Resumen del libro:
Álvaro Pombo, reconocido escritor español nacido en Santander en 1939, presenta en su novela “Santander, 1936” una cautivadora y evocadora mirada al tumultuoso periodo que vivió España durante la Guerra Civil. A través del protagonista, Álvaro Pombo Caller, conocido cariñosamente como Alvarito o Alvarín, el autor nos sumerge en el escenario de Santander en 1936, una ciudad que refleja las tensiones políticas y sociales que sacudían a toda España en aquel tiempo.
Alvarín, con apenas diecinueve años, se ve inmerso en un entorno donde la confrontación entre izquierda y derecha se hace palpable, marcando las discusiones intelectuales y las proclamas políticas de la época. A pesar de provenir de una familia con diferencias políticas —su padre, Cayo Pombo Ybarra, siendo liberal agnóstico y republicano, mientras él se inclina por la Falange Española—, se destaca el profundo vínculo afectivo que une a padre e hijo, evidenciando así la complejidad de las relaciones familiares en un contexto convulso.
La novela nos transporta a través de la intensa correspondencia epistolar entre Alvarín y su madre, Ana Caller Donesteve, conocida como Ana de Pombo, una figura influyente en el mundo de la moda parisina de la época. Esta correspondencia revela los contrastes entre la vida cosmopolita de Ana y la realidad política que se vivía en España, así como el impacto de la Guerra Civil en la vida de la familia Pombo Caller.
Pombo, en su narrativa, resalta el cambio político e intelectual que supuso la llegada de la Segunda República, contrastándolo con la época monárquica previa, caracterizada por la tranquilidad y el veraneo regio en Santander. Sin embargo, el estallido de la Guerra Civil marca un punto de inflexión que trae consigo consecuencias trágicas para personajes como Alvarín, quien termina siendo apresado y encarcelado en el buque-prisión Alfonso Pérez, reflejando así los dramas personales en medio de la convulsión nacional.
El regreso de Álvaro Pombo —el autor— a su ciudad natal y a los recuerdos de su adolescencia, se convierte en el telón de fondo para una novela que combina elementos de formación filosófica y sentimental, invitando al lector a reflexionar sobre los avatares de la historia y sus efectos en la vida de los individuos. Con una prosa cautivadora y un profundo análisis de los conflictos políticos y familiares, “Santander, 1936” se erige como una obra imprescindible para entender una época crucial en la historia de España.
A Ignacio Laguna Aparicio, «Iñaki».
Agradeciéndote que me ayudaras a escribir esta novela,
Santander, 1936, en las peores condiciones posibles.
Sin tu energía y espontánea perspicacia narrativa
se hubiera ido todo al garete.
1
—¡Tú eres un señorito, Alvarín! —exclama Rafael Mazarrasa, dando una palmada en el hombro a su amigo.
—¡No se puede ser menos, desde luego! —contesta Alvarín, fruncido el ceño. Añade luego—: También eres tú un señorito. Es lo único que somos, señoritos del Muelle.
—¡Señoritos, sí, a mucha honra! Sí, nosotros llevamos corbata; sí, de nosotros podéis decir que somos señoritos… ¿Te acuerdas de esas frases? Tú acababas de llegar a Santander, a España, a finales de octubre de 1933. Comentamos, ¿te acuerdas?, ese discurso. Somos señoritos porque así lo fueron siempre, en la historia, los señoritos de España. Así lograron alcanzar la jerarquía verdadera de señores, porque en tierras lejanas, y en nuestra patria misma, supimos arrostrar la muerte y cargar con las misiones más duras…
—Señoritos es despectivo, somos niños bien, diga lo que diga José Antonio Primo de Rivera.
