Resumen del libro:
Antonia Scott es una mujer muy especial. Tiene un don que es al mismo tiempo una maldición: una extraordinaria inteligencia. Gracias a ella ha salvado decenas de vidas, pero también lo ha perdido todo. Hoy se parapeta contra el mundo en su piso casi vacío de Lavapiés, del que no piensa volver a salir. Ya no queda nada ahí fuera que le interese lo más mínimo.
El inspector Jon Gutiérrez está acusado de corrupción, suspendido de empleo y sueldo. Es un buen policía metido en un asunto muy feo, y ya no tiene mucho que perder. Por eso acepta la propuesta de un misterioso desconocido: ir a buscar a Antonia y sacarla de su encierro, conseguir que vuelva a hacer lo que fuera que hiciera antes, y el desconocido le ayudará a limpiar su nombre. Un encargo extraño aunque aparentemente fácil.
Pero Jon se dará cuenta en seguida de que con Antonia nada es fácil.
Una interrupción
Antonia Scott sólo se permite pensar en el suicidio tres minutos al día.
Para otras personas, tres minutos pueden ser un período minúsculo de tiempo.
No para Antonia. Diríamos que su mente lleva muchos caballos debajo del capó, pero la cabeza de Antonia no es como el motor de un deportivo. Diríamos que es capaz de muchos ciclos de procesamiento, pero la mente de Antonia no es como un ordenador.
La mente de Antonia Scott es más bien como una jungla, una jungla llena de monos que saltan a toda velocidad de liana en liana llevando cosas. Muchos monos y muchas cosas, cruzándose en el aire y enseñándose los colmillos.
Por eso en tres minutos —con los ojos cerrados, sentada en el suelo con los pies descalzos y las piernas cruzadas— Antonia es capaz de:
– calcular la velocidad a la que impactaría su cuerpo contra el suelo si saltara desde la ventana que tiene enfrente;
– la cantidad de miligramos de Propofol necesarios para un sueño eterno;
– el tiempo y la temperatura a la que tendría que estar sumergida en un lago helado para que la hipotermia imposibilitara los latidos de su corazón.
Planea cómo conseguir una sustancia controlada como el Propofol (sobornando a un enfermero) y saber dónde está el lago helado más cercano en esa época del año (Laguna Negra, Soria). Sobre saltar desde su ático prefiere no pensar, porque el ventanuco es bastante estrecho y ella sospecha que la comida repugnante que le sirven en la cafetería del hospital está yendo directa a sus caderas.
Los tres minutos en los que piensa cómo matarse son sus tres minutos.
Son sagrados.
Son lo que la mantiene cuerda.
Por eso no le gusta nada, nada, cuando unos pasos desconocidos, tres pisos más abajo, interrumpen el ritual.
No es ninguno de los vecinos, reconocería la manera de subir las escaleras. Tampoco un mensajero, es domingo.
Sea quien sea, Antonia está segura de que viene a buscarla. Y eso le gusta aún menos.
…