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Rey Jesús

Rey Jesús, una novela de Robert Graves

Rey Jesús, una novela de Robert Graves

Resumen del libro:

Con un punto de vista heterodoxo sobre la vida y hechos de Jesús de Nazaret —quizá uno de los personajes históricos aún más desconocidos—, el autor se aparta de un sistema de pensamiento católico que acepta mediante la fe muchos acontecimientos relatados en los Evangelios y que trascienden de la comprensión humana. Pero, como él mismo dice en el comentario histórico de su obra: «Quede al menos claro que respeto a Jesús por haber sido más coherente, más inflexible y más leal a su Dios de lo que consideran muchos cristianos». Rey Jesús es una hipótesis convertida en novela apasionante.

I – SIMPLES

Yo, Agabo el Decapolitano, he comenzado esta obra en Alejandría el año noveno del emperador Domiciano y la he acabado en Roma en el año décimo tercero del mismo. Es la historia del hacedor de maravillas Jesús, legitimo heredero de los dominios de Herodes, rey de los judíos, que en el año quincuagésimo del emperador Tiberio fue condenado a muerte por Poncio Pilatos, el gobernador general de Judea. De las muchas hazañas de Jesús, no fue ésta la menos fabulosa: aunque sus ejecutores certificaron su muerte después de una crucifixión normal, y lo pusieron en una tumba, volvió dos días después al lado de sus amigos galileos de Jerusalén y los convenció de que no era un espectro; luego dijo adiós y desapareció de modo igualmente misterioso. El Rey Jesús (porque tenía derecho a ser así llamado) es ahora adorado como un dios por una secta conocida como los crestianos gentiles.

Crestianos es el nombre común de los cristianos, es decir «seguidores del rey ungido». Crestianos significa «seguidores del Chrestos, o buen hombre» —bueno en el sentido de simple, integro, llano, auspicioso— y por lo tanto es un término menos sospechoso para las autoridades que «cristianos»; porque la palabra christos sugiere desafío al emperador, que ha expresado su intención de aplastar de una vez para todas el nacionalismo judío. Por supuesto, «chrestos» puede usarse en el sentido peyorativo de «simple». Chrestos ei, «¡Qué hombre tan simple eres!» fueron las palabras exactas que dirigió desdeñosamente Poncio Pilatos a Jesús la mañana de la crucifixión; y como los cristianos se enorgullecen de su simplicidad, que los más sinceros entre ellos llevan a extravagantes extremos, recibiendo del mundo el mismo desdén que el propio Rey Jesús, no rechazan el nombre de «los simples».

Originariamente esta fe se limitaba a los judíos, que tenían una idea de Jesús muy distinta de la popularizada por los crestianos gentiles; luego se difundió gradualmente de los judíos de Palestina a los de la Diáspora, cuyas comunidades se encuentran en Babilonia, Siria, Grecia, Italia, Egipto, Asia Menor, Libia, España —en verdad, en casi todos los países del mundo—, y ahora se ha tornado internacional, y los gentiles son decididamente la mayoría. Porque el visionario Pablo de Tarso, que dirigió el cisma gentil y sólo era medio judío, admitió de buena gana en su iglesia a los numerosos gentiles convertidos a la fe judía y conocidos como temerosos de Dios, a quienes asustaban la circuncisión y los rigores rituales del judaísmo y que por esto se veían impedidos de convertirse en hijos de Abraham con todos los honores. Pablo declaró que la circuncisión era innecesaria para la salvación y que el mismo Jesús había tomado a la ligera las leyes ceremoniales judías fundándose en que la virtud moral supera a la escrupulosidad ritual a los ojos de Jehová, el dios judío. Pablo les aseguró también que Jesús (a quien nunca conoció) había dado la orden póstuma de que fuera institución permanente de la iglesia crestiana la comida simbólica de su cuerpo y la bebida de su sangre. Este rito, conocido como eucaristía, proporciona un bienvenido puente entre el judaísmo y los cultos sirios y egipcios del misterio —me refiero a aquéllos en que se come sacramentalmente el sagrado cuerpo de Tammuz y se bebe sacramentalmente la sagrada sangre de Dionisos—; y por ese puente han pasado miles de conversos. Sin embargo, los crestianos judaicos rechazan la eucaristía por idólatra. También rechazan por blasfema la idea crestiana gentil de que Jesús tiene con Jehová una relación muy parecida, por ejemplo, a la del Dios Dionisos con el padre Zeus que lo engendró en la ninfa Semele. Un dios engendrado, dicen los judíos, debe tener lógicamente una madre; y niegan que Jehová haya tenido el menor trato con ninfas o con diosas.

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