Resumen del libro:
Salomé es el título de una tragedia de Oscar Wilde de 1891 que muestra, en un solo acto, una versión muy personal de la historia bíblica de Salomé. Hijastra del gobernante Herodes Antipas, pidió a su padrastro la cabeza de Jokanaan (Juan el Bautista) en una bandeja de plata, como recompensa por haber bailado ante él.
Las paradojas de un dandi victimado
Oscar Wilde, el dandi inglés, fue víctima de dos paradojas. Una, ser un escritor, al que, como dice Jorge Luis Borges, “lo ha perjudicado la perfección”. La otra, su confesada homosexualidad. El bochornoso proceso al cual fue sometido y su posterior condena, lo convirtieron en un mártir de la discriminación. Así fue como un excelso escritor, un refinado pensador de su tiempo, un transgresor en todo sentido, fue recluido durante décadas en el ostracismo de los escritores no leídos y subido al podio de los homosexuales victimados.
Una sociedad ávida de mirar por el ojo de la cerradura convirtió a Oscar Wilde en el “pobre Oscar Wilde”. Nada hubiera disgustado más a este joven rozagante y feliz, que hizo del placer su máxima aspiración. Esta etiqueta de “pobre Oscar Wilde” lo colocó malignamente en el estante de los homosexuales que escriben. Pero por cierto, ante todo, y aun antes de su condición sexual, Wilde, novelista, poeta, crítico literario y autor teatral, fue uno de los más grandes escritores de habla inglesa, lo que no es decir poco si en esa fila se ubican Shakespeare, G. B. Shaw, Yeats, T. S. Eliot, Chaucer, Milton, Swift, W. Blake, Walter Scott, Dickens, Stevenson, Conrad, D.H. Lawrence, Joyce y Virginia Woolf, por mencionar sólo algunos.
Si bien, como solía decir el poeta francés Mallarmé, ningún verdadero artista “es contemporáneo de su época, su tiempo es el futuro”, el malentendido que sufrió Wilde se extendió casi durante un siglo, a partir de su temprana muerte.
Exponente del esteticismo cuya principal característica era la defensa del arte por el arte, su palabra quedó firmemente grabada en su única novela, El retrato de Dorian Gray, varios libros de cuentos y poemas y en sus comedias entre las que se destacan La importancia de llamarse Ernesto, Una mujer sin importancia y, por cierto, Salomé.
Víctima de su sociedad y de su tiempo, Wilde vivió durante la segunda mitad del siglo XIX en Londres, la capital del más vasto y poderoso imperio de este tiempo. Esa grandeza fue su ruina.
La era victoriana
La vida de Oscar Wilde coincidió con Ia de Victoria 1 (1819-1901), reina de Gran Bretaña e Irlanda (1837-1901) y emperatriz de la India (1876-1901). La mujer, gran administradora, movilizada por su profunda ambición, simbolizó la consolidación imperial de su país. Llevó a sus súbditos a una prosperidad sin precedentes que se tradujo, además, en un entusiasmo nacionalista pocas veces repetido. Su influencia fue tan grande que, al período que abarca su largo reinado, y por cierto larga vida, se lo denomina “era victoriana”.
La era victoriana se caracterizó por algo más que expansionismo económico. Es la etapa de la consolidación de la dirigencia de “la gran fábrica del mundo” y el surgimiento y reafirmación de la clase media, y simultáneamente, de las primeras reacciones ante la explosión positivista. Las ideas de Charles Darwin (1809-1882) expresadas en El origen de las especies por medio de la selección natural (1859) conmocionaron al mundo y dieron por tierra con todo lo difundido acerca del origen mágico de la vida. Se sacudieron los valores hasta entonces conocidos, y muchos nobles sintieron temblar sus nobles cabezas. La reacción no se hizo esperar. La reina, no muy a gusto con los dichos del naturalista de la evolución, alimentó un retorno al conservadorismo. Esto se tradujo en un enfoque místico que se apoderó de las letras y las artes. Además, ante la abundancia de bienes y la presencia de frutos exóticos provenientes de las colonias ¿a quién le importaban esas teorías descabelladas del abuelo de los hombres?
La gran cultura oficial, que cantaba loas al refulgente imperio, tuvo empero, manifestaciones discordantes. Los jóvenes de las últimas décadas del siglo, buscando diferenciarse de los mayores, y quizá asqueados por tanto materialismo, adscribieron a dos formas de disidencia: los bohemios, críticos por izquierda, inconformistas y cultores del positivismo, eran admiradores de Darwin y alentaban el progreso de las ideas. En la otra vereda, los dandis, disidentes por derecha, ociosos, tenían aversión al dinero pero lo usaban, renegaban del matrimonio y exaltaban la conversación y el hacer nada, como catecismo. Profundamente antifeministas, algunos de sus miembros se sometieron a una vida de abstinencia y otros se entregaron a las relaciones homosexuales, palabra aún no conocida en la sociedad.
Ninguno de ellos había dado demasiada importancia a otra obra que ya circulaba como verdad irrefutable en los círculos científicos oficiales. En 1886, Richard von Krafft-Ebing (1840-1902), neuropsicólogo alemán, había publicado Psicopatías sexuales, historias clínicas sobre la “desviación sexual”. En esa obra aparecía por primera vez mencionada como una patología, la hemofilia, entre otras “desviaciones”. Este dato sería relevante en un juicio que terminaría no sólo con la libertad de Oscar Wilde sino con su propia vida.
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