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No te bebas el agua

No te bebas el agua - Woody Allen - Teatro

No te bebas el agua - Woody Allen - Teatro

Resumen del libro:

No te bebas el agua es la primera obra de teatro de Woody Allen, escrita en 1966. Se llevó a escena al año siguiente en Broadway. Hubo igualmente una película, basada en la obra teatral, que Howard Harris rodó en 1969 sin la participación de Woody Allen ni como guionista, ni como actor.

Es una sátira a la vez de la intolerancia política en general y de la incomunicación en las familias. Como siempre ocurrirá posteriormente en la obra de Allen, no hay buenos y malos, todos están un poco locos y es el absurdo y el caos los que rigen sus vidas individual y colectiva.

Walter Hollander, un caterer de New Jersey, se encuentra de vacaciones con su esposa y su hija Susan en un imaginario pequeño país de allende el Telón de Acero. Hollander es sorprendido tomando fotografías en zona prohibida y la familia se ve obligada a refugiarse en la embajada de los Estados Unidos. En ausencia del embajador, es encargado de negocios su hijo, Axel Magee, que se revela uno de los funcionarios más incompetentes que el Ministerio de Asuntos Exteriores de los Estados Unidos ha tenido jamás.

ESCENA PRIMERA

Las luces del teatro se apagan lentamente y se escucha lo que parece el himno nacional de algún país de Europa Central, muy marcial, muy pomposo y muy oficial. Al cabo de unos cuantos compases, la música suena como si la tocaran demasiado deprisa. Al apagarse del todo las luces, se levanta el telón y vemos en el escenario la Embajada de Estados Unidos en un pequeño país de allende el Telón de Acero, en algún lugar de la Europa Oriental. Es una mansión pequeña pero muy pintoresca, deliciosa y anticuada, decorada con la mayor elegancia. Las paredes están bellamente recubiertas de madera y adornadas con espejos. Las lámparas de araña son preciosas.

En el centro del escenario hay dos grandes puertas que dan a la fachada del edificio, o a la parte que lo comunica con la calle. Esta entrada, que vemos ocasionalmente cuando las puertas se quedan abiertas, es un bonito vestíbulo de baldosas blancas y negras, que hace las veces de recepción para quienes entran en el edificio. (Se supone que uno entra, le recibe un caballero sentado ante un escritorio allí dispuesto, el cual le encamina hacia alguno de los aposentos, según la diligencia de que se trate).

Hay un salón principal, donde transcurre la mayor parte de la obra. Pero hay también otras estancias, como un minúsculo auditorium en el segundo piso, con un amplio y dominante retrato del presidente de Estados Unidos, y otras habitaciones de menor importancia en el primer piso, que sirven de archivo, de despacho al embajador y a su secretario y probablemente un reducido, pero decorado con gusto, salón de fumadores, o salita de conferencias. Pero el núcleo de la embajada es el salón principal. Ahí los dignatarios discuten, charlan, toman copas; se hacen planes, se deshacen negociaciones. Pequeñas fiestas o recepciones se celebran también en ese salón, aunque los invitados se desperdiguen luego por otros aposentos.

El salón principal está amueblado con esa parca elegancia que puede hallarse en ciertas estancias de la Casa Blanca, como el Salón Azul o el Salón Rojo. Hay aquí y allá pequeñas zonas destinadas a la conversación, tal vez para tomar el té o un brandy, un sofá recatado, un pequeño secreter muy antiguo con un teléfono, magníficos suelos de madera encerada, y quizás unas confortables alfombras que den un último toque a este lugar sencillo pero opulento. A causa de su ubicación central, el salón tiene puertas abiertas a derecha e izquierda del escenario.

La época de la acción es el presente. El escenario está vacío.


Por la escalera baja al escenario la silueta espectral, alta, escuálida y ensotanada del padre Drobney, un sacerdote que habla con cierto acento. Se dirige al público y en sus ojos se vislumbra el brillo tenue de la excentricidad.

DROBNEY: Buenas noches. Me llamo Drobney. Padre Drobney. Soy sacerdote en este pequeño y encantador país comunista de cuatro millones de habitantes, 3 795 000 de los cuales son ateos, y unos 24 000 son agnósticos; los mil que quedan son judíos. Quiero decir con esto que no soy pastor de muchas ovejas. Esta es la Embajada de Estados Unidos en este país. Hace seis años vine aquí con la policía comunista en los talones para pedir asilo. ¡Había ahí fuera cuatro millones de comunistas dispuestos a matarme! Mi opción era simple. O me quedaba aquí al amparo de esta embajada, o salía para intentar la mayor conversión en masa de la historia. Decidí quedarme, y llevo escondido arriba desde entonces. Al frente de esta embajada se halla el embajador James F. Magee. El gobierno de Estados Unidos le destinó aquí por su clara percepción de los acontecimientos mundiales. (Entra el embajador Magee, un cincuentón irascible de porte solemne, un hombre de carrera, organizado, con espíritu de equipo. Se dirige hacia la ventana y echa un vistazo al exterior). En los últimos cuatro años, cada mañana entra en este salón, observa el ambiente y nos favorece con su discernimiento y sabiduría.

No te bebas el agua – Woody Allen

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