Novelas y cuentos completos
Resumen del libro: "Novelas y cuentos completos" de César Vallejo
La obra narrativa de César Vallejo no transita por un solo camino creativo. Las potentes huellas literarias del contexto nacional y mundial se ven debilitadas ante el discurrir simultáneo de varios cauces expresivos y comunicativos propios, que le permiten sumergirse en los problemas de su tiempo, tanto por medio de la ficción realista como por el lado del relato fantástico, con logros todavía incomprendidos o poco estudiados en nuestro medio. Este libro de Vallejo, además de motivar la investigación por los múltiples aspectos sin desentrañar, permite afinar el gusto por el manejo de la palabra escrita, elevar la sensibilidad social y disfrutar del vuelo de la fantasía narrativa.
Cuneiformes
MURO NOROESTE
Penumbra.
El único compañero de prisión que me queda ya ahora, se sienta a yantar, ante el hueco de la ventana lateral de nuestro calabozo, donde, lo mismo que en la ventanilla enrejada que hay en la mitad superior de la puerta de entrada, se refugia y florece la angustia anaranjada de la tarde.
Me vuelvo hacia él:
—¿Ya?
—Ya. Está usted servido —me responde sonriente.
Al mirarle el perfil de toro destacado sobre la plegada hoja lacre de la ventana abierta, tropieza la mirada con una araña casi aérea, como trabajada en humazo, que emerge en absoluta inmovilidad en la madera, a medio metro de altura del testuz del hombre. El poniente lanza un largo destello bayo sobre la tranquila tejedora, como enfocándola. Ella ha tenido, sin duda, el tibio aliento solar; estira alguna de sus extremidades con dormida perezosa lentitud y, luego, rompe a caminar a intermitentes pasos hacia abajo, hasta detenerse al nivel de la barba del individuo, de modo tal, que, mientras este mastica, parece que se traga a la bestezuela.
Por fin termina el yantar, y al propio tiempo, el animal flanquea corriendo hacia los goznes del mismo brazo de puerta, en el preciso momento en que esta es entornada de golpe por el preso. Algo ha ocurrido. Me acerco, vuelvo a abrir la puerta, examino en todo el largo de las bisagras y doyme con el cuerpo de la pobre vagabunda, trizado y convertido en dispersos filamentos.
—Ha matado usted una araña —le digo con aparente entusiasmo al hechor.
—¿Sí? —me pregunta con indiferencia—. Está muy bien; hay aquí un jardín zoológico terrible.
Y se pone a pasear, como si nada a lo largo de la celda, extrayéndose de entre los dientes, residuos de comida que escupe en abundancia.
¡La justicia! Vuelve esta idea a mi mente.
Yo sé que este hombre acaba de victimar a un ser anónimo pero existente, real. Es el caso del otro, que, sin darse cuenta, puso al inocente camarada de presa del filo homicida. ¿No merecen pues, ambos ser juzgados por estos hechos? ¿O no es del humano espíritu semejante resorte de justicia? ¿Cuándo es entonces el hombre juez del hombre?
El hombre que ignora a qué temperatura, con qué suficiencia acaba un algo y empieza otro algo; que ignora desde qué matiz el blanco ya es blanco y hasta dónde; que no sabe ni sabrá jamás qué hora empezamos a vivir, qué hora empezamos a morir, cuándo lloramos, cuándo reímos, dónde el sonido limita con la forma en los labios que dicen: yo… no alcanzará, no puede alcanzar a saber hasta qué grado de verdad un hecho calificado de criminal es criminal. El hombre que ignora a qué hora el 1 acaba de ser 1 y empieza a ser 2, que hasta dentro de la exactitud matemática carece de la inconquistable plenitud de la sabiduría ¿cómo podrá nunca alcanzar a fijar el sustantivo momento delincuente de un hecho, a través de una urdimbre de motivos de destino, dentro del gran engranaje de fuerzas que mueven seres y cosas enfrente de cosas y seres?
