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Nuestros amigos de Frolik 8

Nuestros amigos de Frolik 8 - Philip K. Dick

Nuestros amigos de Frolik 8 - Philip K. Dick

Resumen del libro:

En el siglo XXII la Tierra está dominada por los «Nuevos Hombres», que con sus altos coeficientes de inteligencia y extraordinarios poderes mentales han convertido a los hombres normales en ciudadanos de segunda categoría.

Capítulo 1

—¡No quiero examinarme! —exclamó Bobby.

Debes examinarte, pensó su padre. Si existe alguna esperanza para nuestra familia proyectada hacia el futuro. En los períodos que se extenderán mucho más allá después de mi muerte…, la mía y la de Kleo.

—Permite que te lo explique de esta manera —dijo en voz alta, mientras se movía entre la muchedumbre por la acera deslizante en dirección al Departamento Federal de Calificaciones Personales—. Las personas son todas diferentes entre sí y poseen capacidades diferentes. —Él sabía esto sobradamente—. Mis capacidades, por ejemplo, son muy limitadas; ni siquiera puedo calificarme para una clasificación gubernamental G-1, que es la más inferior. —Le dolía tener que admitirlo, pero era la verdad, y era preciso que el chico comprendiese cuán vital era esto—. Es decir, no estoy calificado en absoluto. Tengo un pequeño empleo no gubernamental…, o sea, realmente nada. ¿Quieres ser como yo cuando seas mayor?

—Tú eres estupendo —alabó Bobby con la majestuosa seguridad de sus doce años.

—Oh, no —negó Nick.

—Para mí sí lo eres.

Nick se sintió desconcertado. Y, al igual que en muchas ocasiones últimamente, al borde de la desesperación.

—Escucha —exclamó— y sabrás de qué manera está gobernada la Tierra. Dos entidades se mueven, una en torno a la otra, gobernando primero una y después otra. Esas entidades…

—¡Yo no soy ninguna de esas dos! —se obstinó su hijo—. Yo soy Antiguo y Regular. No quiero examinarme. Sé lo que soy. Sé lo que tú eres y quiero ser lo mismo.

En su interior, Nick sentía su estómago reseco y encogido, y debido a esto experimentaba una aguda necesidad. Miró a su alrededor y divisó un bar-droguería al otro lado de la calle, más allá del tráfico de los coches cohete y de los vehículos más grandes, de tránsito público. Guió a Bobby hacia una rampa para transeúntes y diez minutos después habían llegado a la otra acera.

—Entraré en el bar, sólo tardaré un par de minutos —explicó Nick—. No me encuentro demasiado bien para llevarte al Edificio Federal en esta especial conjunción de tiempo y espacio.

Condujo a su hijo más allá del ojo de la puerta, al oscuro interior del bar-droguería de Donovan, bar que nunca había visitado pero que le gustó a primera vista.

—Ese chico no puede entrar aquí —le informó el camarero. Señaló un cartel que había en la pared—. No tiene dieciocho años. ¿Quiere que piensen que vendo bocadillos a los menores?

—En el bar que yo suelo frecuentar… —empezó a decir Nick, pero el camarero le cortó bruscamente.

—Este no es el bar que frecuenta —declaró y se marchó a atender a otro parroquiano situado al otro extremo de la sombría sala.

—Ve a mirar los escaparates de al lado —ordenó Nick, dándole un codazo a su hijo e indicándole la puerta por la que acababan de entrar—. Me reuniré contigo dentro de tres o cuatro minutos.

—¡Siempre dices eso! —se quejó Bobby.

Pero salió a la acera, llena, a mediodía, de una legión de individuos apretujados… Se detuvo un momento para mirar hacia atrás, y después siguió andando, lejos ya de la vista de su padre.

—Tomaré cincuenta miligramos de fenmetrazina hidroclórida y treinta de astrodrina —pidió Nick, instalándose en un taburete—, con una solución de sodio acetil-salicilato.

—La astrodrina —le advirtió el camarero— le hará soñar con muchas estrellas lejanas.

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