Nueve cuentos malvados

Nueve cuentos malvados - Margaret Atwood

Resumen del libro: "Nueve cuentos malvados" de

Consagrada gracias a la fabulosa difusión de sus novelas «El cuento de la criada» y «Alias Grace» —ambas convertidas en series de éxito internacional—, Margaret Atwood despliega inteligencia y humor en abundancia en estos nueve cuentos sobre las facetas más absurdas y deliciosamente malvadas del ser humano. La irrupción de vampiros, de criaturas poseídas y de espíritus, que conviven con personajes y situaciones entrañables de la vida cotidiana, muda los relatos en originalísimas variantes sobre la inagotable materia de la enfermedad, la vejez y la muerte, a la vez que suponen una tenaz defensa de valores como el derecho a la diferencia y la libertad individual, y una aguerrida vindicación de las mujeres en un entorno hostil…

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ALPHINLANDIA

La lluvia helada se cierne desde el cielo, como reluciente arroz lanzado a puñados por algún convidado invisible. Allí donde cae, cristaliza formando una capa de hielo granulado. A la luz de las farolas se ve preciosa: como polvo de hadas plateado, piensa Constance. Aunque cómo no iba a pensar eso ella, con lo propensa que es a dejarse embrujar. Esa belleza es una ilusión, así como una advertencia: la belleza tiene su lado oscuro, igual que las mariposas venenosas. Más bien debería estar sopesando los peligros, los riesgos, el dolor que esta tormenta de hielo les causará a muchos; que ya les está causando, según dicen en las noticias de la televisión.

La pantalla de su televisor es plana, de alta definición, que Ewan compró para ver los partidos de hockey y fútbol. Constance preferiría recuperar la que tenían antes, la desenfocada, con aquella gente de una extraña tonalidad naranja y su tendencia a hacer ondas y fundidos: hay cosas que no salen bien paradas con la alta definición. Le molestan los poros, las arrugas, las vellosidades de la nariz, los dientes de blancura imposible: te los plantan en tan primerísimo plano que es imposible mirar para otro lado como harías en la vida real. Es como si te obligaran a hacer de espejo de baño para otro, de los de aumento: raras veces dan alguna alegría esos espejos.

Afortunadamente, en el parte del tiempo los presentadores se colocan a distancia. Ellos tienen mapas a los que atender, aspavientos que hacer con las manos, como los camareros en las películas glamurosas de los años treinta, como los magos cuando están a punto de descubrir a la damisela levitante. ¡Atención! ¡Observen las gigantescas franjas blancas que avanzan como columnas de humo sobre el continente! ¡Fíjense en el alcance de la tormenta!

El informativo se desplaza ahora al exterior. Dos jóvenes presentadores —un chico y una chica, ambos enfundados en estilosas parkas negras con halos de pelo claro alrededor de la cara— se encogen bajo sus paraguas chorreantes mientras los coches circulan a duras penas por delante de ellos, con los limpiaparabrisas a toda máquina. Ambos están entusiasmados; dicen no haber visto nunca nada parecido. Claro que no, son demasiado jóvenes. A continuación se muestran imágenes de desastres: una colisión en cadena, un árbol que al caer ha aplastado parte de una casa, una maraña de cables eléctricos derrumbados por el peso del hielo que emite un parpadeo torvo, una hilera de aviones cubiertos de aguanieve retenidos en el aeropuerto, un enorme camión articulado echando humo que ha quedado volcado de canto porque su remolque ha dado un coletazo. Al lugar del siniestro han acudido una ambulancia, un camión de bomberos y un corrillo de operarios vestidos con ropa impermeable: hay un herido, una escena que siempre acelera los corazones. Aparece un policía, con el bigote salpicado de blancos cristales de hielo; ruega con severidad a la ciudadanía que se abstenga de salir a la calle. «Esto es muy serio —dice a los televidentes—. ¡No crean que podrán enfrentarse a los elementos!». Sus cejas ceñudas y escarchadas tienen nobleza, como las de aquellos carteles bélicos que infundían ánimos a la población en la década de 1940. Constance se acuerda de ellos, o cree acordarse. Pero quizá solo los haya visto en algún libro de historia o en algún museo o documental; qué difícil es, a veces, situar esos recuerdos con exactitud.

Margaret Atwood Nacida el 18 de noviembre de 1939 en Ottawa, Canadá, es una figura destacada en la literatura contemporánea. Su versatilidad como autora, que abarca poesía, novelas, ensayos, relatos y guiones de televisión, la ha establecido como una de las escritoras más influyentes de su generación.

Atwood, hija de un zoólogo y una nutricionista, pasó su infancia entre diferentes regiones de Canadá, una experiencia que influenció su profundo sentido de la identidad y la relación con la naturaleza. Su incansable pasión por la lectura desde una edad temprana la condujo hacia la escritura a los 16 años, marcando el comienzo de una carrera literaria que cambiaría la narrativa contemporánea.

Tras completar sus estudios en la Universidad de Toronto y Harvard, Atwood se embarcó en una carrera académica y docente que la llevó a diversas universidades, enriqueciendo su perspectiva y alimentando su compromiso con los derechos humanos y el activismo.

Como escritora feminista, Margaret Atwood ha explorado temas críticos relacionados con la identidad, los derechos de las mujeres y la relación entre naturaleza y tecnología en sus obras. Su poesía, como "La mujer comestible," "Procedures for Underground," y "Power Politics," resonó con una cruda honestidad, mientras sus novelas, incluyendo "The Handmaid's Tale" y "Alias Grace," han desafiado las normas sociales y políticas.

Además de su influencia en la literatura, Atwood ha contribuido al activismo en temas medioambientales y sociales, donando premios y defendiendo causas justas. Su legado se mantiene vivo a través de su vasta producción literaria y su impacto duradero en la literatura canadiense y global. Margaret Atwood es una autora cuyo trabajo trasciende géneros y fronteras, y su voz sigue siendo esencial en el diálogo contemporáneo.