Shakespeare nunca lo hizo
Resumen del libro: "Shakespeare nunca lo hizo" de Charles Bukowski
A fines de los setenta, Charles Bukowski, santo patrón de los escritores bebedores, autor de algunas de las novelas y relatos más implacables y certeros sobre el gran sueño americano devenido pesadilla, aún no era demasiado conocido en su país. Pero en Europa, que en muchas ocasiones ha demostrado ser más sabia con respecto a los grandes autores americanos que su propia tierra, el gran Hank ya era un escritor de culto. Y en la primavera de 1978, invitado por sus editores europeos, emprende una gira que comenzará en París y transcurrirá entre ríos de alcohol, y amenizada por algunos escándalos. Bukowski, que viaja acompañado por Linda Lee, su joven novia, acude borracho al programa cultural totémico de la televisión francesa, «Apostrophe», lo sientan junto al psiquiatra que trató —o maltrató— a Artaud, y tras tocarle las piernas a otra invitada y decir algunas de sus terribles «boutades» —o verdades—, acabará insultando al presentador, Pivot, que se niega a dejarlo hablar, y abandonará el plato estrepitosamente indignado. Después, Niza, a visitar a familiares de Linda, que no quieren verlo tras el escándalo de París; Alemania y recitales de poesía donde descubre que convoca a tantos jóvenes que lo aman, y también emocionados encuentros con sus fieles amigos, el director de cine Barbet Schroeder y su traductor Carl Weissner. Largas noches de vino y charlas, el viaje a Andernach, su ciudad natal, donde su padre, un sargento de las fuerzas de ocupación americanas, conoció a su madre, y donde aún vive su tío Heinrich; Hamburgo, sus putas y su hipódromo, y muchas más noches de vino y amigos…
Éste es el diario de un viaje insólito, de todo lo que Shakespeare no hubiera hecho ni dicho, contado con la brutal sinceridad y desgarro de siempre, y acompañado por las espléndidas fotografías de Michael Montfort.
1
Primero hubo problemas con el editor francés, Rodin, que me dijo dos billetes y después me dijo uno, y entonces yo le dije: está bien, y compré un billete para Linda Lee, y después llegó el sábado, el día del vuelo, y llamé al aeropuerto y me dijeron que sí, que había una reserva pero que no tenía ningún billete pagado por adelantado. Así que cogí el coche y empecé a buscar agencias de viaje. Fui de una a otra y todas estaban cerradas. En Los Ángeles los sábados, por alguna razón, las agencias de viaje cierran. Después de un par de horas encontré una en Farmer’s Market. Entonces tuve que esperar una hora. Paseé entre los turistas, me compré un bocadillo de pavo y un café y volví y conseguí mi billete.
2
No hubo mucho más de camino para allá: a Linda Lee y a mí nos acusaron de fumar porros. Después de unos veinte o treinta minutos largos convencimos al capitán, o quienquiera que fuese, de que no estábamos fumando porros. Nos bebimos todo el vino blanco del avión, después todo el vino tinto. Linda se fue a dormir y yo me bebí toda la cerveza del avión.
3
Nos llevaron a un hotel de París que estaba justo enfrente de la oficina del editor francés. Había dos editores franceses: Rodin y Jardín. Mandé traer cinco botellas de vino y Linda Lee y yo nos fuimos a la cama y empezamos a beber. Los dos editores franceses publicaban cuatro de mis libros. Después de una o dos botellas cogí el teléfono y les llamé. Uno de ellos contestó.
—Oye, tú, hijo de puta —le dije—, ¿eres Rodin o eres Jardín?
Quienquiera que fuese, le maldije a conciencia durante cinco o diez minutos. Después colgué y Linda Lee y yo bebimos un poco más. Entonces llamé otra vez:
—Oye, tú, hijo de puta, ¿eres Jardin o eres Rodin? ¡Exijo saber con quién estoy hablando! ¿Eres Jardin o eres Rodin? ¿Eres Rodin o eres Jardin? ¡Exijo saberlo!
Después de un rato nos fuimos a dormir.
4
… Para ser despertados por Rodin, que nos dijo que me harían una entrevista a las once de la mañana en el patio.
—Un periódico muy importante…
—Está bien —dije, sin saber que me harían 12 entrevistas en cuatro días.
