Resumen del libro:
Aleksandr Sergeyevich Pushkin, un nombre que resuena con reverencia en los corazones de los rusos y en la historia de la literatura mundial. Es considerado el “padre de las letras rusas”, una figura cuya genialidad es indiscutible incluso en medio de las diversas opiniones sobre otros grandes escritores rusos. La obra de Pushkin trasciende las fronteras de su nación, aunque su reconocimiento internacional puede no estar a la altura de su grandeza, algo que busca corregirse con la publicación de “Relatos del difunto Iván Petróvich Belkin”.
Este volumen no solo ofrece una muestra del talento narrativo de Pushkin, sino que también establece los fundamentos de la prosa que posteriormente dará prestigio universal a la literatura rusa. A través de una colección de relatos, Pushkin nos introduce en la vida y las intrigas de la Rusia del siglo XIX, pintando vívidamente personajes y situaciones que resuenan con la humanidad en todas partes.
“Relatos del difunto Iván Petróvich Belkin” es un compendio de historias que abarcan una variedad de géneros y tonos, desde la comedia hasta el drama, desde la sátira hasta la melancolía. Cada relato es una pequeña joya literaria, hábilmente elaborada con una prosa elegante y una profundidad psicológica que revela la maestría de Pushkin en el arte de contar historias.
En estas páginas, nos encontramos con personajes inolvidables, desde el mismo Iván Petróvich Belkin, un joven oficial con un destino trágico, hasta la misteriosa princesa Marya Gavrilovna, cuya belleza enciende pasiones y despierta intrigas. A través de sus relatos, Pushkin nos transporta a un mundo lleno de color y vitalidad, donde la tragedia y la comedia se entrelazan en un tapiz narrativo que cautiva al lector desde la primera página hasta la última.
Pero más allá del entretenimiento, estos relatos también ofrecen una mirada profunda a la sociedad rusa de la época, con todas sus contradicciones y complejidades. Pushkin no solo nos entretiene, sino que también nos invita a reflexionar sobre temas universales como el amor, la muerte, la ambición y la redención.
En resumen, “Relatos del difunto Iván Petróvich Belkin” es una obra indispensable para todo amante de la literatura, tanto para aquellos que buscan sumergirse en la rica tradición literaria rusa como para aquellos que simplemente disfrutan de una buena historia bien contada. Con esta publicación, se ofrece una nueva mirada a la obra de Pushkin, recordándonos una vez más por qué es considerado uno de los más grandes escritores de todos los tiempos.
Quisiera agradecer a Olga Starovóitova sus consejos y correcciones.
—¿Y no querrá una novela rusa?
—¿Pero hay novelas rusas?… ¡Mándame una, querido, por favor mándamela!
A. PUSHKIN, La dama de picas
Amigos, no quiero morir.
Quiero vivir, para pensar, sufrir…
A. PUSHKIN, Elegía (1830)
¿Y esto quién lo hará, eh? ¿Pushkin?
(De una conversación)
ALEKSANDR SERGUÉYEVICH PUSHKIN, de quien en este 1999 se cumplen doscientos años de su nacimiento, fue un genio.
Junto con la idea de que las cosas van de mal en peor, una de las pocas convicciones que todos los rusos comparten es la genialidad de Pushkin. No opinan igual los no rusos, por bastantes razones —el problema de las traducciones es una de ellas—, pero éste es un tema en el que no vamos a entrar.
Pushkin es genial, en primer lugar por su obra poética, versos que la mayoría de los rusos conocen, recitan y a los que acuden en las situaciones más insospechadas.
Pushkin crea con su obra la lengua moderna rusa. Tal vez este hecho resuma su importancia dentro de la cultura de su país.
Pushkin es adorado por su pueblo. Algunos pueden preferir Tolstói a Dostoyevski, Gógol a Chéjov, Tsvetáyeva a Ajmátova, pero nadie discute la primacía del poeta ruso por excelencia. «Pushkin lo es todo», dijo alguien, y es verdad.
Pero además de ser el padre de las letras modernas rusas, Pushkin fue genial en la vida, como escribió Yuri Lotman. Y lo fue aun en su muerte, una muerte violenta tras un duelo, en defensa de su honor, es decir de su libertad, de su manera de vivir y de ser. Murió abatido por un francés —para mayor gloria del arquetipo patriótico—, odiado por la alta sociedad, temido por el zar Nicolás I, y en plena gloria. Murió joven, y así —joven, orgulloso, perseguido, genial y poeta— ha quedado en la historia y en la memoria de los rusos.
Y finalmente, Pushkin dio los primeros pasos —inauguró los temas recurrentes, trazó las futuras líneas de reflexión y marcó las coordenadas formales y los vectores estilísticos— de la prosa rusa. Y estos primeros pasos son Los relatos del difunto Iván Petróvich Belkin.
Pero antes de detenernos en ellos, esbocemos a su autor.
Pushkin nace en Moscú en 1799, en una familia de rancia nobleza, por parte de padre, y de exótico origen, por parte de madre: descendiente de un esclavo abisinio que hizo carrera en la corte de Pedro I.
Que el amor es ciego lo prueba la apariencia de este hombre pequeño, moreno y de pelo ensortijado, es decir la imagen más alejada del patrón eslavo. Sensual, travieso, agudo, orgulloso, apasionado, mordaz, amante de la belleza y de la inteligencia, Pushkin parece más bien un artista del Renacimiento y, desde joven, se inscribe en esa capa de intelectuales ilustrados forjada gracias a la energía modernizadora de Pedro I; una reducida casta que, sin embargo, a principios del siglo XIX, nada o muy poco podía hacer por su país. En suma, carácter, talento, formación y destino se funden en el poeta para forjar, tal vez, la síntesis más trágicamente perfecta del ruso europeo.
