo, que soy vuestra abuela. Cien veces he predicho a mi hijo y padre vuestro, que tenéis toda la traza de un pícaro y no le daréis sino sinsabores.
MARIANA: -Yo creo…
PERNELLE:
-Mucho os gusta hacer la discreta, nieta mía. Tan melosa parecéis que empalagáis. Pero bien se dice que no conviene fiar del agua mansa, y tenéis, para vuestro sayo, unas inclinaciones que aborrezco.
ELMIRA:
-Sin embargo, madre mía…
PERNELLE:
-No os molestéis en argumentos, nuera; vuestra conducta es mala en todo. Debierais dar ejemplo a estos jóvenes, según lo hacía, y mucho mejor que vos, su difunta madre. Sois manirrota, hija, y me hiere veros vestida como una princesa. La que quiere agradar sólo a su marido no necesita de tanto aderezo.
CLEANTO
-Después de todo, señora…
PERNELLE:
-Escuchad, señor hermano de mi nuera: os estimo mucho, os quiero y os respeto; pero si fuera esposa de mi hijo, os rogaría con ahínco que no vinierais a esta casa. No hacéis sino predicar máximas de vida que nunca deben seguir las gentes honradas. Os hablo con alguna franqueza, mas soy así y no gusto de tragarme las palabras.
DAMIS:
-En trueque, el señor Tartufo es muy aventajado a vuestros ojos…
PERNELLE:
-Sí; es hombre de bien y merecedor de ser oído, y no puedo tolerar sin encolerizarme que le critique un bobo como vos.
DAMIS:
-¿Acaso voy a tolerar que un hipócrita redomado como ése venga a ejercer en nuestra casa un poder tiránico, sin poder ocuparnos en nada si ese buen señor no se digna consentirlo?
DORINA:
-Si fuéramos a escuchar y creer sus máximas, no se podría hacer nada sin cometer un crimen, porque ese celoso criticón métese en todo.
PERNELLE:
-Bien metido está en cuanto se mete, porque pretende conducirnos por el camino del Cielo. Mi hijo debía induciros a que le amaseis.
DAMIS:
-No hay, abuela, padre ni nadie que pueda obligarme a quererle. Hablando de otro modo traicionaría lo que siento. Su forma de obrar me enoja y preveo que acabaré teniendo algo muy soñado con él.
DORINA:
-Como que es cosa que escandaliza ver a un desconocido hacerse dueño de la casa propia. Mucho enfada que un pordiosero que no traía ni zapatos cuando vino, y toda cuya ropa no valía seis dineros, llegue a olvidar quién es y procure contrariarlo todo y obrar como señor.
PERNELLE:
-Mucho mejor iría esta casa si las cosas discurriesen según sus pías disposiciones.
DORINA:
-Vos le juzgáis un santo, pero creedme que toda su conducta es hipocresía.
PERNELLE: -¡Tened la lengua!
DORINA:
-Pues yo, ni en él ni su Lorenzo querría fiar a no ser con garantía muy buena.
PERNELLE:
-Desconozco lo que pueda ser el sirviente; pero abono al señor por hombre de bien. Le queréis mal y le rechazáis porque os dice las verdades a todos; mas su corazón no se enfurece sino contra el pecado y sólo el interés del Cielo le impulsa.
DORINA:
-Bueno; pero ¿por qué, sobre todo de algún tiempo a esta parte, no quiere tolerar que nadie frecuente la casa? ¿Qué mal causa al Cielo una visita honrada y a qué bueno ha de quebrarnos la cabeza el señor Tartufo con los escándalos que arma en esas ocasiones? ¿Queréis que me explique en confianza? Pues creo que tiene celos de ver agasajada a la señora.
PERNELLE:
-Callad y meditad mejor lo que decís. No es él quien censura tales visitas. El aparato que acompaña a las gentes que aquí acuden, las carrozas plantadas sin cesar a la puerta y tanta reunión de bulliciosos lacayos causan deplorable ruido en la vecindad. No creo que en el fondo suceda nada; mas se habla de ello y eso no es conveniente.
