Para leer al anochecer. Historias de fantasmas

Resumen del libro: "Para leer al anochecer. Historias de fantasmas" de

Para leer al anochecer presenta trece de las más célebres y espeluznantes historias de fantasmas escritas por Dickens —«El fantasma en la habitación de la desposada», «El juicio por asesinato», «El guardavías», «Fantasmas de Navidad», «El Capitán Asesino y el pacto con el Diablo», «La visita del señor Testador» o «La casa encantada», entre otras—, en una nueva traducción al castellano. Villanos que mueren ahorcados, mujeres misteriosas que encargan retratos desde el más allá, marinos desaparecidos que hacen visitas inesperadas a los vivos, viajeros victorianos que se encuentran con siniestros niños en oscuros caserones… Puro talento gótico. Charles Dickens estuvo interesado durante toda su vida por los fenómenos misteriosos. Su natural inclinación hacia el drama y lo macabro hicieron de él un extraordinario escritor de cuentos de fantasmas.

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PARA LEER AL ANOCHECER

Uno, dos, tres, cuatro, cinco. Había cinco. Cinco guías, sentados en un banco en el exterior del convento que se encuentra sobre el collado del Gran San Bernardo en Suiza, absortos en las cumbres lejanas tintadas por la puesta de sol, como si una considerable cantidad de vino hubiera sido escanciada sobre la cima de la montaña y no hubiera tenido tiempo de hundirse en la nieve.

El símil no es mío. Lo creó para la ocasión el guía de aspecto más imponente de todos, de nacionalidad alemana. Ninguno de los otros le prestó la más mínima atención, como tampoco me la prestaron a mí, que estaba sentado en el banco al otro lado de la puerta del convento fumando mi cigarro, como ellos; y, también como ellos, contemplaba la nieve enrojecida y el solitario cobertizo cercano, donde los cuerpos de los viajeros tardíos, excavados del mismo, se marchitaban con lentitud, ajenos a la corrupción en aquella región inhóspita.

El vino empapaba la cima bajo nuestra mirada. Al cabo la montaña se coloreó de blanco, y el cielo de un intenso azul. Arreció el viento, y el aire trajo un frío punzante. Los cinco guías se abotonaron sus ásperos abrigos. Hice lo propio, no existiendo hombre cuyas acciones sean más fiables de ser imitadas en aquellas circunstancias que un guía.

La imagen de la montaña bañada en el crepúsculo había producido un alto en la conversación de los cinco guías. Se trataba de una luz sublime, capaz de detener cualquier charla. En cuanto la montaña dejó de encontrarse bañada por aquella luz, retomaron su charla. No quiero decir con ello que yo hubiera escuchado parte alguna de su conversación previa. En realidad, me había costado sudores escapar del caballero americano que, sentado delante del fuego en el salón para viajeros del convento, había asumido como propia la empresa de ponerme al tanto de la serie completa de sucesos que habían resultado en la acumulación, por parte del Honorable Ananias Dodger, de una de las mayores adquisiciones de dólares que se había producido jamás en nuestro país.

—¡Dios mío! —exclamó el guía suizo, hablando en francés, lo cual yo no considero ser una excusa suficiente para utilizar una palabrota, como parecen hacer otros autores, con la sola consideración de que escribirla en aquel idioma hará que parezca inocente—. Pues si hablamos de fantasmas…

—Pero yo no estoy hablando de fantasmas —apuntó el alemán.

—¿Entonces de qué está hablando? —preguntó el suizo.

—Si yo mismo supiera de lo que hablo —dijo el alemán—, entonces con toda probabilidad sabría bastantes más cosas de las que sé.

La consideré una respuesta intrigante, que despertó mi curiosidad. Así que cambié mi posición arrimándome al extremo de mi banco más próximo a ellos, de manera que, al apoyar mi espalda sobre la pared del convento, me fuera posible escucharles a la perfección sin que ellos se dieran cuenta de que los atendía.

—¡Rayos y truenos! —exclamó el alemán, animándose—, cuando una persona en concreto planea hacerte una visita de forma inesperada, y sin que él lo sepa envía a algún mensajero invisible para que intuyas su próxima aparición, ¿cómo se le llama a eso? O cuando te encuentras caminando por una calle abarrotada de gente en Frankfurt, Milán, Londres, París, y piensas que alguien que pasa por tu lado te recuerda a tu amigo Heinrich, y luego que otra persona distinta también se parece a tu amigo Heinrich, y de esa manera comienzas a sentir una singular premonición de que de un momento a otro te encontrarás con Heinrich en persona, lo cual acontece en efecto, aunque hasta entonces estabas convencido de que se encontraba en Trieste… ¿Cómo le llamarían ustedes a eso?

—No es que sea poco común lo que usted apunta —murmuraron el suizo y los otros tres.

