Rebelión en la granja
Resumen del libro: "Rebelión en la granja" de George Orwell
“Rebelión en la granja” es una novela clásica que utiliza la alegoría para explorar los peligros del autoritarismo y la corrupción en la política. A través de su narrativa, el autor George Orwell ilustra cómo incluso las ideas más nobles pueden corromperse cuando se les da demasiado poder a los líderes y se les permite operar sin control.
La historia comienza con una revolución liderada por los cerdos, quienes habían estado leyendo y aprendiendo del viejo y sabio cerdo llamado Old Major. Él les había enseñado la idea de que todos los animales son iguales y deberían unirse para tomar el control de la granja del opresivo dueño humano, el Sr. Jones. Después de que los animales expulsan a Jones, los cerdos lideran el movimiento para establecer una sociedad autogestionada en la que todos los animales son iguales y trabajan juntos para el bien común.
Sin embargo, pronto se hace evidente que los cerdos, liderados por los ambiciosos y astutos Napoleón y Snowball, están más interesados en el poder que en la igualdad. A medida que el tiempo pasa, los cerdos comienzan a utilizar la propaganda y la manipulación para mantener a los demás animales bajo su control. Gradualmente, se convierten en una versión corrupta de los humanos que antes habían luchado por expulsar. Los cerdos se muestran cada vez más dispuestos a cambiar las reglas y a adaptar la historia de la granja para justificar sus propias acciones autoritarias.
La novela es una crítica mordaz al comunismo soviético y a la traición de los ideales socialistas por parte de los líderes revolucionarios. En su momento, se consideró una obra importante en la lucha contra la propaganda y la manipulación política, que eran características del régimen de Stalin.
En última instancia, “Rebelión en la granja” es una advertencia sobre los peligros de la tiranía y la importancia de mantener la vigilancia contra aquellos que buscan imponer su voluntad sobre los demás. La novela también destaca la necesidad de que las personas mantengan la capacidad de pensar críticamente y de resistirse a la manipulación y la propaganda para evitar que se corrompan sus ideales y libertades.
I
El señor Jones, propietario de la Granja Manor, cerró por la noche los gallineros, pero estaba demasiado borracho para recordar que había dejado abiertas las ventanillas. Con la luz de la linterna danzando de un lado a otro cruzó el patio, se quitó las botas ante la puerta trasera, sirvióse una última copa de cerveza del barril que estaba en la cocina y se fue derecho a la cama, donde ya roncaba la señora Jones.
Apenas se hubo apagado la luz en el dormitorio, empezó el alboroto en toda la granja. Durante el día se corrió la voz de que el Viejo Mayor, el verraco premiado, había tenido un sueño extraño la noche anterior y deseaba comunicárselo a los demás animales. Habían acordado reunirse todos en el granero principal cuando el señor Jones se retirara. El Viejo Mayor (así le llamaban siempre, aunque fue presentado en la exposición bajo el nombre de Willingdon Beauty) era tan altamente estimado en la granja, que todos estaban dispuestos a perder una hora de sueño para oír lo que él tuviera que decirles.
