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Shogun

Resumen del libro:

James Clavell, un maestro de la narrativa histórica, tejedor de hilos épicos y aventuras intrépidas, dio vida a una obra maestra con “Shogun”. Publicada en 1975, esta novela transporta al lector a las brumosas tierras del Japón feudal del año 1600, justo antes de la batalla crucial de Sekigahara. Clavell, conocido por su meticulosa investigación y su habilidad para entrelazar la ficción con la realidad, nos sumerge en un mundo de intrigas políticas, luchas de poder y choques culturales.

La trama sigue las peripecias de John Blackthorne, un marinero inglés de la era de los descubrimientos, cuya nave, el Erasmus, naufraga en las costas de Japón durante una tormenta. Capturado por los japoneses junto con su tripulación, Blackthorne se ve inmerso en un mundo desconocido, donde las costumbres y tradiciones son tan misteriosas como fascinantes. Su encuentro con el samurái Omi-san marca el comienzo de una odisea que lo llevará a los más altos círculos del poder japonés.

A través de los ojos de Blackthorne, Clavell nos sumerge en un choque cultural entre Oriente y Occidente, donde las diferencias de idioma, religión y costumbres dan lugar a momentos de tensión y conflicto. El protagonista, rebautizado como Anjin-san por los japoneses, se ve obligado a adaptarse a un mundo completamente ajeno, donde la etiqueta y el honor lo gobiernan todo.

En su periplo, Blackthorne entabla amistad con Toranaga, un poderoso daimyo cuyo ascenso al shogunato lo convierte en una figura clave en la historia de Japón. A medida que se desarrolla la trama, el lector es testigo de las maquinaciones políticas, las traiciones y las alianzas cambiantes que rodean la lucha por el poder en el Japón feudal.

Además de la trama principal, Clavell introduce una serie de subtramas y personajes secundarios que enriquecen la narrativa y dan profundidad al mundo que ha creado. Desde la intrigante Mariko, dividida entre su lealtad a Toranaga y su amor prohibido por Blackthorne, hasta los diversos daimyos y samuráis que luchan por el control del país, cada personaje aporta una capa adicional de complejidad a la historia.

A lo largo de sus más de mil páginas, “Shogun” cautiva al lector con su mezcla de drama, romance, acción y suspense. Clavell, hábil contador de historias, combina hábilmente elementos de ficción con eventos históricos reales, creando una obra que no solo entretiene, sino que también educa e ilumina sobre una época y una cultura fascinantes. Sin duda, “Shogun” se erige como una de las obras cumbre de la literatura histórica, un viaje inolvidable a través del tiempo y el espacio que dejará una marca indeleble en todos aquellos que se aventuren en sus páginas.

Quiero dar las gracias a todos aquellos -vivos y muertos- que contribuyeron, en Asia y en Europa, a hacer posible esta novela.

LOOKOUT MOUNTAIN, California

Prólogo

El ventarrón lo azotaba, y él sentía su feroz mordedura en su interior y sabía que si no tocaban tierra en tres días morirían todos. «Demasiados muertos en este viaje —pensó—. Soy el capitán de una flota muerta. Sólo queda un barco de los cinco que eran, veintiocho hombres de una tripulación de ciento siete y sólo diez de ellos se sostienen hoy de pie, y los demás, entre ellos nuestro capitán general, están a punto de morir. No hay comida, apenas hay agua y la poca que queda es salobre y huele mal.»

Se llamaba John Blackthorne y estaba solo en cubierta con el vigía del bauprés —Salamón el Mudo—, que escrutaba el mar a sotavento.

El barco era el Erasmus, de doscientas sesenta toneladas. Era un buque de guerra al servicio del comercio, estaba armado con veinte cañones y era el único superviviente de la primera fuerza expedicionaria holandesa salida de Rotterdam para atacar al enemigo en el Nuevo Mundo. Los primeros barcos holandeses que descubrían los secretos del estrecho de Magallanes. Cuatrocientos noventa y seis hombres, todos voluntarios. Todos holandeses, salvo tres ingleses: dos capitanes y un oficial. Consigna: saquear las posesiones españolas y portuguesas del Nuevo Mundo, establecer concesiones comerciales permanentes, descubrir nuevas islas en el océano Pacífico que pudiesen servir de bases fijas, reclamar el territorio para los Países Bajos y volver a casa al cabo de tres años.

