Site icon ISLIADA: Portal de Literatura Contemporánea

Proyecto Silverview

Resumen del libro:

Julian Lawndsley ha renunciado a su exigente empleo en la City de Londres para llevar una vida más sencilla como propietario de una librería en una pequeña ciudad costera. Sin embargo, un par de meses después de la inauguración, la tranquilidad de Julian se ve interrumpida por una visita: Edward Avon, un inmigrante polaco que vive en Silverview, la gran mansión a las afueras del pueblo, quien parece saber mucho sobre la familia de Julian y muestra un interés exagerado en el funcionamiento interno de su modesto negocio.

Cuando aparece una carta en la puerta de un espía de alto rango en Londres advirtiéndole de una peligrosa filtración, las investigaciones lo llevarán a esta tranquila ciudad junto al mar…

Una extraordinaria novela inédita sobre los deberes de un espía con su país y la moral privada.

1

A las diez en punto de una mañana de lluvia torrencial, en el West End londinense, una joven con un anorak holgado y una bufanda de lana envolviéndole la cabeza se adentraba resueltamente en la tormenta que bajaba rugiendo por South Audley Street. Se llamaba Lily y se encontraba en un estado de ansiedad emocional que por momentos se trocaba en indignación. Llevaba mitones: con una mano se cubría los ojos de la lluvia, mientras escrutaba los números de los portales, y con la otra tiraba del cochecito que contenía a Sam, su hijo de dos años, bajo una lona de plástico. Algunas casas eran tan grandiosas que no tenían número. Otras sí lo tenían, pero no de esa calle.

Al llegar a un portal pretencioso, con el número pintado con insólita claridad en una columna, subió la escalera marcha atrás, arrastrando el cochecito, pasó revista al cuadro de nombres situado junto a los timbres de la propiedad y pulsó el más bajo.

—Solo tiene que empujar la puerta, cariño —le aconsejó por el interfono la voz bondadosa de una mujer.

—Necesito a Proctor. Me lo dijo ella: o Proctor o nadie —replicó de inmediato Lily.

—Stewart está llegando, cariño —le comunicó la misma voz conciliadora, y unos segundos después se abrió el portón y apareció un hombre esbelto, con gafas, de cincuenta y tantos años, con el cuerpo ladeado a la izquierda, y la alargada cabeza inclinada en actitud de preguntar algo casi gracioso. A su lado permanecía una señora mayor con el pelo blanco y una chaqueta de punto.

—Yo soy Proctor. ¿Te echamos una mano con eso? —preguntó el hombre, mirando el carrito.

—¿Cómo sé que es usted? —le preguntó Lily en respuesta.

—Porque tu venerada madre me llamó anoche a mi número privado y me insistió en que estuviera aquí.

—Le dijo que usted solo —objetó Lily, mirando a la señora con el ceño fruncido.

—Marie se ocupa de la casa. Y no tiene inconveniente en echar una mano cuando hace falta —dijo Proctor.

La señora dio un paso al frente, pero Lily la apartó con el hombro para entrar, y Proctor cerró la puerta tras ella. En la tranquilidad del vestíbulo, recogió la protección de plástico hasta dejar al descubierto la cabeza del niño, que tenía el pelo negro y rizoso y mostraba una envidiable cara de satisfacción en su sueño.

—Se ha pasado la noche despierto —dijo Lily, poniendo una mano en la frente del chico.

—Qué guapo —dijo la llamada Marie.

Tras situar el carrito en el hueco de la escalera, en la zona más oscura, Lily hurgó debajo de la criatura y extrajo un sobre blanco y grande, sin marcas, para luego plantarse ante Proctor. Este esbozó una sonrisa que la hizo acordarse del cura viejo a quien se suponía que le contaba sus pecados en el internado. El internado no le gustó nada en su momento, y tampoco el cura, de modo que no tenía la menor intención de que le gustara Proctor ahora. 

—La idea es que yo me quedo ahí sentada mientras usted lo lee —puso en conocimiento del hombre.

—Por supuesto —confirmó Proctor, complaciente, mirándola de un modo avieso desde lo alto a través de sus gafas—. Y ¿puedo añadir que lo siento muchísimo?

—Si desea responderle, tendré que darle yo el mensaje, de viva voz —dijo ella—. No quiere llamadas telefónicas, mensajes de texto ni correos. Ni del Servicio ni de nadie. Incluido usted.

—Todo esto es muy triste, también —comentó Proctor, tras un momento de sombría reflexión, y, como si hasta entonces no hubiera sido consciente del sobre que tenía en la mano, lo palpó con sus dedos huesudos—. Vaya tocho, ¿no? ¿Cuántas páginas le calculas?

—No lo sé.

Proyecto Silverview – John le Carré

Sobre el autor:

Otros libros

Exit mobile version