En un extremo del granero principal, sobre una especie de plataforma elevada, Mayor se encontraba ya arrellanado en su lecho de paja, bajo una linterna que pendía de una viga. Tenía doce años de edad y últimamente se había puesto bastante gordo, pero aún era un cerdo majestuoso de aspecto sabio y bonachón, a pesar de que sus colmillos nunca habían sido cortados. Al poco rato empezaron a llegar los demás animales y a colocarse cómodamente, cada cual a su modo. Primero llegaron los tres perros, Bluebell, Jessie y Pincher, y luego los cerdos, que se arrellanaron en la paja delante de la plataforma. Las gallinas se situaron en el alféizar de las ventanas, las palomas revolotearon hacia los tirantes de las vigas, las ovejas y las vacas se echaron detrás de los cerdos y se dedicaron a rumiar. Los dos caballos de tiro, Boxer y Clover, entraron juntos, caminando despacio y posando con gran cuidado sus enormes cascos peludos, por temor de que algún animalito pudiera hallarse oculto en la paja. Clover era una yegua robusta, entrada en años y de aspecto maternal que no había logrado recuperar la silueta después de su cuarto potrillo. Boxer era una bestia enorme, de casi quince palmos de altura y tan fuerte como dos caballos normales juntos. Una franja blanca a lo largo de su hocico le daba un aspecto estúpido, y, ciertamente no era muy inteligente, pero sí respetado por todos dada su entereza de carácter y su tremenda fuerza para el trabajo. Después de los caballos llegaron Muriel, la cabra blanca, y Benjamín, el burro. Benjamín era el animal más viejo y de peor genio de la granja. Raramente hablaba, y cuando lo hacía, generalmente era para hacer alguna observación cínica; diría, por ejemplo, que «Dios le había dado una cola para espantar las moscas, pero que él hubiera preferido no tener ni cola ni moscas». Era el único de los animales de la granja que jamás reía. Si se le preguntaba por qué, contestaba que no tenía motivos para hacerlo. Sin embargo, sin admitirlo abiertamente, sentía afecto por Boxer; los dos pasaban, generalmente, el domingo en el pequeño prado detrás de la huerta, pastando juntos, sin hablarse.
Apenas se echaron los dos caballos, cuando un grupo de patitos que habían perdido la madre entró en el granero piando débilmente y yendo de un lado a otro en busca de un lugar donde no hubiera peligro de que los pisaran. Clover formó una especie de pared con su enorme pata delantera y los patitos se anidaron allí durmiéndose enseguida. A última hora, Mollie, la bonita y tonta yegua blanca que tiraba del coche del señor Jones, entró afectadamente mascando un terrón de azúcar. Se colocó delante, coqueteando con sus blancas crines a fin de atraer la atención hacia los lazos rojos con que había sido trenzada. La última en aparecer fue la gata, que buscó, como de costumbre, el lugar más cálido, acomodándose finalmente entre Boxer y Clover; allí ronroneó a gusto durante el desarrollo del discurso de Mayor, sin oír una sola palabra de lo que éste decía.
Ya estaban presentes todos los animales —excepto Moses, el cuervo amaestrado, que dormía sobre una percha detrás de la puerta trasera—. Cuando Mayor vio que estaban todos acomodados y esperaban con atención, aclaró su voz y comenzó:
—Camaradas: os habéis enterado ya del extraño sueño que tuve anoche. Pero de eso hablaré luego. Primero tengo que decir otra cosa. Yo no creo, camaradas, que esté muchos meses más con vosotros y antes de morir estimo mi deber transmitiros la sabiduría que he adquirido. He vivido muchos años, dispuse de bastante tiempo para meditar mientras he estado a solas en mi pocilga y creo poder afirmar que entiendo el sentido de la vida en este mundo, tan bien como cualquier otro animal viviente. Es respecto a esto de lo que deseo hablaros.
»Veamos, camaradas: ¿Cuál es la realidad de esta vida nuestra? Encarémonos con ella: nuestras vidas son tristes, fatigosas y cortas. Nacemos, nos suministran la comida necesaria para mantenernos y a aquellos de nosotros capaces de trabajar nos obligan a hacerlo hasta el último átomo de nuestras fuerzas; y en el preciso instante en que ya no servimos, nos matan con una crueldad espantosa. Ningún animal en Inglaterra conoce el significado de la felicidad o la holganza después de haber cumplido un año de edad. No hay animal libre en Inglaterra. La vida de un animal es sólo miseria y esclavitud; ésta es la pura verdad.
»Pero, ¿forma esto parte realmente, del orden de la naturaleza? ¿Es acaso porque esta tierra nuestra es tan pobre que no puede proporcionar una vida decorosa a todos sus habitantes? No, camaradas; mil veces no. El suelo de Inglaterra es fértil, su clima es bueno, es capaz de dar comida en abundancia a una cantidad mucho mayor de animales que la que actualmente lo habita. Solamente nuestra granja puede mantener una docena de caballos, veinte vacas, centenares de ovejas; y todos ellos viviendo con una comodidad y una dignidad que en estos momentos está casi fuera del alcance de nuestra imaginación. ¿Por qué, entonces, continuamos en esta mísera condición? Porque los seres humanos nos arrebatan casi todo el fruto de nuestro trabajo. Ahí está, camaradas, la respuesta a todos nuestros problemas. Todo está explicado en una sola palabra: el Hombre. El hombre es el único enemigo real que tenemos. Haced desaparecer al hombre de la escena y la causa motivadora de nuestra hambre y exceso de trabajo será abolida para siempre.