—¡Poco común! —dijo el alemán—. Es tan común como las cerezas en la Selva Negra. Es tan común como los macarrones en Nápoles. ¡Y hablando de Nápoles! Eso me recuerda a algo. Cuando la anciana marquesa Senzanima se estremece durante una partida de cartas en Chiaja —yo mismo vi cómo se estremecía de terror, ocurrió mientras trabajaba con una familia de Baviera, y daba la casualidad de que aquella noche era yo el encargado de servir a los invitados—, como digo, cuando la anciana marquesa se levanta de la mesa de cartas, con la palidez trasparentándose a través de sus mejillas sonrosadas de afeites, y grita: «¡Mi hermana de España está muerta!» —y cuando resulta que esa hermana de verdad se ha muerto, y que además fue en aquel preciso instante en que la marquesa se levantó cuando ella falleció… ¿cómo le llamarían ustedes a eso?

—O también cuando la sangre de San Jenaro se vuelve líquida a petición del clero, como todo el mundo sabe que ocurre en mi ciudad natal con anual regularidad —apuntó el guía napolitano tras una pausa, con una mirada divertida—, ¿cómo le llamarían ustedes a eso?

—¡A eso! —gritó el alemán—. Bueno, creo que conozco un nombre para eso.

—¿Milagro? —preguntó el napolitano, con la misma cara maliciosa.

El alemán se limitó a fumar y a reírse, y todos los demás fumaron y se rieron.

—¡Bah! —dijo el alemán al cabo—. Yo hablo de cosas que ocurren de verdad. Cuando quiero ir a ver a un ilusionista, pago para ver a uno que valga la pena. Cosas muy raras ocurren que no tienen nada que ver con los fantasmas. ¡Fantasmas! Giovanni Baptista, cuenta tu historia sobre la novia inglesa. No aparece ningún espectro en ella, pero desde luego sí que pasan cosas igual de extrañas. ¿Me dirá alguien de qué se trata?

Para leer al anochecer. Historias de fantasmas – Cuentos de Charles Dickens

Charles Dickens. Nacido el 7 de febrero de 1812 en Portsmouth, Inglaterra, se erige como uno de los más influyentes y aclamados novelistas de la literatura victoriana. Su vida y obra resplandecen con una complejidad que captura los matices de su época y trasciende las barreras temporales, dejando un impacto perdurable en la literatura y la sociedad.

Dickens experimentó una infancia turbulenta marcada por la pobreza y las dificultades. Su padre fue encarcelado por deudas, lo que llevó al joven Charles a trabajar en una fábrica de betún y a vivir momentos de penuria que dejaron una huella profunda en su sensibilidad hacia los desfavorecidos. Estas experiencias se reflejaron de manera tangible en sus obras, impregnando sus historias con una empatía sincera hacia los marginados y una denuncia de las injusticias sociales.

A pesar de las adversidades, Dickens demostró una mente aguda y un amor por la literatura desde una edad temprana. Sus experiencias juveniles en la fábrica y su posterior educación informaron su perspectiva única sobre la vida y la humanidad. A medida que maduraba, su carrera literaria despegó con la publicación de su primera obra serializada, "Los papeles póstumos del Club Pickwick", en 1836. Este trabajo, caracterizado por su humor y su aguda observación de la sociedad, le otorgó una notoriedad repentina y lo catapultó al estrellato literario.

La pluma de Dickens destiló una maestría en la creación de personajes memorables y vibrantes, como Oliver Twist, Ebenezer Scrooge y David Copperfield. Sus tramas cautivantes a menudo revelaban las profundidades de la condición humana y criticaban las desigualdades sociales y las instituciones opresivas. Además, su estilo narrativo meticuloso, su habilidad para tejer múltiples tramas y su capacidad para alternar entre comedia y tragedia confirman su estatus como un maestro de la narración.

El autor también fue un pionero en la publicación serializada, lo que permitía a un público más amplio acceder a sus historias. Sus novelas fueron consumidas con avidez por las masas, tanto en Inglaterra como en el extranjero, y su influencia se expandió más allá de la literatura, impactando en la conciencia social y política de la época.

Dickens no solo fue un autor prolífico, sino también un activista y filántropo comprometido. Sus lecturas públicas atrajeron multitudes y recaudaron fondos para obras de caridad, y abogó por reformas sociales, educativas y laborales. Su incansable dedicación al bienestar de los menos privilegiados se manifestó en su ficción y en sus acciones en la vida real.

La vida de Charles Dickens llegó a su fin el 9 de junio de 1870, pero su legado se mantiene vibrante. Sus obras siguen siendo estudiadas, adaptadas y amadas en todo el mundo, y su capacidad para conmover, entretener y estimular la reflexión perdura en las páginas de sus novelas. A través de su escritura y su compromiso social, Dickens se inmortalizó como un titán literario que trasciende el tiempo y las fronteras, dejando una marca indeleble en la literatura y en la conciencia colectiva.