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Opus pistorum

Resumen del libro:

Opus Pistorum, la obra póstuma de Henry Miller, escrita en 1942 por encargo de su amigo el librero californiano Milton Luboviski, emerge como una explosión literaria de deseos y pasiones. Luboviski, conocedor del potencial del genio de Miller, recompensó al autor con un dólar por cada página entregada, dando lugar a una obra que, a pesar de su creación en los años 40, no vería la luz hasta 1983, tras la firma de una declaración jurada que autentificaba su origen.

En las páginas de Opus Pistorum, Miller nos transporta a los vibrantes escenarios parisinos de entreguerras, donde el protagonista se sumerge en una búsqueda frenética de experiencias sexuales sublimes. El lenguaje empleado por Miller, expresivo y procaz, se convierte en un vehículo perfecto para plasmar las fantasías más exuberantes y audaces, llevando al lector por un sendero de emociones intensas y provocadoras.

La publicación de esta novela no ha estado exenta de controversia. Tanto en los Estados Unidos como en diversos países europeos, Opus Pistorum ha generado un auténtico vendaval de escándalo. No sorprende, pues en esta obra, Miller desata su imaginación sin límites en lo que respecta al ámbito sexual. A través de sus páginas, el lector se ve inmerso en un torbellino de emociones que desafía los límites de lo convencional y desdibuja las fronteras entre lo erótico y lo artístico.

En resumen, Opus Pistorum es una lectura electrizante que promete dejar exhausto a cualquier lector valiente. Henry Miller, a través de esta obra maestra del erotismo literario, nos invita a explorar los recovecos más oscuros y apasionados del alma humana, desafiando tabúes y desbordando los límites de lo permitido en la literatura de su tiempo. Una experiencia que no solo excita los sentidos, sino que también provoca una reflexión profunda sobre la naturaleza del deseo y la liberación del ser.

VOLUMEN 1

Drop your cocks and grat your socks
Canterbury

Provisto de esa dirección, me dirijo dando un paseo a esa tienda, tras haber hecho mis dos horas de oficina. Por el camino, cambio de idea media docena de veces, y casi me largo con una chorba negra, que me hace la señal desde un banco del parque. Hubo un tiempo en Nueva York en que pasaba casi todas las noches en Harlem. Durante varias semanas estuve loquito por una gachí negra y no habría tocado a ninguna otra. Se me pasó, pero aún me gusta, y esta chavala es tan maciza y negra… qué leche, parece tan sana como para resistir una andanada de gérmenes. La verdad es que Ernest me ha asustado con tanto hablar de lo que puede uno pescar. Pero paso de largo.

Nunca sé cómo se hacen estas cosas. Cuando estoy como una cuba, soy capaz de hablar con cualquier gachí en la calle, hacer las propuestas más insultantes sin pestañear, pero entrar en esa tienda sin haber bebido y enrollarme… es superior a mis fuerzas. Sobre todo cuando resulta que la chica es una de esas tías tranquilas y serenas y habla un francés perfecto. Pensaba que me costaría trabajo entender su acento y resulta que me hace sentirme hablando francés como un turista americano.

No sé qué cojones decir. Ni siquiera tengo la menor idea de lo que quiero comprar, de tener que hacerlo. Es una gachí bonita, eso desde luego, y todo lo que tiene de atractiva lo tiene también de paciente. Me enseña todo lo que hay en la puñetera tienda…

Me gusta su aspecto, sobre todo su extraña nariz achatada contra la cara que le levanta el labio superior. Culo y tetas fetén, además… algo que no me esperaba. He notado que la mayoría de las mujeres chinas no suelen tener tetas, pero esta ja tiene una delantera de buten. No obstante, no es el tema apropiado precisamente para iniciar una conversación.

Utilizar el nombre de Ernest no ayuda lo más mínimo. Me envía un amigo, explico, y cito a Ernest, pero, ¡no lo conoce! Pasa tanta gente por la tienda cada día, explica cortés… Cuando me quiero dar cuenta, he comprado un tapiz precioso, decorado con dragones, para colgarlo en una pared de mi casa. La ja sonríe y me ofrece una taza de té… su viejo entra refunfuñando de la trastienda y me arrebata el colgante en las narices… va a envolverlo.

No quiero té, le digo. Estaba pensando en ir a tomar un pernod a la vuelta de la esquina y me encantaría que me acompañara. ¡Acepta! Me quedo mudo… boquiabierto como un pez y ella se aleja por la tienda.

Vuelve tocada con un sombrerito gracioso que la hace parecer más parisienne que las parisiennes y trae el paquete bajo el brazo. Sigo sin haber ideado algo ocurrente que decir y nuestra salida de la tienda resulta aún menos airosa a causa de un golfillo de la calle que nos tira ñordas de caballo desde el arroyo. Pero la gachí tiene un aplomo maravilloso… caminamos con aire distinguido y pronto me encuentro a gusto…

¡Preguntas y más preguntas! Quiere saber quién y qué soy, toda mi historia. También sale a relucir el tema de mis ingresos. No sé adónde quiere ir a parar, pero se pone a hablar del jade. Existe una alhaja, me dice en confianza, que acaba de entrar de contrabando, una gema auténtica de los emperadores que se tiene que vender por una simple fracción de su valor… y cita una cifra que equivale, céntimo más céntimo menos, a mi salario mensual.

Siento curiosidad. Evidentemente, hay gato encerrado, y tengo la impresión de que quiere darme a entender que me está engañando. Dónde se puede ver esa piedra le pregunto. ¡Ah, entonces se aclara todo! No es prudencial tenerla rondando por la tienda, me dice… con que la lleva puesta en un cordón de seda en torno a la cintura, donde su fría caricia en la piel le garantiza que está a salvo. La compra tendría que hacerse en un lugar tranquilo y lejos de la tienda…

Es un juego maravilloso, una vez que entiendo cómo se juega. Esta ja tiene imaginación para vender su cuerpo. Pero, ¡menudo precio pide! Me pongo a regatear y con el tercer pernod quedamos de acuerdo en que el salario de una semana será el precio de esa pieza de jade. Voy a tener que vivir de prestado la tira de tiempo… nunca he pagado tanto por un polvo, pero esta gachí se las ingenia para que parezca que vale la pena.

Estoy seguro de que tiene un nombre francés como Marie o Jeanne, pero en el taxi camino de mi casa me dice en tono arrullador algo que suena como un toque de flauta… Lo traduce: Yema de Loto, conque la llamo Loto. Es un engaño tan maravilloso…

Pongo algo de mi parte para el espectáculo. Nada más instalarla en mi casa, bajo corriendo a comprar vino a la concierge y lo sirvo en los vasitos verdes que Alejandra me regaló. Después, cuando Loto me va a enseñar la piedra, despliego el precioso tapiz antiguo en el suelo para que se coloque sobre él.

Esta tía debe de haber actuado durante un año en un teatro para haber aprendido los movimientos de un striptease como el que me brindó. Con maestría, se deja medias y zapatos puestos, tras haberse quitado todo lo demás. Y ahí tiene un cordón de seda roja en torno al vientre con la pieza de jade colgada sobre su pelambrera. Queda muy bonita, esa piedrecita verde apretada contra este espacio en negro. Deja su ropa apilada sobre el tapiz de los dragones y me la ofrece para que la examine…

Opus Pistorum: Henry Miller

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