Las entrevistas matinales siempre eran las más duras, resacoso, intentando tragarme la cerveza. No, no tengo ni idea de por qué soy escritor. No, mi obra no tiene un significado especial que yo sepa. ¿Céline? Oh, claro. ¿Por qué no? ¿Si me gustan las mujeres? Bueno, a la mayoría prefiero follármelas que vivir con ellas. ¿Qué creo que es importante? El buen vino, la buena fontanería y poder dormir hasta tarde por las mañanas. ¿Que si de verdad me molestáis? Claro que sí. ¿Esperáis que empiece mentir a los 58 años? Invitadme a una copa. No, no fumo porros. Esto es sher bidi[1] de Jabalpur, la India…
Uno de los últimos entrevistadores fue el jefe de los punkis de París. Llegó metido en un traje de cuero con cremalleras por todas partes. Dijo que estaba deprimido, que necesitaba un chute de caballo para seguir tirando. Le dije que no llevaba. Tenía una grabadora. Bebimos cerveza con cubitos de hielo. Yo le entrevisté a él mientras él se subía y bajaba las cremalleras. Yo estaba cansado de ser entrevistado. Le pregunté si su madre aún vivía, y varias cosas más. Una de las cosas más bonitas que dijo fue que le gustaba la polución…
5
El viernes por la noche tenía que salir en un conocido programa, televisado para todo el país. Era un programa de entrevistas de carácter literario que duraba noventa minutos.[2] Pedí que me proporcionaran dos botellas de un buen vino blanco en la tele. Entre cincuenta y sesenta millones de franceses vieron el programa.
Empecé a beber a primera hora de la tarde. Lo siguiente que recuerdo es que Rodin, Linda Lee y yo estábamos pasando por seguridad. Después me sentaron delante del maquillador. Me aplicó muchos polvos, que fueron inmediatamente vencidos por la grasa y las cicatrices de mi cara. El maquillador suspiró y me echó de allí. Después estuvimos sentados en grupo esperando a que empezara el espectáculo. Descorché una botella y me tomé un trago. No estaba mal. Había tres o cuatro escritores y el moderador. También estaba el loquero que le había dado electroshocks a Artaud. Se suponía que el moderador era famoso en toda Francia, pero a mí no me pareció gran cosa. Me senté a su lado y él golpeó el suelo con el pie impacientemente.
—¿Qué pasa? —le pregunté—. ¿Estás nervioso?
No contestó. Llené un vaso de vino y se lo puse delante de la cara.
—Venga, tómate un trago de esto… Te sentará bien… Me apartó con cierto desdén.
Después estábamos en el aire. Me habían puesto un artilugio en la oreja a través del cual me traducían el francés al inglés. Y yo debía ser traducido al francés. Yo era el invitado de honor, así que el moderador empezó por mí. Mi primera afirmación fue:
—Conozco a muchos escritores americanos importantes a los que les gustaría estar en este programa. Para mí no significa gran cosa…
Tras esto, el moderador saltó rápidamente a otro escritor, un viejo liberal que había sido traicionado una y otra vez pero aún conservaba la fe. Yo no tengo ideas políticas, pero le dije al buen hombre que tenía un bonito careto. Hablaba y hablaba. Siempre lo hacen.
Después empezó a hablar una escritora. Yo estaba bastante borracho y no estoy muy seguro de qué escribía, pero creo que era sobre animales, la señora escribía historias de animales. Le dije que si me enseñaba las piernas un poco más podría decirle si era una buena escritora o no. No lo hizo. El loquero que le dio los electroshocks a Artaud seguía mirándome asombrado. Alguien más empezó a hablar. Un escritor francés con un mostacho que tenía forma de manillar de bicicleta. No decía nada pero no paraba de hablar. Las luces ganaban en brillo, un amarillo bastante viscoso. Empezaba a tener calor bajo los focos. Lo siguiente que recuerdo es que estoy en las calles de París y hay ese molesto y continuo rugido y luz por todas partes. Hay cien mil motoristas en las calles. Exijo ver a unas bailarinas de cancán, pero me llevan de vuelta al hotel con la promesa de más vino.
6
A la mañana siguiente me despertó el ruido del teléfono. Era el crítico de Le Monde.
