Pantagruel
Resumen del libro: "Pantagruel" de François Rabelais
“Pantagruel” emerge como un hito literario del siglo XVI en la literatura francesa, siendo una obra paralela a “Gargantúa”, y juntas representan una cumbre literaria que encapsula la singularidad y distintiva esencia de la tradición de la época, al mismo tiempo que insinúa con visión casi profética los tiempos venideros. Este relato, teñido de aventura y filosofía, amalgama un entretenimiento literario de alta calidad, cimentado en la maestría lingüística y la esencia liberadora de la risa. La obra revela que no hay camino más saludable para deshacerse de las impurezas y los temores del cuerpo y el alma que mediante la risa, convirtiendo a la sátira del mal, el sufrimiento y la insensatez en una fuente terapéutica y redentora.
Escrita por François Rabelais, “Pantagruel” no solo plantea una novela de viajes y peripecias, sino también una exploración profunda de la filosofía, de las dinámicas humanas y de los confines del conocimiento de la época. A través de una trama en la que el protagonista homónimo, Pantagruel, emprende una serie de aventuras acompañado de un séquito variopinto, la obra despliega una suerte de comentario satírico sobre la condición humana, la sociedad y el mundo en su totalidad.
No obstante, más allá de la trama, “Pantagruel” trasciende en importancia gracias a su uso magistral del lenguaje. Rabelais teje una red lingüística que abarca desde el juego de palabras hasta la erudición clásica, lo que conduce a una fusión ingeniosa y compleja de formas de expresión. Este enfoque lingüístico no solo cautiva al lector, sino que también cimienta la esencia misma de la obra, que es la risa. La risa, en este contexto, se convierte en una herramienta liberadora y sanadora, permitiendo que los lectores se deshagan de sus inhibiciones, temores y preocupaciones, al tiempo que critica y desmantela los males y la necedad del mundo.
El mundo de “Pantagruel” es un escenario en el que la risa no solo disuelve los límites del miedo y la ignorancia, sino que también cuestiona las instituciones, los sistemas de poder y las jerarquías establecidas. A través de personajes extravagantes y situaciones cómicas, Rabelais se burla de la autoridad, la pomposidad y la rigidez del pensamiento de la época. La risa, por lo tanto, se convierte en una fuerza subversiva que desafía la norma y estimula la reflexión crítica.
En conclusión, “Pantagruel” de François Rabelais se destaca como una obra literaria fundamental del siglo XVI en la literatura francesa. A través de su narrativa aventurera y su exploración filosófica, la novela presenta una rica amalgama de entretenimiento y profundidad. Sin embargo, su verdadera singularidad radica en su enfoque en la risa como herramienta liberadora y crítica. Rabelais utiliza el lenguaje de manera magistral para fusionar la erudición con el humor, y al hacerlo, cuestiona la autoridad establecida y los convencionalismos sociales. “Pantagruel” no solo anuncia el cambio de época, sino que también trasciende las barreras del tiempo, convirtiéndose en un testimonio intemporal sobre el poder transformador de la risa y la exploración literaria.
Capítulo 1
Del origen y antigüedad del gran Pantagruel
NO será cosa inútil ni ociosa, visto que tiempo tenemos rememoraros la fuente primera y origen del que nació el bueno de Pantagruel. Pues observo que todos los buenos historiógrafos así han actuado en sus crónicas, no sólo los árabes, bárbaros y latinos, sino también los griegos y gentiles, que fueron sempiternos bebedores.
Os conviene pues obseivar que al comienzo del mundo (hablo de tiempos lejanos, hace más de cuarenta cuarentenas de noches y que la estrella llamada la Espiga, retirándose hacia Libra, abandonó la constelación de Virgo. Son estos hechos tan portentosos y estas cuestiones tan arduas y difíciles que los astrólogos no logran hincarles el diente. Hay que decir que habrían de tener unos dientes muy largos para poderlos alcanzar. Podéis estar bien seguros de que la gente comía a gusto esos níscalos, pues eran agradables de ver y de delicioso sabor.
Pero, del mismo modo que Noé pero les sobrevinieron accidentes muy diversos. Pues a todos les produjo una muy horrible hinchazón, aunque no a todos en el mismo sitio.
Pues a unos se les hinchaba el vientre, que se les volvía corcovado como una gran cuba; de ellos está escrito: Ventrem omnipotenten. Éstos fueron todos gentes de bien y buenos guasones. Y de esta raza nació San Panzardo y Jueveslardero.
Otros se hinchaban por los hombros, y tan chepudos eran que les llamaban montíferos del que conservamos por escrito sus bellos hechos y dichos.
Otros se hinchaban a lo largo por el miembro al que llaman el «labrador de naturaleza» que nunca se quedan en la bragueta, sino que caen al fondo de las calzas.
