Resumen del libro:
“Retorno a Roissy”, de Pauline Réage, es una secuela impactante de la célebre “Historia de O”. Con esta obra, Réage nos lleva de vuelta al oscuro y perturbador mundo de Roissy, desnudando la mórbida realidad que subyace a la ascesis erótica que dominaba en su predecesora. En lugar del claustro místico y consagrado al amor transformado, nos encontramos ante un burdel de lujo, revelando la banalidad y la degradación que el erotismo fanático había escondido.
La narrativa de “Retorno a Roissy” sigue el destino de O, quien es abandonada por Sir Stephen al regresar a Roissy. Sin embargo, la atmósfera del relato cambia drásticamente. La imagen idealizada de un templo del amor se desmorona, y lo que queda es una visión cruda y desmitificadora de sus personajes y su entorno. Las mujeres que allí residen son presentadas como prostitutas comunes, y Sir Stephen, el “fascinante príncipe de ojos grises”, se revela como un delincuente y estafador. Este cambio radical de perspectiva ofrece una crítica feroz a la romantización de la sumisión y la erotización del dolor.
Pauline Réage, seudónimo de Dominique Aury, fue una escritora francesa que ganó notoriedad por su audaz exploración del erotismo y la sumisión en “Historia de O”. Con “Retorno a Roissy”, Réage no solo continúa la historia, sino que también desafía y desmantela las idealizaciones creadas en su obra anterior. Su escritura es tan fascinante como perturbadora, obligando al lector a confrontar las realidades más incómodas del deseo y la dominación.
El postfacio de André Pieyre de Mandiargues añade una capa de análisis crítico esencial al libro, comparando “Retorno a Roissy” con una mina a punto de estallar y destruir el castillo mítico de O. Esta metáfora subraya la intención de Réage de desmantelar el mito que había construido, exponiendo las grietas y los peligros inherentes en la glorificación del sufrimiento y la sumisión.
En conclusión, “Retorno a Roissy” es una obra que desafía y provoca. Pauline Réage desmonta su propio mito, revelando la degradación detrás del erotismo sublime y enfrentándonos a una realidad más sombría y menos glamorosa. Este libro es una lectura esencial para quienes buscan comprender las complejidades del deseo y las sombras que se ocultan tras las fantasías eróticas.
UNA MUCHACHA ENAMORADA
Cierto día, una muchacha enamorada dijo al hombre que amaba: yo también podría escribir una de esas historias que te gustan… ¿Tú crees?, respondió él. Se encontraban dos o tres veces a la semana, pero nunca en las vacaciones, nunca en los fines de semana. Cada uno robaba a la familia o al trabajo el tiempo que pasaban juntos. En las tardes de enero y de febrero, cuando los días se alargan y el sol envía desde el oeste reflejos rojos sobre el Sena, se paseaban sobre las orillas, por el Quai de Grands-Augustins, por el de la Toumelle, se abrazaban bajo la sombra de los puentes. Un vagabundo les gritó una vez: ¿Quieren que les pague una habitación? Sus refugios cambiaban a menudo. El viejo coche, que la chica conducía, los llevaba al Zoo para ver las jirafas, o a Bagatelle, en primavera, para ver los lirios y las clemátides, o en otoño, los ásteres. Ella anotaba los nombres de los ásteres: azul niebla, violeta, rosa pálido, sin saber por qué, pues jamás ha podido plantarlos (y, sin embargo, volveremos a encontrarnos con los ásteres). Pero Vicennes, o el Bosque, eso está lejos. En el Bosque te encuentras con personas que te reconocen. Quedaban las habitaciones, en efecto. La misma muchas veces seguidas. U otras, según el azar. Hay extrañas dulzuras en la luz mortecina de los cuartos de alquiler en los hoteles de las estaciones; el lujo modesto de la gran cama que, al partir, abandonamos con las sábanas deshechas, tiene sus encantos. Llega un momento en que no se puede separar el ruido de las palabras y de los suspiros del ronroneo continuo de los motores y del chirrido de los neumáticos que sube desde la calle. Durante muchos años, estos momentos furtivos y tiernos, durante la tregua que sigue al amor —piernas mezcladas y abrazos deshechos—, habían sido arrullados por esas charlas, en las que los libros ocupan el primer lugar. Los libros representaban su única libertad total, su patria común, sus verdaderos viajes; ellos habitaban los libros como otros el hogar familiar; tenían en los libros sus compatriotas y sus hermanos; los poetas habían escrito para ellos, las cartas de antiguos amantes les llegaban a través de la oscuridad de lenguajes arcaicos, de costumbres y de modas desaparecidas —y todo se leía en voz baja, dentro de la habitación ignorada, sórdido y milagroso torreón donde, a ciertas horas, las olas de fuera venían en vano a golpear. No disponían de una noche entera—. Era preciso, de pronto, a tal o cual hora —el reloj siempre en la muñeca— volver a salir. Era preciso volver cada uno a su calle, a su casa, a su cuarto, a su lecho de todos los días, volver junto a aquellos a quienes nos liga otra forma de inexpiable amor, a los que por el azar, la juventud o por nosotros mismos nos hemos entregado de una vez por todas, y a los que no se puede abandonar ni herir cuando se está en el corazón de sus vidas. Él, en su cuarto, no estaba solo. Ella estaba sola en el suyo. Una tarde, después de aquel «¿Tú crees?» de la primera página, y sin tener la menor idea de que encontraría un día en un catastro el apellido Réage y que se permitiría tomar prestado el nombre de pila de dos célebres desvergonzadas, Pauline Borghése y Pauline Roland, una tarde, aquella para quien hablo ahora, y con todo derecho, ya que si yo no tengo nada de ella, ella lo tiene todo de mí, y antes que nada la voz, una tarde, digo, esta joven, en lugar de coger un libro antes de dormirse, acostada con las piernas encogidas, como un perrillo, y sobre el lado izquierdo, con un lápiz negro en la mano derecha, comenzó a escribir la historia que había prometido.
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