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Retórica

Libro Retórica, de Aristóteles

Resumen del libro:

Aristóteles, filósofo y discípulo de Platón, emerge como el maestro indiscutible de la retórica en su obra seminal “Retórica”. En este tratado, el genio griego no se limita a desentrañar los secretos del arte de hablar persuasivamente, sino que trasciende hacia una exploración profunda de la ética, la política y la dialéctica.

La travesía literaria de Aristóteles se destaca por su audaz desviación de los senderos convencionales y su resistencia a caer en las artimañas retóricas sofísticas. En una sociedad antigua donde la palabra era esencial para el ejercicio político y el discurso público, Aristóteles erige su obra como un faro intelectual, iluminando no solo las tácticas persuasivas, sino también la evaluación de la realidad y la toma de decisiones fundamentadas.

En este tratado, el autor despliega una técnica magistral para enseñar el arte de la persuasión, destacando la importancia del logos, pathos y ethos. No obstante, la grandeza de “Retórica” radica en su capacidad para trascender los límites de un simple manual retórico. Aristóteles teje hábilmente su obra en la intersección de la ética y la política, proporcionando no solo las herramientas para convencer, sino también el discernimiento necesario para evaluar la verdad y la rectitud en el discurso y la acción.

En definitiva, “Retórica” no es solo un compendio de técnicas verbales, sino una obra maestra que invita a reflexionar sobre la naturaleza misma de la persuasión, la moralidad y la toma de decisiones. Aristóteles, con su aguda visión filosófica, nos entrega un legado intelectual que trasciende las épocas, marcando su impronta como el guía esencial para aquellos que buscan no solo persuadir, sino comprender y orientarse en la intrincada trama de la vida política y ética.

1. LA «SITUACIÓN» DE LA RETÓRICA

Desde hace algo más de medio siglo —en particular, desde el encuentro entre las obras de W. Jaeger y los métodos de análisis de la filosofía hermenéutica— viene hablándose de la «escritura» como de un problema fundamental de la interpretación de Aristóteles. Para comprender este problema hay que partir de la base, según acaba de hacerlo E. Lledó, de que «las palabras aristotélicas se han incorporado frecuentemente al discurso de sus intérpretes y han formado con ellos una amalgama en la que adquirían inesperadas, anacrónicas y sorprendentes resonancias». El problema de la «escritura» se plantea, desde este punto de vista, como la necesidad de restablecer el lenguaje originario de Aristóteles mediante una restitución de «la historia real de la que, en todo momento, se alimentó ese lenguaje». Pero como lo que obstaculiza esa tarea es precisamente el discurso de los intérpretes, resulta entonces que la restitución de tal lenguaje originario está condicionada a la crítica de los otros lenguajes: al aislamiento de las tradiciones en que ellos nacen y de las adherencias que incorporan, todas las cuales ocultan la historia real del discurso aristotélico en la medida en que postulan, y reproducen, su propia historia.

El problema de la «escritura» se ofrece, pues, en principio, y acaso prioritariamente, como el problema de las «lecturas» de Aristóteles. Ahora bien, considerado así el asunto, tal vez ninguno de los que hoy conocemos como libros del filósofo ha conocido una suerte tan peculiar como la Retórica: ninguno, cuando menos, ha provocado a lo largo de la historia un conjunto de juicios —de lecturas— tan extrañamente variables. Aun si nos atenemos en exclusividad a la crítica contemporánea, es llamativo el que la diferencia de opiniones alcance no sólo a la interpretación particular del texto o a problemas concretos de la composición del libro (cosas ambas nada sorprendentes en Aristóteles), sino a zonas un tanto más insólitas, como, por ejemplo, a su posición en el Corpus, a su importancia y significado teóricos o, en fin, a la naturaleza misma del objeto —del saber— a que se refiere. En la banda más extrema de estas opiniones, Ross ve en la Retórica «una curiosa síntesis de crítica literaria y de lógica, de ética, de política y de jurisprudencia de segundo orden, mezcladas hábilmente por un hombre que conoce las debilidades del corazón humano y que sabe cómo jugar con ellas». Si se plantea así el análisis, no es difícil concluir que la obra «tiene menos vivacidad que la mayoría de las otras obras de Aristóteles». Pero también podría decirse que una tal opinión responde sólo al clima de ignorancia o de hostilidad hacia la retórica —«un arte olvidado y malquerido», por usar las palabras de B. Munteano—, que ha dominado el lenguaje de la crítica durante el último siglo y medio. En la banda opuesta, en efecto, Perelman ha reivindicado a la retórica como el modelo propio de una «lógica de lo preferible», que debe decidir en materia de las opciones éticas y políticas y que ha de ser concebida, por lo tanto, con mayor extensión que la lógica de las ciencias. Basta este cambio de coordenadas y la óptica corrige estrictamente su sentido. El paradigma de tal «lógica», dice Perelman, es la Retórica de Aristóteles. Su importancia crece en el contexto del Corpus. Y la obra misma resulta ser ahora «una obra que se acerca extrañamente a nuestras preocupaciones actuales»….

