Resumen del libro:
Primera obra del ciclo «Piratas de Malasia», publicada entre octubre de 1904 y mayo de 1905, Sandonkan, el Rey del Mar (1906) figura entre las novelas más evocadoras y sugerentes de Salgari. Sandokán es un príncipe de Borneo que ha jurado vengarse de los británicos, quienes lo desposeyeron de su trono y asesinaron a su familia. Por eso se dedica a la piratería, con el sobrenombre de Tigre de Malasia, para lo que cuenta con la fidelidad incondicional de una tripulación compuesta tanto de malayos como de dayakos de Borneo. Sandokán es quien manda a los piratas de la Malasia y tienen su refugio en Mompracem, donde elucubra sus planes para realizar sus incursiones justicieras. Lo secunda su lugarteniente Yánez, el pirata portugués, y los demás jefes piratas.
Una expedición nocturna
-¡Señor Yáñez, por aquel agujero de allí abajo veo brillar una luz!
-Ya la he visto, Sambigliong.
-¿Será algún prao que esté anclado en la rada?
-No; más bien creo que se trata de una chalupa de vapor. Probablemente, la que ha conducido hasta aquí a Tremal-Naik y a Damna.
-¿Acaso vigilarán la entrada de la rada?
-Es muy posible, amigo mío -respondió tranquilamente el portugués, tirando el cigarrillo que estaba fumando.
-¿Podremos pasar sin ser vistos?
-¿Crees que van a temer un ataque por nuestra parte? Redjang está demasiado lejos de Labuán, y lo más probable es que en Sarawak no sepan todavía que nos hemos reunido. A no ser que ya tengan noticia de nuestra declaración de guerra. Además, ¿no vamos vestidos corno los cipayos del Indostán? ¿Y no van vestidas ahora lo mismo que nosotros las tropas del rajá?
-Sin embargo, señor Yáñez, preferiría que esa chalupa o ese prao no estuviera aquí.
-Querido Sambigliong, no dudes que a bordo estarán todos durmiendo. Les sorprenderemos.
-¡Cómo! ¿Vamos a asaltar a esos marineros? -preguntó Sambigliong.
-¡Naturalmente! No quiero que queden a nuestras espaldas enemigos que luego podrían molestarnos en nuestra retirada. Dejaremos libre el camino para que el Rey del Mar no se vea precisado a venir en nuestro socorro, teniendo, como tendría, que arrimarse a la costa. Podría dar un encontronazo con algún escollo. Supongo que no habrá mucha gente en esa chalupa, prao o lo que sea, y nosotros somos bastante ligeros de manos. No hay que hacer uso de las armas de fuego: solamente deben funcionar los kriss y los parangs. ¿Me habéis entendido?
-Sí, señor Yáñez -contestaron varias voces.
-Pues entonces, ¡adelante y en silencio!
Esta conversación se sostenía a bordo de una gran chalupa que avanzaba al impulso de doce remos y que iba ocupada por catorce hombres, los cuales vestían el pintoresco traje de los cipayos de Sarawak: un jubón de paño rojo, pantalón de tela blanca, un pequeño turbante, también blanco, y zapatos de punta vuelta.
Doce de dichos hombres tenían un color de tez muy oscuro, asemejándose mucho a los malayos, o por lo menos a los dayakos. En cambio, los otros dos eran de raza caucásica, y vestían uniformes de oficiales.
Todos ellos eran gente robusta, altos y musculosos; cerca de sus respectivos asientos llevaban carabinas de fabricación india, pesados sables de hoja muy larga y puñales ondulados, los famosos y temibles kriss malayos.
La chalupa, que avanzaba silenciosa y velozmente, dirigida por Yáñez, que iba al timón, se encaminaba hacia una bahía muy amplia que se divisaba en la costa occidental de la isla grande de Borneo, por la parte que la bañan las aguas del golfo de Sarawak.
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