Resumen del libro:
Esta novela es una de sus obras maestras y es también uno de sus textos más autobiográficos, ya que se basa en su cruel madre y en su abuso de los cinco mil campesinos que poseía. Ella tenía un poder absoluto sobre ellos y, cuando se disgustaba, les infligía severos castigos, incluso flagelándolos hasta la muerte. Algunos críticos han teorizado sobre si las historias de Turguénev no eran en realidad instrumentos para liberar a los siervos, pues consiguen poner luz en las tinieblas de su tiempo.
ENCUENTRO CON IVÁN TURGUÉNEV
Cuando aún estaban en mis manos los libros infantiles, me llegó casualmente —como ocurre siempre en los acontecimientos decisivos— una novela de Iván Turguénev cuya lectura me extrañó y me sedujo. Desde aquel día su nombre estuvo en mi conciencia, acaso colaborando a formar, con otros factores, un carácter y una sensibilidad ante los hechos de la realidad. Fue el primer paso en el conocimiento de su país, una Rusia antigua y remota de la que nadie en mi entorno sabía nada. Conocimiento que logré a través, principalmente, de obras literarias, de magníficas inteligencias creadoras que suscitaron en mí una adhesión afectiva a su cultura, su música, su gente de pasiones extremosas, su paisaje de distancias infinitas, de bosques vírgenes y aldeas silenciosas, su lengua inabarcable de musicales sonidos.
El presente ensayo sobre Iván Serguéievich Turguénev tiene su razón de ser en mi interés por la biografía del escritor que me abrió, en edad muy temprana, el camino del mundo literario. Ha sido entre los escritores rusos, junto a Tolstói y Dostoievski, el mejor acogido en Occidente por la calidad literaria de su obra, que conserva hoy vigentes peculiaridades de la gran novela del siglo pasado, aun con los matices de la idealización romántica. Admirado y respetado, también su presencia física sorprendía:
«La puerta se abrió y apareció un gigante. Un gigante de cabeza plateada, como se diría en un cuento de hadas. Tenía largos cabellos blancos, gruesas cejas blancas, una gran barba blanca, de un blanco plata, brillante, iluminado de reflejos; y en esta blancura, un rostro tranquilo, con rasgos algo fuertes: una verdadera cabeza de río derramando sus ondas o, mejor aún, una cabeza de padre eterno. Su cuerpo era alto, ancho, macizo, sin ser grueso, y este coloso tenía gestos de niño, tímidos y reprimidos. Hablaba con una voz muy dulce, un poco blanda, como si la lengua se moviese difícilmente. Algunas veces dudaba buscando el vocablo preciso en francés para expresar su pensamiento, pero siempre lo encontraba con una sorprendente justeza, y esa ligera vacilación daba a su palabra un encanto particular».
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