Resumen del libro:
Patria es una novela de Fernando Aramburu publicada en 2016. La novela está ambientada en el País Vasco y narra la historia de dos familias, una vasca y otra española, que se ven separadas por el terrorismo de ETA.
La novela comienza en 1987, cuando ETA asesina a Txato, el marido de Bittori y el padre de Nerea. La muerte de Txato provoca una gran ruptura en la familia, ya que Bittori se niega a aceptar la muerte de su marido y se convierte en una ferviente defensora de la lucha vasca. Nerea, por su parte, se distancia de su madre y se compromete con la lucha antiterrorista.
La novela sigue la historia de las dos familias a lo largo de los años, y muestra cómo el terrorismo ha ido destruyendo sus vidas. Bittori se convierte en una mujer amargada y solitaria, mientras que Nerea se convierte en una mujer fuerte y decidida.
Patria es una novela sobre el dolor, la pérdida y la resiliencia. Es una novela que nos muestra las consecuencias del terrorismo en la vida de las personas, y es una novela que nos recuerda que la lucha por la paz es siempre una lucha justa.
La novela ha sido traducida a más de 40 idiomas y ha ganado numerosos premios, entre ellos el Premio Nacional de Narrativa en España. La novela también ha sido adaptada a una serie de televisión, que se estrenó en HBO España en 2020.
Patria es una novela imprescindible para cualquiera que quiera entender la historia del País Vasco y las consecuencias del terrorismo. Es una novela que nos conmueve y nos hace reflexionar sobre el poder del perdón y la importancia de la paz.
1
Tacones sobre el parqué
Ahí va la pobre, a romperse en él. Lo mismo que se rompe una ola en las rocas. Un poco de espuma y adiós. ¿No ve que ni siquiera se toma la molestia de abrirle la puerta? Sometida, más que sometida.
Y esos zapatos de tacón y esos labios rojos a sus cuarenta y cinco años, ¿para qué? Con tu categoría, hija, con tu posición y tus estudios, ¿qué te lleva a comportarte como una adolescente? Si el aita levantara la cabeza…
En el momento de subir al coche, Nerea dirigió la vista hacia la ventana tras cuyo visillo supuso que su madre, como de costumbre, estaría observándola. Y sí, aunque ella no pudiese verla desde la calle, Bittori la estaba mirando con pena y con el entrecejo arrugado, y hablaba a solas y susurró diciendo ahí va la pobre, de adorno de ese vanidoso a quien nunca se le ha pasado por la cabeza hacer feliz a nadie. ¿No se da cuenta de que una mujer ha de estar muy desesperada para tratar de seducir a su marido después de doce años de matrimonio? En el fondo es mejor que no hayan tenido descendencia.
Nerea agitó brevemente la mano en señal de despedida antes de meterse dentro del taxi. Su madre, en el tercer piso, oculta tras el visillo, desvió la mirada. Se veía una amplia franja de mar por encima de los tejados, el faro de la isla de Santa Clara, nubes tenues a lo lejos. La mujer del tiempo había anunciado sol. Y ella, ay, qué vieja me estoy haciendo, volvió a mirar la calle y el taxi ya se había perdido de vista.
Buscó a continuación, más allá de los tejados, más allá de la isla y de la línea azul del horizonte, y más allá de las nubes remotas y aún más allá, en el pasado perdido para siempre, escenas de la boda de su hija. Y la vio de nuevo en la catedral del Buen Pastor, vestida de blanco, con su ramo de flores y su excesiva felicidad, y así mirándola a la salida, tan esbelta, tan sonriente, tan guapa, le vino un mal presentimiento. De noche, cuando volvió sola a su casa, estuvo a dos dedos de sentarse ante la foto del Txato y confesarle sus temores; pero le dolía la cabeza y además el Txato, en cuestiones familiares, aún más tratándose de su hija, tenía la costumbre de ponerse sentimental. Era de lágrima fácil aquel hombre, y aunque las fotos no lloran, yo ya me entiendo.
