Mario Conde
Pasado perfecto

Resumen del libro: "Pasado perfecto" de Leonardo Padura
Leonardo Padura, uno de los grandes exponentes de la literatura cubana contemporánea, es reconocido por su capacidad para entretejer complejas historias policiales con una aguda reflexión sobre la sociedad cubana. Su obra, rica en matices y profundamente enraizada en la realidad de su país, ha alcanzado un notable prestigio internacional, siendo la saga del detective Mario Conde uno de sus mayores legados literarios.
En “Pasado perfecto”, Padura nos introduce al mundo del teniente Mario Conde, un policía nostálgico y desilusionado que carga con las cicatrices de sus propios fracasos. La novela inicia en los primeros días de 1989, cuando Conde es interrumpido en medio de una resaca por una llamada urgente. Su jefe, conocido como El Viejo, le asigna la investigación de la misteriosa desaparición de Rafael Morín, un alto funcionario del Ministerio de Industrias. Este caso se presenta no solo como un desafío profesional, sino también como un enfrentamiento con su propio pasado, ya que Morín fue un antiguo compañero de escuela y rival en asuntos del corazón.
A medida que avanza la investigación, Conde se sumerge en un laberinto de secretos, intrigas y contradicciones que reflejan las complejidades de la vida en La Habana de finales de los años ochenta. Padura utiliza el caso como pretexto para explorar temas como la corrupción, el desencanto y las tensiones sociales que marcan a Cuba en este periodo. Con una prosa envolvente y rica en detalles, el autor no solo construye un relato policial cautivador, sino que también dibuja un retrato íntimo y melancólico de una ciudad y de sus habitantes.
El estilo de Padura combina una narrativa ágil con momentos de profunda introspección, lo que permite al lector conectar con las emociones y dilemas del protagonista. Mario Conde no es el típico héroe, sino un hombre vulnerable, con debilidades y sueños rotos, que encuentra en la literatura y en sus recuerdos un refugio frente a la dureza de su realidad. Este enfoque humanista, junto con una trama intrigante y bien elaborada, convierte a “Pasado perfecto” en una obra imprescindible para los amantes del género negro y de la literatura con profundidad social.
Con esta primera entrega de la serie “Las cuatro estaciones”, Padura no solo revitaliza la novela policial en el ámbito hispanoamericano, sino que también nos invita a reflexionar sobre las luces y sombras de la condición humana en un contexto lleno de contrastes y desafíos.
Capítulo 1
No necesito pensarlo para comprender que lo más difícil sería abrir los ojos. Aceptar en las pupilas la claridad de la mañana que resplandecía en los cristales de las ventanas y pintaba con su iluminación gloriosa toda la habitación, y saber entonces que el acto esencial de levantar los párpados es admitir que dentro del cráneo se asienta una masa resbaladiza, dispuesta a emprender un baile doloroso al menor movimiento de su cuerpo. Dormir, tal vez soñar, se dijo, recuperando la frase machacona que lo acompañó cinco horas antes, cuando cayó en la cama, mientras respiraba el aroma profundo y oscuro de su soledad. Vio en una penumbra remota su imagen de penitente culpable, arrodillado frente al inodoro, cuando descargaba oleadas de un vómito ambarino y amargo que parecía interminable. Pero el timbre del teléfono seguía sonando como ráfagas de ametralladora que perforaban sus oídos y trituraban su cerebro, lacerado en una tortura perfecta, cíclica, sencillamente brutal. Se atrevió. Apenas movió los párpados y debió cerrarlos: el dolor le entró por las pupilas y tuvo la simple convicción de que quería morirse y la terrible certeza de que su deseo no iba a cumplirse. Se sintió muy débil, sin fuerzas para levantar los brazos y apretarse la frente y entonces conjurar la explosión que cada timbrazo maligno hacía inminente, pero decidió enfrentarse al dolor y alzó un brazo, abrió la mano y logró cerrarla sobre el auricular del teléfono para moverlo sobre la horquilla y recuperar el estado de gracia del silencio.
