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Quienes se marchan de Omelas

Resumen del libro:

Con descripciones deliberadamente vagas y vívidas, el narrador describe un festival de mediados de verano en la ciudad utópica de Omelas, cuya prosperidad depende de la miseria perpetua de un chico. Quienes se marchan de Omelas fue nominado al Premio Locus al mejor relato corto en 1974​ y ganó el Premio Hugo al mejor relato corto en el mismo año.

Con un clamor de campanas que hizo a las golondrinas alzar el vuelo, el Festival del Verano llegó a Omelas, la ciudad de las torres relucientes junto al mar. Las jarcias de los barcos destellaban en el puerto cubiertas de banderines. En las calles, las procesiones se movían entre las casas de tejados rojos y muros pintados, entre los viejos jardines cubiertos de musgo y por las avenidas arboladas, a través de los grandes parques y ante los edificios públicos. Las había decorosas: personas mayores con largas y rígidas túnicas de colores malva y gris, graves maestros de artes y oficios, mujeres serenas y alegres que iban charlando mientras caminaban con sus bebés en brazos. En otras calles, la música tenía un ritmo más trepidante; centelleaban los gongs y las panderetas, y la gente iba bailando: la procesión era un baile. Los niños correteaban y se escabullían, sus gritos agudos se elevaban como los vuelos cruzados de las golondrinas sobre la música y los cánticos. Todas las procesiones serpenteaban hacia la parte norte de la ciudad, donde, en la gran nava llamada Campos Verdes, niños y niñas, desnudos al aire brillante, con los pies y los tobillos tiznados de barro y unos brazos largos y ágiles, ejercitaban a sus caballos, nerviosos antes de la carrera. Los caballos no llevaban aparejo alguno, solo una brida sin bocado. Tenían las crines enjaezadas con cintas plateadas, doradas y verdes. Bufaban y daban brincos y se pavoneaban los unos ante los otros; estaban muy excitados, siendo los caballos los únicos animales que han adoptado nuestras ceremonias como propias. Lejos, al norte y al oeste, las montañas trazaban un semicírculo sobre Omelas y su bahía. El aire de la mañana era transparente, y la nieve coronaba aún los Dieciocho Picos, que ardían como un fuego de tonos blancos y dorados a través de kilómetros de aire luminoso bajo el intenso azul del cielo. Soplaba apenas el viento necesario para que las banderolas que señalaban la pista de carreras flamearan con esporádicos chasquidos. En el silencio de las extensas navas verdes podía oírse la música que culebreaba por las calles de la ciudad; alejándose y acercándose más y más, una dulzura tierna y jovial en el aire, que de vez en cuando tremolaba y confluía y estallaba en un grandioso y alegre repiqueteo de campanas.

Quienes se marchan de Omelas – Ursula K. Le Guin

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