Es un día nublado de finales de 1934. El Muelle está casi vacío esta tarde. Santander, en cambio, está repleta de agitación a finales de ese año. Será una Navidad agitada por fuera y remansada por dentro. Mercedes, la cocinera, hará una rica cena de Navidad: un pavo asado relleno de manzanas y de pasas. Álvaro y Cayo, su hermano, cenarán en casa de su padre esa noche. Manifestarán una alegría sombría. Una indiferencia por la presente situación familiar que, en el fondo, no sienten. Con veintiún años, Cayo ha vuelto de Inglaterra satisfecho de sí mismo, contento con las copas que ha ganado jugando al tenis allí y también aquí, en Santander. Un chico guapo sin gran interés por nada en concreto. Su máxima aspiración, desde que llegó a Santander, es echarse novia. Una novia de familia adinerada. Una guapa chica de la sociedad santanderina. Ha contado a su hermano que, nada más llegar a Santander, su padre, Cayo Pombo Ybarra, le hizo una lista de chicas posibles, buenos partidos todas. Era un juego irónico y sombrío de su padre, recientemente abandonado por Anita, Ana Caller Donesteve, la madre de los chicos. Esta tarde nublada, mientras pasea con Rafael Mazarrasa y hablan de política, Álvaro piensa con envidia en su hermano Cayo: Ojalá fuese como él, despreocupado, guasón, como todos los Pombo, descreído, arrogante, y a la vez lo contrario, muy capaz de ser encantador y de hacerse querer. Fingirse desvalido con tía Rosa e interpretar ese papel de hijo abandonado, aunque, la verdad, le encanta disfrutar la libertad que da el abandono materno, interesar a las chicas santanderinas a los veintiún años.
Rafa Mazarrasa es el único que se atreve a utilizar el diminutivo, Alvarín, para tratar al introvertido, y con frecuencia agresivo, Álvaro Pombo Caller. Un diminutivo así le parece feminoide. Demasiado tierno. A sus diecisiete años, la ternura es un asunto importante y espinoso para el chico. Él mismo reconoce en su fuero interno que la ternura en el trato, cuando aparece en sus relaciones, le conmueve profundamente. Pero siente que dejarse conmover por la ternura ajena es una muestra de debilidad. A todo trance tiene que demostrar que no es débil y que no es frágil. Algunas de sus peleas callejeras en Puertochico o en el Sardinero vienen de este temor a mostrar fragilidad. Y en sus años franceses ha cultivado casi más la gimnasia que la literatura. Ahora es un chico fuerte y cuadrado. Solo a Mazarrasa le consiente que le llame Alvarín o Alvarito. Al tener que suprimir la ternura, Álvaro considera que no hay ningún asunto más difícil y espinoso en su vida. Tiene que mostrarse, casi siempre, como quien no es del todo. Piensa que si alguien pudiera verle del todo, por dentro, vería su fragilidad y sus dificultades. Por eso es preferible no acercarse demasiado a nadie. Ser parte de un grupo, como de hecho lo es, le facilita mucho las cosas. Y también la política: las discusiones políticas en curso estos últimos años funcionan en realidad como parapetos y disfraces. Un debate político elimina la ternura que alguien pueda sentir por él o que él mismo pueda sentir por cualquier otro. La gran novedad es Falange Española, que funda José Antonio Primo de Rivera el 29 de octubre 1933, en el Teatro de la Comedia de Madrid. Las dos primeras líneas de ese discurso fueron, para Álvaro, un código de conducta antes de entrar en Falange: Nada de un párrafo de gracias. Escuetamente, gracias, como corresponde al laconismo militar de nuestro estilo. Eso era estupendo. La idea de ese laconismo militar del estilo de Falange le pareció a Álvaro la gran seguridad, el certificado de garantía de que guardaba las distancias con los demás y los demás con él. Solo se acortan las distancias que se guardan. Por eso evitaba tontear con las chicas. Porque tontear era, en cierto modo, saltarse las distancias. Dejar ver su intimidad. Afortunadamente, pensaba, las chicas de las familias santanderinas conocidas habían sido educadas en el distanciamiento con los chicos. Relacionarse con las chicas era fácil porque podían seguirse protocolos sociales muy bien definidos. No había que tontear. Su hermano Cayo tonteaba con las chicas. Pero Álvaro se acogía a la regulación no escrita de respetarlas a ellas para que ellas respetasen su independencia. Todas estas reflexiones le aviejaban un poco. En cierto modo Álvaro, a pesar de su deportivo aspecto y su facilidad para relacionarse socialmente con sus iguales, era o se sentía reviejo a los diecisiete. En una ocasión le confió esto a Rafa Mazarrasa:
—Estoy reviejo, soy cauteloso como un viejo. Temo que me hieran.
Y Rafa se echó a reír.
—No creo que nadie sea capaz de herirte a ti. Eres fuerte como un roble.
Y Álvaro le respondió, siguiendo la broma:
—Fuerte como el vinagre, querrás decir, un viejo avinagrado.
…