CLEANTO:
-¿Queréis impedir que se hable, señora?
Torpe cosa sería en la vida renunciar a los mejores amigos por miedo a los discursos necios.
Y, aun de resolverse a hacerlo, ¿creéis que así se obligaría a la gente a callar? Contra la maledicencia no hay baluarte. No pensemos, pues, en los chismes sandios; vivamos inocentemente y dejemos plena licencia a los murmuradores.
DORINA:
-¿No serán nuestra vecina Dafne y su maridito quienes hablan mal de nosotros? Aquellos de más reprensible comportamiento son siempre los primeros en calumniar y nunca dejan de asir con presteza la menor apariencia de simpatía entre sus prójimos para sembrar la noticia con regocijo, dándole el sesgo que quieren que se crea. Tiñendo con colores propios los actos ajenos, piensan autorizar los suyos en el mundo, y, so falsa esperanza de alguna similitud, procuran hacer inocentes las intrigas que tienen ellos, cuando no llevar a compartir a los demás las públicas acusaciones de que ellos están bien cargados.
PERNELLE:
-No vienen aquí a colación esas razones. Notorio es que Orante lleva una vida ejemplar y no piensa sino en el Cielo; y he sabido por ciertas personas que condena mucho la vida que se hace en esta casa.
DORINA:
-¡Admirable ejemplo y buena dama! Cierto es que vive con austeridad; pero son los años los que han puesto en su alma ese ardiente celo. Es recatada en cuanto a su cuerpo, pero mientras ha podido atraer los homenajes de los corazones ha gozado mucho de sus ventajas. Ahora, cuando sus ojos pierden el brillo y el mundo la abandona, quiere renunciar a él y, con el pomposo velo de una gran modestia, disfrazar la aridez de sus marchitos encantos. Así suelen hacer las coquetas al verse abandonadas por sus galanes. En tal abandono, su sombría inquietud no ve salida sino en el oficio de gazmoña, y la severidad de tan honradas mujeres todo lo censura entonces, sin perdonar nada. Critican en voz alta la vida de todos, no por caridad, sino por envidia, porque no sufren que otras tengan los placeres de que a ellas les ha privado la edad.
PERNELLE:
-Cuentos que decís, porque os convienen. ¿Sabéis, nuera, que en vuestra casa no hay más remedio que callar, puesto que la señora charlatana no suelta la plática de la mano? Pero también yo razonaré, y os digo que mi hijo no ha hecho cosa más prudente que recoger en su casa a ese hombre, devoto, a quien ha enviado el Cielo para enderezar vuestros extraviados espíritus; que debéis escucharle en bien de vuestra salvación; y que nada él reprende que no merezca ser reprendido. Esas visitas, conversaciones y bailes son inventos del espíritu, maligno. Nunca ahí se escuchan palabras piadosas, sino discursos ociosos, canciones y nonadas, sin contar cuando también se critica al prójimo y se calumnia Dios sabe a quién. A las gentes sensatas túrbales la mente la confusión de tales reuniones, donde se componen, mil hablillas en un instante. Bien opinaba el otro día un doctor que esas asambleas son como la torre de Babel, porque todos hablan en ellas hasta no poder más; y para contar la historia, desde su principio, diré… Mas veo que ya ríe aquel señor. Id, id a buscar a esos sandios que tanto placer os causan, y no… Pero adiós, nuera: no quiero decir más. Sabed tan sólo que desde hoy estimo esta casa en la mitad y que habrá llovido cuando yo ponga el pie en ella. (Dirigiéndose a FLIPOTA, a quien da un bofetón.) Vamos, dejaos de soñar mirando a las musarañas. ¡Por Dios que os sabré calentar las orejas! Vámonos, sucia, vámonos.
…