»El hombre es el único ser que consume sin producir. No da leche, no pone huevos, es demasiado débil para tirar del arado y su velocidad ni siquiera le permite atrapar conejos. Sin embargo, es dueño y señor de todos los animales. Los hace trabajar, les da el mínimo necesario para mantenerlos y lo demás se lo guarda para él. Nuestro trabajo labora la tierra, nuestro estiércol la abona y, sin embargo, no existe uno de nosotros que posea algo más que su pellejo. Vosotras, vacas, que estáis aquí, ¿cuántos miles de litros de leche habéis dado este último año? ¿Y qué se ha hecho con esa leche que debía servir para criar terneros robustos? Hasta la última gota ha ido a parar al paladar de nuestros enemigos. Y vosotras, gallinas, ¿cuántos huevos habéis puesto este año y cuántos pollitos han salido de esos huevos? Todo lo demás ha ido a parar al mercado para producir dinero para Jones y su gente. Y tú, Clover, ¿dónde están estos cuatro potrillos que has tenido, que debían ser sostén y alegría de tu vejez? Todos fueron vendidos al año; no los volverás a ver jamás. Como recompensa por tus cuatro criaturas y todo tu trabajo en el campo, ¿qué has tenido, exceptuando tus escuálidas raciones y un pesebre?
»Ni siquiera nos permiten alcanzar el término natural de nuestras míseras vidas. Por mí no me quejo, porque he sido uno de los afortunados. Tengo doce años y he tenido más de cuatrocientas criaturas. Tal es el destino natural de un cerdo. Pero al final ningún animal se libra del cruel cuchillo. Vosotros, jóvenes cerdos que estáis sentados frente a mí, cada uno de vosotros va a gemir por su vida dentro de un año. A ese horror llegaremos todos: vacas, cerdos, gallinas, ovejas; todos. Ni siquiera los caballos y los perros tienen mejor destino. Tú, Boxer, el mismo día que tus grandes músculos pierdan su fuerza, Jones te venderá al descuartizador, quien te cortará el pescuezo y te cocerá para los perros de caza. En cuanto a los perros, cuando están viejos y sin dientes, Jones les ata un ladrillo al pescuezo y los ahoga en el estanque más cercano.
»¿No resulta entonces de una claridad meridiana, camaradas, que todos los males de nuestras vidas provienen de la tiranía de los seres humanos? Eliminad tan sólo al Hombre y el producto de nuestro trabajo nos pertenecerá. Casi de la noche a la mañana, nos volveríamos ricos y libres. Entonces, ¿qué es lo que debemos hacer? ¡Trabajar noche y día, con cuerpo y alma, para derrocar a la raza humana! Ése es mi mensaje, camaradas: ¡Rebelión! Yo no sé cuándo vendrá esa rebelión; quizá dentro de una semana o dentro de cien años; pero sí sé, tan seguro como veo esta paja bajo mis patas, que tarde o temprano se hará justicia. ¡Fijad la vista en eso, camaradas, durante los pocos años que os quedan de vida! Y, sobre todo, transmitid mi mensaje a los que vengan después, para que las futuras generaciones puedan proseguir la lucha hasta alcanzar la victoria.
»Y recordad, camaradas: vuestra voluntad jamás deberá vacilar. Ningún argumento os debe desviar. Nunca hagáis caso cuando os digan que el Hombre y los animales tienen intereses comunes, que la prosperidad de uno es también la de los otros. Son mentiras. El Hombre no sirve los intereses de ningún ser exceptuando los suyos propios. Y entre nosotros los animales, que haya perfecta unidad, perfecta camaradería en la lucha. Todos los hombres son enemigos. Todos los animales son camaradas.
