Resumen del libro:
Perdidos en Venus es la segunda novela de la serie de ciencia ficción Ciclo de Amtor, escrita por Edgar Rice Burroughs y publicada en 1935. La historia narra las aventuras de Carson Napier, un explorador terrestre que se estrella en el planeta Venus, también llamado Amtor por sus habitantes. Allí se enfrenta a diversos peligros y desafíos, al tiempo que se enamora de la princesa Duare, hija del rey de Vepaja, una nación oculta entre las nubes.
La novela es una obra clásica del género pulp, que combina acción, romance y exotismo en un escenario fantástico y lleno de imaginación. Burroughs crea un mundo rico y diverso, con diferentes razas, culturas, idiomas y formas de vida. El autor se inspira en las teorías científicas de su época, pero también las modifica y adapta a su gusto, dando lugar a un planeta Venus muy diferente al que conocemos hoy en día.
La narración es ágil y dinámica, con un ritmo que no decae y que mantiene el interés del lector. El protagonista es un héroe valiente y audaz, pero también humano y vulnerable, que debe superar numerosos obstáculos y enemigos. La princesa Duare es una mujer bella e inteligente, pero también orgullosa y rebelde, que no se conforma con el papel que le asigna su sociedad. Los personajes secundarios son variados y pintorescos, desde el leal Ero Shan hasta el malvado Skor.
Perdidos en Venus es una novela entretenida y divertida, que ofrece una visión original y creativa de un mundo desconocido. Es una lectura recomendable para los amantes de la ciencia ficción clásica y de las aventuras extraordinarias.
1. LAS SIETE PUERTAS
A la cabeza del grupo de nombres que me había apresado se encontraban el ongyan Moosko y Vilor, el espía thorano, quienes habían planeado y llevado a cabo el rapto de Duare a bordo del Sofal.
Los angans, esos extraños seres alados de Venus, los habían llevado a la costa. (Para hacer más comprensible el relato dejaré de usar “kl” y “kloo”, los prefijos amtorianos, y, a la manera acostumbrada en la Tierra, le agregaré una “s” a los nombres para formar su plural.) La pareja había abandonado a Duare a su suerte cuando el grupo fue atacado por los salvajes, de quienes afortunadamente logré salvarla con la ayuda del angan que tan heroicamente la había defendido.
Pero a pesar de que Moosko y Vilor habían abandonado a la joven a sufrir una muerte casi segura, se encontraban furiosos contra mí por haber hecho que el último de los angans la llevase nuevamente a bordo del Sofal. Y al tenerme en su poder, después de que alguien me había desarmado, se envalentonaron y me atacaron con violencia.
Creo que me hubiesen matado en el acto de no haber sido porque a otro integrante del grupo que me había capturado se le ocurrió una idea mejor.
Vilor, que había permanecido sin ninguna arma en la mano, le arrebató su espada a uno de sus compañeros y se plantó ante mí con la evidente intención de hacerme pedazos, pero en ese momento intervino el thorano.
—¡Espera! —le gritó—. ¿Qué es lo que ha hecho este hombre para que se le mate rápidamente y sin que sufra?
—¿Qué quieres decir? —le preguntó Vilor, bajando su espada.
La región en que nos encontrábamos era casi tan desconocida para Vilor como lo era para mí, pues Vilor había vivido en la distante Thora mientras que los hombres que lo habían ayudado a capturarnos eran nativos de aquellas tierras de Noobol. Los seguidores de Thor los habían convencido para que se unieran a ellos en su vano intento de fomentar la discordia y derrocar a los gobiernos establecidos para reemplazarlos por representantes de su oligarquía. Vilor titubeó durante un momento, pero el hombre le explicó:
—Las maneras en que acabamos con los enemigos en Kapdor son mucho más interesantes que clavándoles una espada.