Los tacones eran para despertarle el apetito a Quique, no precisamente el que se sacia comiendo. Toc, toc, toc, los había oído un rato antes puntear sobre el parqué. A ver si va a llenármelo de agujeros. Por la paz de casa, no se lo reprochó. Solo iban a estar un rato. Habían venido a despedirse. Y a él, a las nueve de la mañana, ya le olía la boca a whisky o a una bebida de esas con las que comercia.
—Ama, ¿seguro que te las arreglarás sola?
—¿Por qué no vais en autobús al aeropuerto? El taxi de aquí a Bilbao os va a costar un dineral.
Él:
—No te preocupes por eso.
Las maletas, la incomodidad, la lentitud, alegó.
—Sí, pero vais con tiempo, ¿no?
—Ama, no insistas. Está decidido que iremos en taxi. Es lo más cómodo.
Quique empezaba a impacientarse.
—Es lo único cómodo.
Añadió que se iba a fumar un cigarrillo a la calle mientras habláis. Olía fuerte a perfume ese hombre. Pero la boca le huele a bebida y no son más que las nueve de la mañana. Se despidió mirándose la cara en el espejo del recibidor. Presumido. Y después, ¿autoritario, cordial pero seco?, a Nerea:
—No tardes.
Cinco minutos, le prometió. Luego resultaron quince. A solas, a su madre: que aquel viaje a Londres significaba mucho para ella.
—Me cuesta imaginar que pintes algo en las conversaciones de tu marido con los clientes. ¿O es que sin decirme nada te has puesto a trabajar en su empresa?
—En Londres voy a hacer un serio intento por salvar nuestro matrimonio.
—¿Otro intento?
—El último.
—Y esta vez, ¿cuál será la táctica? ¿Te quedarás a su lado para que no te la pegue con la primera que le salga al paso?
—Ama, por favor. No me lo pongas más difícil.
—Estás muy guapa. ¿Has cambiado de peluquería?
—Sigo yendo a la misma.
Nerea bajó de pronto el tono de voz. A los primeros bisbiseos su madre se volvió a mirar hacia la puerta de la vivienda, como si temiera que algún extraño las estuviese espiando. No, nada, que habían desechado la idea de adoptar un bebé. Tanto que decían. Que si un chino, un ruso, un morenito. Que si chica o chico. Nerea no había perdido la ilusión, pero Quique se había echado atrás. Él quiere un hijo propio, carne de su carne. Bittori:
—¿Le da ahora por hablar como en la Biblia?
—Se cree moderno, pero es más tradicional que el arroz con leche.
Nerea se había informado por su cuenta de los trámites para solicitar la adopción y, sí, cumplían todos los requisitos. El dinero no suponía impedimento. Estaba dispuesta a viajar hasta la otra punta del mundo y a ser por fin madre aunque no hubiese dado a luz a la criatura. Pero Quique había zanjado la conversación con brusquedad. Que no y que no.
—Un poco insensible el muchacho, ¿no crees?
—Desea un varoncito suyo, que se le parezca, que juegue algún día en la Real. Está obsesionado, ama. Y lo va a tener. ¡Uf, cuando se empeña en algo! No sé con quién. Con alguna que se preste. No me lo preguntes. No tengo ni idea. Alquilará un vientre pagando lo que haya que pagar. Lo que es por mí, le ayudaría a encontrar una mujer sana que le cumpla el antojo.
—Estás chalada.
—Aún no se lo he contado. Supongo que estos días, en Londres, habrá ocasión. Lo he pensado bien. No tengo ningún derecho a exigirle que sea infeliz.
Rozaron mejillas junto a la puerta de la vivienda. Bittori: que sí, que se arreglaría sola, que buen viaje. Nerea, desde el rellano, mientras esperaba la llegada del ascensor, dijo algo sobre la mala suerte, pero que no debemos renunciar a la alegría. Después sugirió a su madre que cambiara de felpudo.
…