En realidad, los movimientos favorables a una enérgica recuperación de la retórica en general y del análisis del modelo aristotélico en particular comienzan hoy a ser amplios y acreditados. Incluso limitándose a investigaciones comunes del ámbito filosófico (es decir, excluyendo parcelas más concretas, como las del análisis estético o de la historia y crítica literarias, en las que el fenómeno es semejante, si no más fértil), el panorama que se ofrece resulta significativo. La reivindicación de Perelman se ha visto en parte atendida por las reflexiones de teoría de la comunicación que, aplicando al programa aristotélico los análisis semiótico-pragmáticos de Morris, pretenden introducir una «nueva retórica científica», en el sentido, por ejemplo, en que la ha delimitado W. Schramm. La propuesta de I. A. Richards de superar «la superstición del significado propio» mediante un recurso a la retórica como «estudio de las malas interpretaciones del lenguaje», caminaba ya de hecho en esa misma dirección, si bien fijaba más su interés en el carácter refutativo (igualmente aristotélico) de los razonamientos retóricos. Y, por lo demás, ambas perspectivas han sido unificadas y sistematizadas en una serie de trabajos recientes, que parten de S. E. Toulmin y que coinciden en considerar la retórica, de nuevo y sin exclusiones, en el contexto de los «usos de la argumentación».

Desde otro punto de vista, la recuperación de la retórica se ha hecho asimismo plausible. En Verdad y Método de Gadamer, el análisis de la retórica aparecía como un problema esencial para la «historia de la recepción de las tradiciones». Y en La metáfora viva de P. Ricoeur, como uno de los dos vectores —juntamente con la poética— de la transformación del lenguaje natural en los lenguajes codificados de los distintos saberes. Ahora bien, si con ello el papel de la retórica ha crecido (como se ve por Apel y Habermas) hasta el punto de convertirse en un nivel de análisis necesario para el diálogo de las tradiciones ideológico-culturales, por otra parte, el encuentro de la hermenéutica y el estructuralismo ha traído consecuencias que explícitamente incluyen la consideración del análisis retórico. La situación de «extrañamiento», a que se refiere R. Barthes y sin la que no cabe concebir interpretaciones textuales solventes, ha resultado ser un principio de gran eficacia, tanto si se aplica a la semántica en el sentido de J. Greimas, como si se refiere a la recepción social (y a su papel como fenómeno del «mensaje») de que tratan algunos trabajos de G. Genette, J. Durand y C. Bremond. Que todos estos estudios no deben ser considerados como piezas aisladas o cómo fragmentos fortuitos, lo demuestra el que han sido transformados en una «disciplina» del programa estructuralista cuyo mejor ejemplo es ahora la Rhétorique générale del grupo μ. Y, por otra parte, que las propuestas hermenéutico-estructuralistas no tienen por qué ser discrepantes o inconciliables con el punto de vista semiótico, se percibe con claridad a través de los análisis de D. Breuer, en los que ambas perspectivas conviven y se exigen mutuamente. Con ello, en fin, aparecen justificadas las palabras de H. Schanze, según las cuales «se ha formado una nueva situación que sólo puede designarse como renacimiento de la retórica».

Retórica: Aristóteles

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