Resumen del libro:
En ¿Quieres hacer el favor de callarte, por favor?, su primer libro de relatos, que escribió y reescribió a lo largo de quince años y que le supuso la consagración inmediata, Raymond Carver renovó la forma del relato breve hasta darle proporciones de haiku y sin que esta utilización radical de la elipsis le haga perder ninguna fuerza. Todo lo contrario, los relatos de Carver poseen, quizá precisamente por su mismo carácter fragmentario, una inesperada capacidad de provocar una impresión fortísima, una indeleble conmoción.
Gordo
Estoy sentada ante un café y unos cigarrillos en casa de mi amiga Rita, y se lo estoy contando.
He aquí lo que le cuento.
Es ya tarde, un aburrido miércoles, cuando Herb sienta al hombre gordo en una de mis mesas.
Este gordo es la persona más gorda que he visto en mi vida, aunque tiene aspecto pulcro y viste con elegancia. Todo en él es grande. Pero lo que mejor recuerdo son sus dedos. Cuando me paro en la mesa contigua a la suya para atender a la pareja de viejos, me fijo ante todo en sus dedos. Parecen tres veces más grandes que los de una persona corriente… dedos largos, gruesos, de aspecto cremoso.
Estoy atendiendo a mis otras mesas: un grupo de cuatro hombres de negocios, gente muy exigente, otro grupo de cuatro, tres hombres y una mujer, y la pareja de viejos. Leander le ha servido el agua al gordo, y yo le dejo tiempo de sobra para decidirse antes de acercarme.
Buenas tardes, digo. ¿Le atiendo ya?, digo.
Rita, era grande. Y quiero decir grande de verdad.
Buenas tardes, dice. Hola. Sí, dice. Creo que estamos listos para pedir, dice.
Tiene esa forma de hablar… extraña, ¿sabes a lo que me refiero? Y de cuando en cuando suelta como un ligero resoplido.
Creo que empezaremos con una ensalada César, dice. Y luego una sopa y más pan y mantequilla, si hace el favor. Tomaré las chuletas de cordero, creo, dijo. Y patatas asadas con nata agria. Luego veremos el postre. Muchas gracias, dice, y me devuelve la carta.
Dios, Rita, aquéllos sí que eran dedos…
Me voy de prisa a la cocina y le entrego la nota a Rudy, que la coge con una mueca. Ya conoces a Rudy. Rudy es así cuando trabaja.
Al salir de la cocina, Margo, ¿te he hablado de Margo?, ¿la que anda detrás de Rudy? Pues Margo me dice: ¿quién es ese amigo tuyo tan gordo? Es un auténtico fati.
Bien, pues tiene que ver con eso. Seguro que tiene que ver con eso.
Le preparo la ensalada César allí mismo, en la mesa, y él sigue con la mirada cada movimiento mío, y mientras me mira va untando trozos de pan con mantequilla y los va dejando a un lado, y soltando resoplidos todo el tiempo. El caso es que estoy tan nerviosa o lo que sea que vuelco su vaso de agua.
Perdón, lo siento, digo. Pasa siempre cuando se hacen las cosas de prisa. Lo siento mucho, digo. ¿Está usted bien?, digo. Le mando al chico a limpiar esto al instante, digo.
No es nada, dice él. Está bien, dice, y resopla. No se preocupe, no nos importa, dice. Sonríe y hace un gesto con la mano mientras me voy en busca de Leander, y cuando vuelvo a servirle la ensalada veo que el gordo se ha comido todo el pan con mantequilla.
Al poco, cuando le traigo más pan y mantequilla, se ha acabado la ensalada. ¿Sabes el tamaño de esas ensaladas César?
Muy amable, dice. El pan está delicioso, dice.
Gracias, digo.
…