Prosa política
Resumen del libro: "Prosa política" de Rubén Darío
Rubén Darío fue un poeta, periodista y diplomático nicaragüense, máximo representante del modernismo literario en lengua española. Es, posiblemente, el poeta que ha tenido una mayor y más duradera influencia en la poesía del siglo XX en el ámbito hispánico. Es llamado príncipe de las letras castellanas.
ENTRE los acontecimientos que la historia ha de señalar de modo principal en los principios del siglo XX, está el surgir ante el mundo de la «nueva y gloriosa Nación» que se canta en el himno de los argentinos, no a la vida política, libre e independiente que se conquistara hace una centuria, sino a la vida de los pueblos superiores por el trabajo y la riqueza pacífica. En la balanza que forma el continente americano, es la República Argentina la que hace el contrapeso a la pujanza yanqui, la que salvará el espíritu de la raza y pondrá coto a más que probables y aprobadas tentativas imperialistas. Y hoy, por eso el mundo fija la mirada en ese gran país del Sur, de apenas siete millones de habitantes, que rivaliza en más de una empresa agraria, pecuniaria o financiera con el otro gran país del Norte cuya población pasa de ochenta millones.
Pueblo formado con savia española, que heredara todas las cualidades y defectos de los conquistadores, con agregación de nuevos elementos, inició su independencia con hechos épicos, sufrió las consecuentes agitaciones y revueltas de un estado de ensayo; soportó los soplos del pampero anárquico y se desangró en choques intestinos; supo lo que pesa el plomo y hierro de las tiranías; se revolvió contra ellas; fue poco a poco iluminando su propia alma, el alma popular, y enseñó al Demos la verdadera diferencia entre la civilización y la barbarie; cuida de la escuela y de la universidad; propaga cultura y progreso; levanta y da brillo a la organización parlamentaria; ve que en el seno de su tierra está la mayor de las riquezas; se preocupa de las cuestiones económicas que son las cuestiones vitales; por eliminación y por cruzamiento comienza la formación de una raza flamante; recibe sangre viva y músculo útil de los cuatro puntos del globo; echa al olvido el daño español del «pronunciamiento» y el mal hispano-americano de la revolución; crece; se hace fuerte al amparo de una política de engrandecimiento económico; hace que las grandes potencias la miren con simpatía, y celebra su primer fiesta secular con el asombro aprobador de todas las naciones de la tierra.
De tal modo puede decir con justo orgullo un ilustre argentino, Joaquín V. González, palabras como éstas: «Así, el pueblo argentino, con ser en América uno de los que mayores dificultades ha debido vencer para fundar un estado social de libertad y un hogar común para todos los hombres, puede ofrecer un cociente de trabajo propio y prospectivo que equivale a un período más extenso de paz y de orden que el que realmente ha podido gozar, y su mérito mayor a la consideración de sus contemporáneos, será la consagración absoluta de su labor y supremas energías, a labrar una prosperidad y una riqueza materiales que no ciegue de modo irreparables las fuentes del ideal y la belleza, que no encierre como el avaro dentro de su propia casa, sino que la ofrezca al goce de todos los hombres y pueblos, en un banquete eucarístico de fraternidad y de solidaridad universal».
Pocos países, puede decirse, están más seguros de su porvenir. La prosperidad nacional no tiene, relativamente, parangón, pues asombra a los mismos hombres del Norte, que comparan. Las lecciones del pasado se han tenido en cuenta, y en medio de las más enconadas luchas políticas, todos los partidos, todos los hombres dirigentes, han tenido ante todo en mira la dignidad y el engrandecimiento nacionales. Ha habido grandes errores que la ola del progreso ha borrado, y aun desaciertos de ayer han abonado el campo del trabajo de hoy.
Ha tenido el país que hacerse fuerte para hacerse respetable, aunque, según la palabra del eminente Sr. Norberto Piñero, «el papel histórico de la Argentina es el de la creación de una raza y de una civilización que ha de difundirse en la paz y por medios pacíficos». Y ha sostenido, a pesar de su desenvolvimiento positivo y práctico, la cultura tradicional. «Bajo el punto de vista literario, escribía un autor francés hace más de cuarenta años, Buenos Aires ocupa el primer rango entre las ciudades de la antigua América española».