Hacía más de cuatro décadas que los Países Bajos, protestantes, estaban en guerra con la católica España, aunque legalmente todavía formaban parte del Imperio español. Inglaterra hacía también la guerra a España desde hacía veinte años y desde hacía diez era aliada declarada de Holanda.

«Aquí arrecia más el temporal —se dijo Blackthorne—, y hay más arrecifes y más bajíos. Un mar desconocido. Bien. Toda mi vida he luchado contra el mar y he vencido. Seguiré triunfando.»

Era el primer inglés que cruzaba el estrecho de Magallanes. Sí, el primero, y el primer capitán que surcaba aquellas aguas asiáticas, aparte de unos pocos bastardos portugueses o españoles que todavía se imaginaban ser los amos del mundo. El primer inglés en aquellos mares…

Demasiados primeros. Sí, y demasiadas muertes.

Escudriñó el océano, que seguía alborotado y gris, sin el menor indicio de tierra. Ni algas ni manchas de color indicadoras de arena. Vio la punta de otro arrecife a lo lejos, a estribor, pero esto no le dijo nada.

Hacía un mes que estaban bajo la amenaza de los arrecifes, pero sin que nunca viesen tierra. «Este mar es infinito —pensó—. Bueno. Este es mi oficio: navegar por mares desconocidos, trazar mapas y volver a casa.» ¿Cuánto tiempo hacía que había salido de casa? Un año, once meses y dos días.

Blackthorne tenía hambre y le dolían la boca y el cuerpo a causa del escorbuto. Afinó la mirada para comprobar la dirección de la brújula y se estrujó el cerebro para calcular aproximadamente la posición. Una vez anotada ésta en su libro de navegar, podría considerarse a salvo en aquel punto del océano. Y si él estaba a salvo, también lo estaría su buque, y juntos podrían encontrar a los japoneses o incluso al rey cristiano Preste Juan y su Imperio Dorado, que, según la leyenda, estaba al norte de Catay, dondequiera que Catay estuviese.

—Y con mi parte del botín, me haré de nuevo a la mar, volveré a mi país por la ruta de Occidente y seré el primer piloto inglés que habrá dado la vuelta al mundo, y nunca volveré a salir de casa. Nunca. ¡Lo juro por mi hijo!

—Vaya abajo, capitán. Yo le relevaré si me lo permite —dijo el tercer piloto, Hendrik Specz, subiendo la escalera y apoyándose pesadamente en la bitácora para mantener el equilibrio—. ¡Maldito sea el día en que salí de Holanda!

—¿Dónde está el piloto, Hendrik?

—En su litera. No puede levantarse de su scbeit voll litera. Ni lo hará… antes del Día del Juicio.

—¿Y el capitán general?

—Gimiendo y pidiendo comida y agua —repuso Hendrik escupiendo—. Yo le digo que le asaré un capón y se lo serviré en bandeja de plata, con una botella de coñac para regarlo. Scheit-buis! Coot!

—¡Calla la boca!

—Lo haré. Pero es un estúpido y todos moriremos por su culpa —gruñó el joven eructando y escupiendo una flema sanguinolenta—. ¡Dios mío, apiádate de mí!

—Vuelve abajo. Y sube al amanecer.

—Abajo huele a muerte. Prefiero relevarle si no le importa. ¿Cuál es el rumbo?

—El que nos marque el viento.

—¿Dónde está la tierra que nos prometió usted? ¿Dónde está el Japón?

—Más allá.

¡Siempre más allá! Gottimhimmel, no nos ordenaron navegar hacia lo desconocido. Ya tendríamos que estar de nuevo en casa, sanos y salvos, con la panza llena, y no persiguiendo fuegos fatuos.

—Cállate, o vuelve abajo.

Hendrik puso cara hosca y desvió la mirada de aquel hombre alto y barbudo. «¿Dónde estamos ahora? —habría querido preguntar—¿Por qué no puedo ver el libro secreto? —Pero sabía que no podían preguntarse estas cosas a un capitán, y menos a éste.

Ojalá —pensó—estuviese tan sano y vigoroso como cuando salí de Holanda. Entonces, no esperaría. Te chafaría esos ojos azules y borraría esa media sonrisa de tu cara, y te mandaría al infierno que tienes merecido. Entonces, yo sería capitán, y un holandés, no un extranjero, mandaría en el barco, y sólo nosotros sabríamos los secretos. Porque pronto estaremos en guerra con Inglaterra. Queremos lo mismo: ser amos del mar, controlar todas las rutas comerciales, dominar el Nuevo Mundo y aplastar a España.»

“Shogun” de James Clavell

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