Sobre el arte de contar historias
Resumen del libro: "Sobre el arte de contar historias" de Horacio Quiroga
Con la publicación de estos ensayos (1922-1930), Horacio Quiroga buscó explorar el «problema de la literatura». De la ajena y de la propia, porque, como pensaba Borges, leer es una manera de crear, y en él la lectura no fue enciclopédica, ni siquiera muy vasta, sino que constituyó una auténtica profesión de fe, la elección de un trayecto ficcional del que dejó testimonio irrrecusable. No debe descartarse, en estos textos, una fuerte dosis de humor e ironía (como en su «defensa» frente a los jóvenes vanguardistas), pero por encima de ella la reflexión, la búsqueda de racionalizar el acto creativo, en la que destaca su agudeza, penetración y dominio de la poética del cuento que con tanto magisterio ejerció.
El manual del perfecto cuentista
Una larga frecuentación de las personas dedicadas entre nosotros a escribir cuentos, y alguna experiencia personal al respecto, me han sugerido más de una vez la sospecha de si no hay, en el arte de escribir cuentos, algunos trucs de oficio, algunas recetas de cómodo uso y efecto seguro, y si no podrían ellos ser formulados para pasatiempo de las muchas personas cuyas ocupaciones serias no les permiten perfeccionarse en una profesión mal retribuida por lo general, y no siempre bien vista.
Esta frecuentación de los cuentistas, los comentarios oídos, el haber sido confidente de sus luchas, inquietudes y desesperanzas, han traído a mi ánimo la convicción de que, salvo contadas excepciones en que un cuento sale bien sin recurso alguno, todos los restantes se realizan por medio de recetas o trucs de procedimiento al alcance de todos, siempre, claro está, que se conozcan su ubicación y su fin.
Varios amigos me han alentado a emprender este trabajo, que podríamos llamar de divulgación literaria, si lo de literario no fuera un término muy avanzado para una anagnosia elemental.
Un día, pues, emprenderé esta obra altruista, por cualquiera de sus lados, y piadosa, desde otro punto de vista.
Hoy apuntaré algunos de los trucs que me han parecido hallarse más a flor de ojo. Hubiera sido mi deseo citar los cuentos nacionales cuyos párrafos extracto más adelante. Otra vez será. Contentémonos por ahora con exponer tres o cuatro recetas de las más usuales y seguras, convencidos de que ellas facilitarán la práctica cómoda y casera de lo que se ha venido a llamar el más difícil de los géneros literarios.
Comenzaremos por el final. Me he convencido de que, del mismo modo que en el soneto, el cuento empieza por el fin. Nada en el mundo parecería más fácil que hallar la frase final para una historia que, precisamente, acaba de concluir. Nada, sin embargo, es más difícil.
Encontré una vez a un amigo mío, excelente cuentista, llorando, de codos sobre un cuento que no podía terminar. Faltábale tan sólo la frase final. Pero no la veía, sollozaba, sin lograr verla así tampoco.
He observado que el llanto sirve por lo general en literatura para vivir el cuento, al modo ruso; pero no para escribirlo. Podría asegurarse a ojos cerrados que toda historia que hace sollozar a su autor al escribirla, admite matemáticamente esta frase final:
«¡Estaba muerta!»
Por no recordarla a tiempo su autor, hemos visto fracasado más de un cuento de gran fuerza. El artista muy sensible debe tener siempre listos, como lágrimas en la punta de su lápiz, los admirativos. Las frases breves son indispensables para finalizar los cuentos de emoción recóndita o contenida. Una de ellas es:
«Nunca más volvieron a verse».
Puede ser más contenida aún:
«Sólo ella volvió el rostro».
Y cuando la amargura y un cierto desdén superior priman en el autor, cabe esta sencilla frase:
«Y así continuaron viviendo».
Otra frase de espíritu semejante a la anterior, aunque más cortante de estilo:
«Fue lo que hicieron».
…
Horacio Quiroga. (1878-1937) Fue un escritor uruguayo, conocido por sus cuentos y relatos de terror y misterio. Nació en Salto, Uruguay, y creció en una familia adinerada. Después de la muerte de su padre, se mudó con su familia a Montevideo, donde comenzó a estudiar derecho pero no llegó a terminar la carrera. En 1900, Quiroga se mudó a Buenos Aires, donde comenzó a trabajar como periodista y escritor. Publicó su primer libro, "Los arrecifes de coral", en 1901, y desde entonces escribió una gran cantidad de cuentos y relatos que se hicieron muy populares en toda América Latina.
A lo largo de su vida, Quiroga sufrió varias tragedias personales, incluyendo la muerte de su padre, de su padrastro y de dos de sus esposas, además de varios intentos de suicidio. Estas experiencias se reflejan en su obra, que a menudo presenta personajes que enfrentan la muerte, el dolor y la locura.
Quiroga también fue un apasionado de la naturaleza y pasó muchos años en el campo, donde escribió algunos de sus cuentos más conocidos, como "La gallina degollada" y "El almohadón de plumas". También escribió sobre la caza y la pesca, y publicó varios libros sobre estos temas.
La obra de Quiroga ha sido comparada con la de otros escritores de la época, como Edgar Allan Poe y H.P. Lovecraft, y ha sido muy influyente en la literatura latinoamericana. A pesar de su corta vida y de las tragedias que enfrentó, Quiroga dejó un legado literario significativo que sigue siendo leído y admirado en todo el mundo.