Tras estudiar en el Liceo, institución ideada para los nobles despiertos, muy pronto el poeta empieza a crear una obra festiva, elegante, a veces procaz y con pinceladas sociales que pronto lo obligará, como a un héroe romántico, a abandonar Petersburgo camino del destierro. Sus años de exilio en el Sur subrayan el talante byroniano de su obra. En la primera mitad de los años veinte crea sus grandes poemas románticos, pero también entonces empieza a escribir Yevgueni Oneguin, novela en verso, como la llamará él, enciclopedia de la vida rusa, la definirá Belinski, y tal vez el primer paso importante hacia el realismo.
Del rechazo romántico de la realidad, Pushkin evoluciona hacia un concepto más realista de la literatura, actitud crítica y reflexiva que en su obra se diversificará en poesía, teatro y prosa. Pero es en la prosa donde Pushkin halla el motor de su «realismo», en el que se dan los ingredientes que marcan la orientación de la futura prosa rusa: el interés por lo histórico como clave para entender el presente; la preocupación social, propia de un noble ilustrado sencillamente abrumado por una realidad social injusta (sirva de ejemplo el régimen de servidumbre, de casi esclavitud, en que vivía la inmensa mayoría del pueblo ruso); y finalmente la dimensión psicológica, la creación de un héroe capaz de reflexionar, de sentir, a través del cual el lector observa y vive el nada ficticio (no sólo verosímil) escenario narrativo. Es decir, el talante historicista, la actitud social crítica y el enfoque psicológico esbozados por Pushkin se verán prolongados en la posterior prosa rusa: en Guerra y Paz, Crimen y castigo, Las almas muertas, Padres e hijos, etcétera.
Así pues, Pushkin pasa del rechazo a su mundo a la voluntad de entenderlo y, para entenderlo, explicarlo. Pero para ello hace falta un nuevo género, pues la poesía, los «juegos de la armonía» —como la denomina él mismo—, se le antojan insuficientes, y este género es la prosa. Lo que ocurre es que, en opinión de Pushkin, ésta prácticamente no existe en ruso. Pues incluso para escribir una carta de cierta entidad, o para formular sus ideas y reflexiones, el ruso de la época recurre al francés.
Tras varios intentos abandonados en años anteriores, en 1830 Pushkin escribe los Relatos de Belkin, donde en un escenario y con personajes rusos el escritor recorre con talante irónico y desenfadado los estilos narrativos que practican los escritores occidentales. Sin abandonar nunca la poesía —la vertical que mantiene al creador en el espacio de lo eterno, de lo atemporal—, sigue, en los seis años que le quedan de vida, su viaje por la horizontal del tiempo narrativo y de su tiempo histórico: la novela abandonada, que más tarde ya otros titularán Dubrovski, el apellido de su héroe, un noble humillado que se convierte en bandolero; la redonda y fantástica Dama ele picas, donde la mágica y azarosa realidad rusa engulle a un oficial frío, calculador y medio alemán, hasta la histórica y scottiana Hija del capitán, novela en que el amor entregado de un noble quijote ruso nos permite observar las dos caras de un escenario escindido entre el despotismo y la rebelión.
Perdida toda esperanza de cualquier cambio en su país después de la fracasada rebelión de sus amigos los decembristas en 1825, sabiéndose condenado a ni siquiera poder asomarse al exterior (Pushkin nunca pudo salir de Rusia), los últimos años de la vida del poeta están marcados por su imposible deseo de construirse una vida sosegada sin renunciar a ser él mismo. En 1831 se casa con Natalia Goncharova, mujer cuya marmórea belleza intentan compartir con él siempre demasiados pretendientes. Y Pushkin no era de los que compartía la extendida idea de que era un honor que la esposa recibiera los «favores» del zar. Intenta construir su libertad de escritor haciendo de su arte una profesión. Crea incluso una revista —El Contemporáneo— y aspira, si no a hacerse rico, sí al menos a poder vivir de su pluma. Además, le pesa el honor de tener como censor al propio zar. Sueña con retirarse de la capital para poder crear… Pero el zar le concede un título nobiliario humillante y éste dudoso honor lo obliga asistir con su esposa a los fastos reales…
Y, sin embargo, Pushkin escribe, y de vez en cuando replica entre furioso y hastiado a los ataques de la alta sociedad. Y en una de sus salidas alocadas, como en otras ocasiones de su vida, tras haber sido humillado una vez más en una carta anónima, reta en duelo a un dandy francés y recibe de éste un balazo en el estómago, del que morirá.
«¡Se ha puesto el sol de la poesía rusa! ¡Pushkin ha muerto, ha fallecido en la flor de la vida, en la mitad de su glorioso camino!… No nos vemos con fuerzas de decir más, aunque tampoco es necesario: no hay corazón ruso que ignore el valor de esta irreparable pérdida…», reza la única nota necrológica.
Con el fin de evitar desórdenes, es enterrado a escondidas por orden del zar. Pero desde entonces Aleksandr Pushkin se instala en el Olimpo de las letras rusas. Hasta hoy. Como un joven poeta, amante y actor de la libertad, dramaturgo y narrador, artista equilibrado, sensible, sensual e inteligente, autor de una obra espléndida y poco conocida en español de la que aquí se ofrece una breve muestra.
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