—Estuviste genial, cabrón —me dijo—, los demás ni siquiera sabían masturbarse…
—¿Qué hice? —pregunté.
—¿No te acuerdas?
—No.
—Bueno, deja que te lo explique, no hay ni un periódico que escriba contra ti. Ya era hora de que en la televisión francesa se viera algo sincero.
Cuando el crítico colgó, me volví hacia Linda Lee.
—¿Qué pasó, nena? ¿Qué hice?
—Bueno, le manoseaste la pierna a aquella señora. Después empezaste a beber a morro. Dijiste unas cuantas cosas. Eran bastante buenas, sobre todo al principio. Despues el tío que dirigía el programa no te dejó hablar. Te tapó la boca con la mano y dijo: «¡Cállese! ¡Cállese!».
—¿Hizo eso?
—Rodin estaba sentado junto a mí. No paraba de decirme: «¡Hazle callar! ¡Hazle callar!». Simplemente no te conoce. De todas formas, al final te arrancaste el auricular, tomaste el último trago de vino y te largaste del programa.
—Sólo un borracho palurdo.
—Después, cuando llegaste a seguridad, agarraste a uno de los guardias por el cuello de la camisa. Entonces sacaste la navaja y les amenazaste a todos. No estaban muy seguros de si bromeabas o no. Pero al final te cogieron y te echaron.
Fui al lavabo y eché una meada. Pobre Linda Lee. En Alemania y en Francia, tanto los periódicos como las revistas la llamaban siempre Linda King, una exnovia con la que no salía desde hacía tres años. Eso le dolía de verdad. A mí no me importaría que me llamaran con el nombre de otro, sobre todo si fuera el de un exnovio. Y cuando les decía a los periodistas: «Por cierto, ésta es Linda Lee, no Linda King…», ellos nunca la mencionaban. Yo siempre he dicho que cualquier mujer que es capaz de soportar vivir conmigo debe ser llamada por su verdadero nombre.
Cuando salí del lavabo el teléfono seguía sonando. Una de las llamadas era de Barbet Schroeder, amigo mío y director de un montón de películas extrañas y originales.
—Estuviste genial, Hank —me dijo—, en la televisión francesa nunca se había visto algo así.
—Gracias, Barbet, pero apenas me acuerdo de la velada.
—¿Quieres decir que hiciste todo aquello y no sabías lo que estabas haciendo?
—Sí, me pongo así cuando bebo…
Linda Lee y yo teníamos billetes Eurorail. Era el momento de largarse de París. Unas semanas antes nos habían invitado a visitar a su tío en Niza. La madre de Linda también estaba allí. ¿Por qué no?
…
Charles Bukowski. Escritor americano, fue uno de los autores más influyentes en la literatura americana del siglo XX gracias a su estilo personal, transgresor y cargado de sentimientos en estado puro.
Nacido en Alemania y criado en la ciudad de Los Ángeles, Bukowski estudió periodismo sin llegar a terminar sus estudios. Tras esta etapa comenzó a escribir al tiempo que viajaba por los Estados Unidos realizando todo tipo de trabajos. Fue después de sufrir un colapso debido a una úlcera sangrante que comenzó a escribir poesía. La mayor parte de esta época (años 50) fue descrita por Bukowski en varios de sus relatos autobiográficos.
Durante la década de los 60, Bukowski trabajó como cartero y comenzó a publicar sus escritos en revistas como The Outsider y a colaborar para medios independientes como Open City o Los Ángeles Free Press.
En 1969 decidió dedicarse en exclusiva a la escritura gracias a la confianza mostrada por su editor John Martin. Su primera obra, El Cartero, fue publicada ese mismo año. A esa novela seguirían otras tan famosas como Factótum, Hollywood o Pulp, además de numerosas antologías como La máquina de follar o Erecciones, eyaculaciones, exhibiciones; también hay que destacar las recopilaciones de sus artículos en prensa como Lo que más me gusta es rascarme los sobacos.
La obra de Bukowski influyó tanto en Estados Unidos como en el resto del mundo y su obra fue traducida a más de doce idiomas. Su vida inspiró la película Ordinaria locura y también Barfly, cuyo guión fue escrito por el propio autor.
Charles Bukowski murió en San Pedro el 9 de marzo de 1994.