Resumen del libro:
Renacimiento está basada en un hecho real: el suicidio del cineasta Juzo Itami, cuñado de Kenzaburo Oé, que conmocionó a la sociedad japonesa y en el que muchos siguen viendo la mano de la yakuza, la mafia japonesa. Oé relata sus encuentros y los de Itami con el violento mundo de esta banda criminal, a la que ambos se enfrentaron en sus creaciones, y, entrelazando la crudeza de la realidad con la fuerza de la ficción, teje una historia que conecta la pérdida con la esperanza de nuevos nacimientos.
Prefacio
LAS REGLAS DEL TAGAME
1
Tumbado en el camastro de la biblioteca, Kogito escuchaba atentamente por los auriculares. Tras las palabras «Eso es lo que hay, me voy al otro lado», sonó el ruido de algo pesado al caer al suelo. Hubo una pausa y Goro prosiguió: «Aunque eso no quiere decir que se vaya a interrumpir la comunicación entre nosotros: para eso precisamente he puesto en marcha el sistema del tagame. Pero te dejo, que a ese lado ya será tarde. ¡Buenas noches!».
Sin acabar de entender lo sucedido, Kogito sintió el profundo dolor de la tristeza, como si se le desgarrasen los ojos por dentro, a través de los oídos. Se quedó tendido unos instantes y devolvió el tagame a su estante para tratar de dormir. Había tomado un antigripal que le había dejado algo adormilado, y al cabo de un rato logró conciliar el sueño. Pero no tardó en despertarle un leve ruido. La luz fluorescente de la lámpara que colgaba del techo inclinado bañaba con su pálido fulgor el rostro de su mujer.
—Goro se ha suicidado. Quería salir sin despertarte pero no me gustaría que Akari se sobresaltara al ver a tanto periodista. —Así le informó Chikashi de lo ocurrido a su hermano, amigo de Kogito desde los diecisiete años.
Kogito ansiaba con desesperación que el tagame, como los teléfonos móviles cuando reciben un mensaje, emitiese algún tipo de señal.
—Le han pedido a Umeko que identifique el cadáver y voy a ir con ella —continuó Chikashi, reprimiendo toda emoción.
—Te acompaño hasta que veas a la familia y luego volveré para atender el teléfono —respondió Kogito, sintiendo que algo en su interior se paralizaba—. No creo que se pongan a llamar tan pronto.
Chikashi seguía allí de pie, en silencio, bajo la luz fluorescente. Observó cómo Kogito salía de su camastro y se ponía con desgana la ropa interior, la camisa de lana y los pantalones de pana (era pleno invierno). Cuando Kogito se puso el jersey e hizo ademán de alcanzar el tagame, ella lo detuvo con voz contundente.
—¿Para qué vas a llevarte eso? Es el radiocasete donde escuchas las cintas que te envía Goro, ¿verdad? Quién te ha visto y quién te ve; antes te habría parecido absurdo perder el tiempo con algo tan inútil.
…