La justicia no es función humana. No puede serlo. La justicia opera tácitamente, más adentro de todos los adentros, de los tribunales y de las prisiones. La justicia, ¡oídlo bien, hombre de todas las latitudes!, se ejerce en subterránea armonía, al otro lado de los sentidos, de los columpios cerebrales y de los mercados. ¡Aguzad mejor el corazón! La justicia pasa por debajo de toda superficie y detrás de todas las espaldas. Prestad más sutiles oídos a su fatal redoble, y percibiréis un platillo vigoroso y único que, a poderío del amor, se plasma en dos; su platillo vago e incierto, como es incierto y vago el paso del delito mismo o de lo que se llama delito por los hombres.
La justicia solo así es infalible; cuando no ve a través de los tintóreos espejuelos de los jueces; cuando no está escrita en los códigos; cuando no ha menester de cárceles ni guardias.
La justicia, pues, no se ejerce, no puede ejercerse por los hombres, ni a los ojos de los hombres.
Nadie es delincuente nunca. O todos somos delincuentes siempre.
…
César Vallejo. César Abraham Vallejo Mendoza, nacido el 16 de marzo de 1892 en Santiago de Chuco, Perú, se erige como un titán literario y una fuerza vanguardista en la poesía del siglo XX. Su legado, considerado por Martin Seymour-Smith como "el más grande poeta del siglo XX en todos los idiomas", trasciende las fronteras y las épocas, dejando una huella indeleble en la literatura mundial.
Vallejo, el menor de once hermanos, llevó consigo una herencia mestiza con abuelas indígenas y abuelos gallegos, incluyendo al sacerdote mercedario José Rufo Vallejo. Desde su juventud, su vida estuvo imbuida de contrastes culturales, reflejados en su apariencia mestiza y en su obra literaria.
Sus primeros versos, impregnados de referencias bíblicas y litúrgicas, reflejan la influencia de sus padres, quienes inicialmente aspiraban a que Vallejo siguiera el camino del sacerdocio. Sin embargo, la vida del joven Vallejo tomó giros inesperados. Después de realizar estudios primarios en Santiago de Chuco, se trasladó a Huamachuco para la secundaria y luego a Lima en busca de estudios universitarios.
Aunque comenzó la Facultad de Letras en la Universidad Nacional de Trujillo en 1910, la falta de recursos lo llevó de vuelta a Santiago de Chuco, donde trabajó con su padre y se sumergió en la realidad de los mineros de Quiruvilca. Esta experiencia dejó una huella imborrable que más tarde plasmó en su novela "El tungsteno".
Vallejo, inquieto y ávido de conocimiento, intentó la Facultad de Medicina en San Fernando en 1911, pero nuevamente se encontró enfrentando limitaciones económicas. Tras períodos de empleo como preceptor y ayudante de cajero, sus experiencias laborales enriquecieron su comprensión de la explotación y las injusticias sociales, temas recurrentes en su obra.
En 1923, Vallejo emprendió un viaje a Europa, estableciéndose principalmente en París, con breves estancias en Madrid y otras ciudades europeas. Este exilio marcó una nueva etapa en su vida, donde se dedicó al periodismo, traducción y docencia para subsistir. A pesar de las dificultades económicas, Vallejo continuó su labor creativa.
Vallejo publicó sus dos primeros poemarios, "Los heraldos negros" (1918) y "Trilce" (1922), en Lima, destacándose como un precursor del vanguardismo a nivel mundial. Durante su vida en Europa, escribió prosa, incluida la novela "El tungsteno" (1931) y crónicas como "Rusia en 1931" (1931). Su cuento "Paco Yunque" y sus poemas póstumos, agrupados en "Poemas humanos", revelan su compromiso social y humanista.
César Vallejo falleció en París el 15 de abril de 1938, pero su legado perdura. Su poesía, rica en lenguaje y profundidad humana, continúa siendo objeto de admiración y estudio, consolidando su lugar como uno de los gigantes de la literatura universal. Su capacidad para fusionar la realidad social con una expresión lírica única lo sitúa como un referente ineludible en la exploración de la condición humana a través de la palabra.