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George Orwell. Seudónimo de Eric Arthur Blair, fue un destacado escritor y periodista británico nacido en la India en 1903. Su obra se caracteriza por la denuncia de los peligros del totalitarismo y su defensa del socialismo democrático. Entre sus obras más reconocidas se encuentran las novelas distópicas "Rebelión en la granja" (1945) y "1984" (1949), las cuales han dejado una profunda huella en la cultura popular y el lenguaje político.
La vida de Orwell estuvo marcada por diversas experiencias que influyeron en su escritura. Hijo de un funcionario colonial británico y una mujer de ascendencia francesa, Orwell creció en un entorno multicultural. Aunque no pudo acceder a la universidad debido a limitaciones económicas, estudió en el prestigioso colegio Eton. Posteriormente, trabajó como oficial de la Policía Imperial Inglesa en Birmania, donde experimentó las injusticias del imperialismo, experiencia que le inspiró su primera novela, "Días en Birmania" (1934).
Después de renunciar a su cargo, Orwell vivió en París y Londres, donde experimentó la pobreza y entró en contacto con los marginados sociales. Estas vivencias se reflejan en su segunda novela, "Sin blanca en París y en Londres" (1933), la cual firmó con su seudónimo. Además, publicó ensayos sobre temas sociales y literarios, como "La hija del clérigo" (1935), "Que no muera la aspidistra" (1936) y "El camino a Wigan Pier" (1937).
En 1936, Orwell contrajo matrimonio con Eileen O'Shaughnessy, una profesora y escritora con quien compartió ideales socialistas. Ese mismo año, viajó a España para unirse a la Guerra Civil como voluntario en el bando republicano. Enfrentó persecución por parte de los comunistas estalinistas al unirse al Partido Obrero de Unificación Marxista (POUM), una organización trotskista. Las experiencias vividas durante la guerra y su herida en el frente de Aragón le hicieron perder la fe en el comunismo soviético, lo que motivó la escritura de "Homenaje a Cataluña" (1938), un testimonio sobre el conflicto español.
Durante la Segunda Guerra Mundial, Orwell trabajó como periodista para la BBC y colaboró con diversos periódicos. Además, formó parte de la Home Guard, una milicia civil encargada de la defensa del territorio británico. Durante esta época, escribió ensayos destacados como "El león y el unicornio" (1941), "La política y el idioma inglés" (1946) y "Por qué escribo" (1946).
En 1944, Orwell finalizó su novela "Rebelión en la granja", una fábula alegórica sobre la Revolución Rusa y el estalinismo protagonizada por animales que se sublevan contra sus dueños humanos. Aunque rechazada inicialmente por su contenido político, la obra se publicó en 1945 con gran éxito de crítica y público, convirtiéndose en un clásico de la literatura antiutópica y siendo adaptada al cine y al teatro.
En 1945, Orwell sufrió la pérdida de su esposa Eileen durante una operación quirúrgica. Al año siguiente, adoptó a un niño llamado Richard Horatio Blair. En 1947, se trasladó a la isla escocesa de Jura, donde comenzó a escribir su última novela, "1984", mientras lidiaba con una enfermedad pulmonar grave. La obra, publicada en 1949, tuvo un impacto cultural sin precedentes. "1984" presenta una visión sombría del futuro en un mundo dominado por tres superpotencias que ejercen un control totalitario mediante la vigilancia, la propaganda, la manipulación del lenguaje y la represión de los sentimientos.
En 1949, Orwell contrajo matrimonio por segunda vez con Sonia Brownell, una editora y escritora. Sin embargo, su salud se deterioró rápidamente y falleció el 21 de enero de 1950 en Londres, a los 46 años de edad. Orwell fue sepultado en el cementerio de Sutton Courtenay, en Oxfordshire, bajo una sencilla lápida que lleva su nombre real.
George Orwell es considerado uno de los escritores más influyentes y originales del siglo XX. Su obra combina la crítica social, la sátira, el humor y la lucidez política. Su estilo es claro, directo y honesto. Sus novelas y ensayos han sido traducidos a numerosos idiomas y han inspirado a generaciones de lectores y escritores. Su legado sigue siendo relevante en la actualidad, especialmente en tiempos de crisis y amenazas a la libertad y la democracia.