Sintió deseos de reír por su victoria, pero tampoco pudo. Quiso convencerse de que estaba despierto, aunque no podía asegurarlo. Su brazo colgaba a un costado de la cama, como una rama partida, y sabía que la dinamita alojada en su cabeza lanzaba burbujas efervescentes y amenazaba con explotar en cualquier momento. Tenía miedo, un miedo demasiado conocido y siempre olvidado. También quiso quejarse, pero la lengua se le había fundido en el fondo de la boca y fue entonces cuando se produjo la segunda ofensiva del teléfono. No, no, coño, no, ¿por qué?, ya, ya, se lamentó y llevó su mano hasta el auricular y, con movimientos de grúa oxidada, lo trajo hasta su oreja y lo soltó.
Primero fue el silencio: el silencio es una bendición. Luego vino la voz, una voz espesa y rotunda y creyó que temible.
—Oye, oye, ¿me oyes? —parecía decir—, Mario, aló, Mario, ¿tú me oyes? —Y le faltó valor para decir que no, que no, que no oía ni quería oír, o, simplemente, está equivocado.
—Sí, jefe —logró susurrar al fin, pero antes necesitó aspirar hasta llenarse los pulmones de aire, obligar a sus dos brazos a trabajar y llegar a la altura de la cabeza y conseguir que sus manos distantes apretaran las sienes para aliviar el vértigo de carrusel desatado en su cerebro.
—Oye, ¿qué te pasa?, ¿eh? ¿Qué cosa es lo que te pasa? —era un rugido impío, no una voz.
Volvió a respirar hondo y quiso escupir. Sentía que la lengua le había engordado, o no era la suya.
—Nada, jefe, tengo migraña. O la presión alta, no sé…
—Oye, Mario, otra vez no. Aquí el hipertenso soy yo, y no me digas más jefe. ¿Qué te pasa?
—Eso, jefe, dolor de cabeza.
—Hoy amaneciste vestido de jodedor, ¿verdad? Pues mira, oye esto: se te acabó el descanso.
Sin atreverse a pensarlo abrió los ojos. Como lo había imaginado, la luz del sol atravesaba los ventanales y a su alrededor todo era brillante y cálido. Fuera, quizás, el frío había cedido y hasta podría ser una linda mañana, pero sintió deseos de llorar o algo que se le parecía bastante.
—No, Viejo, por tu madre, no me hagas eso. Éste es mi fin de semana. Tú mismo lo dijiste. ¿No te acuerdas?
—Era tu fin de semana, mi hijito, era. ¿Quién te mandó a meterte a policía?
…
Leonardo Padura. Es un escritor, periodista y guionista cubano, conocido por sus novelas policiacas del detective Mario Conde y por la novela El hombre que amaba a los perros (2009). Licenciado en Filología por la Universidad de La Habana. Fue redactor de la revista El Caimán Barbudo y del diario Juventud Rebelde, así como jefe de redacción de La Gaceta de Cuba. Es autor de la tetralogía Las Cuatro Estaciones (protagonizada por el popular detective Mario Conde), que incluye Pasado perfecto (1991) Vientos de cuaresma (1994), Máscaras (1997) y Paisaje de otoño (1998). Además, ha publicado las novelas Fiebre de caballos (1988); Adiós, Hemingway (2001); La novela de mi vida (2002); La neblina del ayer (2005); El hombre que amaba a los perros (2009) y ya se anuncia la aparición de Herejes. Entre sus títulos de no-ficción se cuentan: El alma en el terreno; El viaje más largo; Los rostros de la salsa; Entre dos siglos; La memoria y el olvido y Un hombre en una isla. Ha obtenido, entre otros, el Premio UNEAC 1993, el Café Gijón 1995, el Premio Hammett (1997, 1998 y 2005), el Premio de las Islas 2000 y el Roger Caillois 2011 de Literatura Latinoamericana (los dos últimos en Francia). En 2012 se convirtió en el primer cubano prestigiado con la Semana de Autor de Casa de Las Américas y fue galardonado con el Premio Nacional de Literatura de Cuba por la obra de toda la vida.