Resumen del libro:
Siddharta es una novela alegórica de Hermann Hesse, premio Nobel 1946, que, publicada en 1922, relata la vida del joven Siddharta, un hombre para quien el camino de la verdad pasa por la renuncia y la comprensión de la unidad que subyace en todo lo existente y que, finalmente, se convertirá en Buda. En sus páginas, el autor ofrece un registro muy original en el que se unifican elementos líricos y épicos, incluyendo narración y meditación, elevación de la más alta espiritualidad, y, al mismo tiempo, descarnada sensualidad: Herman Hesse buceó en el alma de Oriente a fin de aportar sus aspectos positivos a nuestra sociedad. Siddharta es la obra más representativa de este proceso y ha ejercido una gran influencia en la cultura occidental del siglo XX. “La verdadera profesión del hombre es encontrar el camino hacia sí mismo…”
EL HIJO DEL BRAHMÁN
Siddharta, el agraciado hijo del brahmán, el joven halcón, creció junto a su amigo Govinda al lado de la sombra de la casa, con el sol de la orilla del río, junto a las barcas, en lo umbrío del bosque de sauces y de higueras. El sol bronceaba sus hombros brillantes al borde del río, en el baño, en las abluciones sagradas, en los sacrificios religiosos. La sombra se adentraba por sus negros ojos en el boscaje de mangos, en los juegos de los niños, en el canto de su madre, en los sacrificios religiosos, en las enseñanzas de su padre y sus maestros, en la conversación de los sabios. Ya hacía mucho tiempo que Siddharta participaba en las conferencias de los sabios. Con Govinda se entrenaba en las lides de la palabra, en el arte de la contemplación, de saber ensimismarse. Ya podía pronunciar quedamente el Om la palabra por excelencia. Había conseguido decirlo en silencio, aspirando hacia adentro; aprendió a enunciarlo calladamente, aspirando hacia afuera, concentrando su alma y con la frente envuelta en el brillo de la inteligencia. Ya sabía entender el interior de su atman indestructible en el mundo material.
La alegría invadía el corazón de su padre al ver al hijo inteligente, con deseos de saber; observaba cómo crecía en Siddharta un gran sabio y sacerdote, un príncipe entre los brahmanes.
Una deliciosa sensación llenaba el pecho de su madre cuando le veía andar, sentarse y levantarse. Siddharta el fuerte, el hermoso, el que caminaba sobre piernas delgadas, el que saludaba con perfectos modales.
El corazón de las hijas de los brahmanes rebosaba amor cuando Siddharta paseaba por las callejuelas de la ciudad con la frente iluminada, con mirada real, con caderas estrechas.
Pero Govinda era el que más amaba a Siddharta, su amigo, el hijo del brahmán. Sentía afecto por la mirada de Siddharta y por su cálida voz; gustaba de su manera de andar y de sus armoniosos movimientos; apreciaba todo lo que Siddharta hacía y decía. Pero lo que veneraba más era su inteligencia, sus altos pensamientos ardientes, su férrea voluntad y su vocación sublime. Govinda lo presentía: Este no será un brahmán corriente, ni un oscuro funcionario de los sacrificios, ni un ávido comerciante de fórmulas mágicas, ni tampoco un orador vano y vacío, o un sacerdote malicioso. Sin embargo, tampoco será una mansa y estúpida oveja entre la masa del rebaño. No, y tampoco él, Govinda, quería ser así, un brahmán como hay diez mil. Quería seguir a Siddharta, el amado, el maravilloso. Y si Siddharta un día se convertía en dios, si un día entraba en el imperio de la luz, Govinda le seguiría entonces, como su amigo, su acompañante, su criado, su escudero, su sombra.
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