—Explícate —le ordenó el ongyan Moosko—. Para este hombre sería piadoso que muriera instantáneamente. Era un prisionero a bordo del Sofal junto con otros vepajanos, y encabezó un motín en el que fueron asesinados todos los oficiales del barco; luego capturó al Sovong, y liberó a los prisioneros que llevaba esa nave, la saqueó, arrojó al mar sus grandes cañones y partió en el Sofal para realizar actos de piratería. Atacó al Yan, un barco mercante en el que viajaba yo, un ongyan, como pasajero. Sin importarle mi autoridad abrieron fuego contra el Yan y lo abordaron. Me trató con la mayor insolencia, me amenazó de muerte y me hizo prisionero. Por todo eso merece la muerte, y si ustedes tienen una manera de ejecutarlo adecuada a sus crímenes, los gobernantes de Thora les recompensarán dadivosamente.
—Lo llevaremos a Kapdor —dijo el hombre—. Allí tenemos un cuarto de siete puertas, y te aseguro que si es un individuo inteligente su agonía será mucho mayor encerrado en esa cámara circular que la que pudiera sufrir por el filo de una espada.
—¡Bien! —exclamó Vilor devolviéndole el arma a su dueño. Este hombre merece lo peor.
Me condujeron por la playa, en dirección al punto en que habían aparecido, y, durante la marcha, debido a la conversación, me enteré del desafortunado incidente al cual podía atribuirle la desdichada coincidencia de que me hubiesen atacado en el preciso momento en que era posible que Duare y yo pudiéramos regresar fácilmente a Vepaja y reunirnos con nuestros amigos.
Aquella partida de hombres de Kapdor estaba buscando a un prisionero que se había escapado cuando les llamó la atención la pelea sostenida por los salvajes y los que defendían a Duare, de la misma manera en que había sido atraído hacia aquel lugar cuando buscaba a la bella hija de Mintep, el jong de Vepaja.
Al acercarse a investigar se encontraron con Mintep y con Vilor, que huían del campo de batalla, y entre éstos se unieron a ellos y emprendieron el regreso al lugar del combate en el momento en que Duare, el angan que había sobrevivido y yo, habíamos divisado frente al Sofal y planeábamos enviarle señales a la nave.
Como el hombre ave sólo podía transportar a uno de nosotros en cada vuelo, yo le había ordenado, aun en contra de su voluntad, que llevase a Duare al barco. Ella se negaba a dejarme, y el angan temía regresar al Sofal donde había prestado ayuda para que se realizase el rapto de la princesa, pero yo, al fin, en el preciso momento en que la partida de enemigos estaba a punto de atacarnos, logré que se sujetase a Duare y volase con ella.
Soplaba una fuerte tormenta, y yo temía que no pudiese llegar hasta el Sofal volando contra el viento, pero sabía que para Duare sería menos espantoso perecer ahogada en aquellas embravecidas aguas que caer en manos de los partidarios de Thor, y especialmente en manos de Moosko.
Mis apresadores, durante unos breves minutos, permanecieron mirando que el hombre ave se alejase con su carga desafiando la tormenta. Luego, cuando emprendieron la marcha hacia Kapdor, Moosko les había indicado que era dudoso que Kamlot, quien se encontraba al mando del Sofal, enviase a tierra a una partida de hombres después de que Duare le hubiese informado de mi captura. Y así, al avanzar y quedar tras de nosotros los rocosos montículos de la costa, Duare y el angan se perdieron de vista, y yo sentí que estaba condenado a vivir las breves horas de vida que me quedaban sin llegar a saber la suerte que había corrido la maravillosa joven venusiana que el destino había deparado que fuese mi primer amor.
El haberme enamorado de esa joven en la tierra de Vepaja, donde había tantas mujeres hermosas, resultaba una tragedia. Ella era la hija de un jong, o un rey, y se le consideraba sagrada.
Durante los dieciocho años que tenía de vida sólo se le había permitido ver y hablar con los hombres que eran miembros de la familia real o con unos cuantos servidores de confianza, hasta que entré a su jardín y le dediqué mis atenciones, que fueron muy mal recibidas. Y luego, poco después, le había ocurrido algo terrible. La habían raptado un grupo de thoranos, miembros del mismo partido que me habían capturado junto con Kamlot.
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