La prensa Argentina es hoy la primera en lengua castellana, por su riqueza, por su incomparable impulso y por su nutrición universal. El adelanto universitario ha sido enorme en pocos años. Su instrucción pública, sus planteles pedagógicos no tienen nada que envidiar, y sí mucho que mostrar con justo orgullo a cualquier país de la tierra.
Al antiguo romanticismo político, noble y generoso de ideales, sucede, por virtud de la evolución, un concepto más hondo y firme de la misión nacional y del patrio porvenir, sin mengua de la fraternidad humana, antes bien, ofreciendo trabajo y hogar a todos los hombres.
Y ello no es una frase lírica. Yo he habitado en el suelo argentino y he visto cuán grandes se abren las puertas de la república a todo extranjero, cuán sincera y práctica es la hospitalidad para todo elemento útil. El programa patrio pudiera declararse en dos palabras: trabajo y cultura. En ello van la independencia y la libertad. ¿Quién más dueño de su futuro que semejante pueblo? Escribe C. O. Bunge: «La semilla arrojada con gesto grandioso por la mano de la Revolución sobre el suelo fecundo de la patria, ha germinado, desarrollándose en gigantesco árbol, exuberante de flores, muchas de las cuales cuajáronse ya en riquísimos frutos. Si nos enorgullecemos con razón de la presente cultura, obra en gran parte de la enseñanza nacional, mucho más debemos esperar para el porvenir. ¡El porvenir es nuestro!» Ese porvenir, que será resultado del esfuerzo argentino y de la colaboración extranjera, se define en las palabras de Edmundo d’Amicis, que citara en un concienzudo trabajo sobre inmigración Aníbal Latino; es el voto y el augurio de que los argentinos y los extranjeros vivan siempre como hermanos, «y avancen juntos en el camino de la bondad y del trabajo, manteniendo ese amplio y fecundo sentimiento de tolerancia, de benevolencia, de amor patrio sin soberbia, de amor fraternal sin recelos, que puede hacer de diez pueblos un solo pueblo, de varias razas un solo estado, produciendo una maravillosa generación multiforme que verá una patria argentina transfigurada y poderosa, como lo desean y lo sueñan la fiereza amable de sus hijos y la gratitud sincera de sus huéspedes».
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Rubén Darío. Nacido como Félix Rubén García Sarmiento el 18 de enero de 1867 en Metapa, Nicaragua, y fallecido el 6 de febrero de 1916 en León, Nicaragua, es considerado el máximo exponente del modernismo literario en lengua española. Conocido como el "príncipe de las letras castellanas", Darío revolucionó la poesía con su estilo innovador, lleno de musicalidad, simbolismo y una riqueza métrica sin precedentes.
Desde joven, Rubén Darío mostró un talento innato para la poesía. Su precocidad literaria lo llevó a ser conocido como el "niño poeta" y, a los catorce años, ya había publicado sus primeros poemas. A lo largo de su vida, viajó extensamente por América Latina y Europa, desarrollando una carrera periodística y diplomática que le permitió interactuar con importantes figuras literarias de su tiempo.
En 1888 publicó su obra más emblemática, Azul..., que marcó el inicio del modernismo literario hispanoamericano. Su poesía, caracterizada por la búsqueda de la perfección formal, la incorporación de elementos exóticos y el uso de temas universales, reflejaba una profunda sensibilidad y un deseo constante de renovar la expresión poética. Obras como Prosas profanas (1896) y Cantos de vida y esperanza (1905) consolidaron su fama y su influencia.
La vida de Darío no estuvo exenta de dificultades. Sus luchas personales con el alcoholismo, la inestabilidad económica y los conflictos amorosos marcaron su existencia y se reflejaron en su obra, impregnada de melancolía y un anhelo de trascendencia. A pesar de estos desafíos, su legado literario es incuestionable, y su influencia se extiende a generaciones de poetas y escritores.
Rubén Darío murió en 1916, dejando un legado que redefinió la poesía en lengua española y un estandarte de modernidad y renovación literaria. Su voz poética, con su inconfundible cadencia y riqueza simbólica, sigue resonando como una de las más grandes de la literatura universal.