Otros crecían por las gambas, y al verlos hubieseis dicho que eran gruyas o flamencos o gentes que caminan sobre zancos. Y los novatillos los llaman en gramática iambus.
A otros tanto les crecía la nariz que parecía el serpentín de un alambique, toda abigarrada, toda salpicada de granitos, pululante, purpúrea, pigmentada y todos aquellos de los que está escrito: Ne reminiscaris.
Otros crecían por las orejas, las cuales tenían tan grandes, que una les servía de jubón, calzas y sayo; y con la otra se cubrían como con una capa española. Y dicen que en el Borbonesado aún perdura la raza, por lo que se dice «orejas de borbonés».
Los otros crecían en estatura y de ellos proceden los gigantes, y de los gigantes Pantagruel.
Fue el primero Calbrodo
Que engendró a Sarabrodo,
Que engendró a Faribrodo,
Que engendró a Hurtali que fue gran comedor de rebanadas y reinó en los tiempos del diluvio,
Que engendró a Nembrodo
Que engendró a Adas quien con sus hombros impidió que cayera el cielo,
Que engendró a Goliat
Que engendró a Erix inventor del juego de los cubiletes,
Que engendró a Titio
Que engendró a Orion
Que engendró a Polifemo
Que engendró a Caco
Que engendró a Etión
Que engendró a Encélado
Que engendró a Ceo
Que engendró a Tifoeo
Que engendró a Aloeo
Que engendró a Oto
Que engendró a Egeón
Que engendró a Briareo que tenía cien manos,
Que engendró a Porfirión
Que engendró a Adamástor
Que engendró a Anteo
Que engendró a Agato
Que engendró a Poro contra el que luchó Alejandro Magno,
Que engendró a Arantas
Que engendró a Gabara
Que engendró a Goliat de Secundilla
Que engendró a Ofoto
Que engendró a Artaqueas
Que engendró a Oromedón
Que engendró a Gemagog
Que engendró a Sísifo
Que engendró a los titanes
Que engendró a Anac
Que engendró a Fierabrás
Que engendró a Morgante
Que engendró a Fracaso
Que engendró a Papamoscas
Que engendró a Bolivorax
Que engendró a Longuis
Que engendró a Gayofo
Que engendró a Tragabienes
Que engendró a Quemahierro
Que engendró a Sorbevientos
Que engendró a Galeote inventor de las frascas,
Que engendró a Medilengote
Que engendró a Galafre
Que engendró a Palurdín
Que engendró a Roboastro
Que engendró a Sortibrando de Coimbra
Que engendró a Bruchando de Monmiera
Que engendró a Broyero al que venció Ogiero el Danés par de Francia,
Que engendró a Malbruno
Que engendró a Fomición
Que engendró a Haquelebaco
Que engendró a Pocapicha
Que engendró a Grangaznate
Que engendró a Gargantúa.
Que engendró al noble Pantagruel, mi señor.
Imagino que al leer este pasaje os asalta una duda muy razonable. Y os preguntáis cómo es posible que así sea, sabiendo que todo el mundo pereció en tiempos del diluvio, excepto Noé y siete personas que con él entraron en el arca, entre las cuales no estaba el mencionado Hurtali. La pregunta no cabe duda de que es muy pertinente y muy evidente, pero la respuesta os satisfará o yo estoy mal de la olla salvó de perecer a la mencionada Arca, pues la movía con las piernas, y con el pie la dirigía donde quería, como se hace con el timón de un navio. Los que dentro estaban le enviaban por una chimenea víveres en abundancia, como gente agradecida por el bien que les hacía. A veces parlamentaban juntos, como hacía Icaromenipo con Júpiter, según cuenta Luciano.
¿Lo habéis entendido todo bien? Entonces echaos un buen trago de vino sin bautizar. «Pues si no lo creéis, yo tampoco», dijo ella.
…
François Rabelais. Religioso, médico y escritor francés, ingresó en la orden de los Franciscanos, donde profesó como monje e hizo estudios de Teología. La dureza de la regla monacal, además de no permitírsele estudiar libros en griego, le hicieron, con dispensa papal, pasar a la orden de los Benedictinos.
Tampoco satisfecho de su disciplina, se secularizó, estudiando Medicina en París y terminando los estudios en la Universidad de Montpellier. Marchó a Lyon, y ejerció la medicina, publicando su primer libro, Pantagruel; en 1532, bajo el seudónimo de Alcofribas Nasier, por temor de que su libro fuera prohibido, como así fue, por La Sorbona y la Iglesia Católica.
Rabelais viajó con frecuencia a Roma, y estuvo algún tiempo en Turín, siempre bajo la protección de algún noble. Se instaló en Montpellier, donde ejerció la medicina, y posteriormente fue nombrado párroco de una iglesia en Moudón, cargo que dejó tras algún tiempo. Marchó a París, donde moriría más tarde.