Nido de nobles
Resumen del libro: "Nido de nobles" de Iván Turguénev
“Nido de nobles” (o “Nido de señores” en algunas traducciones) es una novela escrita por Iván Turguénev, publicada por primera vez en 1859. La obra se centra en la vida de la aristocracia rusa del siglo XIX y aborda temas como el amor no correspondido, la tragedia y la decadencia de la nobleza.
La trama gira en torno a la historia de Lavretski, un noble ruso que regresa a su país después de haber vivido en el extranjero durante muchos años. Al regresar, se encuentra con su antiguo amor, Varvara, quien ahora está casada con otro hombre. A pesar de esto, Lavretski se siente atraído nuevamente hacia ella, lo que lo lleva a enfrentarse a dilemas emocionales y morales.
La novela presenta una serie de personajes complejos y multifacéticos que reflejan las diferentes facetas de la sociedad rusa en ese momento. A través de sus interacciones y experiencias, Turguénev pinta un retrato de la sociedad rusa, su cultura y sus contradicciones.
“Nido de nobles” es considerada una de las grandes obras literarias rusas y ha sido elogiada por su estilo realista y su penetrante análisis psicológico. La novela ha dejado una profunda huella en la literatura mundial y sigue siendo relevante como una mirada crítica a la aristocracia y la sociedad del siglo XIX.
Capítulo 1
El día radiante de primavera daba paso al atardecer; en lo alto del cielo luminoso pequeñas nubes rosadas, más que pasar flotando, parecían perderse en la profundidad azul.
Ante la ventana abierta de una bonita casa, en una calle periférica de la capital de la provincia de O. (la acción transcurre en 1842), había dos mujeres sentadas: una señora de unos cincuenta años y una vieja dama de unos setenta.
La primera se llamaba Maria Dmítrevna Kalítina. Su marido —antiguo procurador de la provincia, conocido hombre de negocios en su tiempo, de carácter enérgico y decidido, colérico y obstinado— había muerto hacía diez años. Había recibido una buena educación y estudiado en la universidad, pero al ser de procedencia humilde, pronto comprendió la necesidad de abrirse camino y hacer fortuna. Maria Dmítrevna se casó con él por amor: era bastante atractivo, listo y, cuando quería, muy amable. Maria Dmítrevna (de soltera Pestova) quedó huérfana en su más tierna infancia, pasó varios años en un pensionado de Moscú y, al regresar de allí, se instaló en Pokróvskoie, la aldea que pertenecía a su familia, a cincuenta verstas de O., con su tía y con su hermano mayor. Éste pronto se trasladó a Moscú para servir como funcionario y trató despóticamente a su tía y a su hermana hasta el momento de su muerte repentina, que puso fin a aquella penosa situación. Maria Dmítrevna heredó Pokróvskoie, pero no vivió mucho tiempo allí: al segundo año de haberse casado con Kalitin, que en pocos días había logrado conquistar su corazón, Pokróvskoie fue intercambiado por otra hacienda mucho más rentable, pero nada bonita y desprovista de casa señorial; asimismo, Kalitin compró una casa en la ciudad de O., donde se instaló con su mujer a vivir definitivamente. La casa tenía un gran jardín; uno de sus lados daba directamente al campo, fuera de la ciudad. Kalitin, nada amante de la tranquilidad de la vida campestre, había decidido: «Así no tendremos que ir yendo y viniendo del campo». Maria Dmítrevna más de una vez añoró en su corazón su querido Pokróvskoie, con su alegre riachuelo, sus anchos prados y verdes boscajes; pero jamás contradecía a su marido y reverenciaba su inteligencia y conocimiento del mundo. Y cuando él murió tras un matrimonio de quince años, dejándole un hijo y dos hijas, Maria Dmítrevna se había acostumbrado de tal modo a su casa y a la vida en la ciudad, que ya no quiso marcharse de O.
En su juventud Maria Dmítrevna había sido considerada una rubia con cierta gracia, y a los cincuenta años sus rasgos mantenían su encanto, aunque se habían abultado un poco y desdibujado. Era más sensible que buena, y a su edad madura conservaba aún sus costumbres de colegiala: era caprichosa, se irritaba con facilidad y rompía a llorar si alguien contrariaba sus hábitos. No obstante, era muy cariñosa y amable cuando se cumplían todos sus deseos y nadie la contradecía. Su casa se contaba entre las más agradables de la ciudad. Poseía una fortuna considerable que procedía no tanto de su herencia como de las ganancias de su marido. Sus dos hijas vivían con ella, mientras que el hijo estudiaba en una de las mejores instituciones de San Petersburgo.
La vieja dama sentada junto a Maria Dmítrevna frente a la ventana era esa misma tía, hermana de su padre, con la que había compartido algunos años de vida solitaria en Pokróvskoie. Se llamaba Marfa Timoféievna Pestova. Tenía fama de ser extravagante, poseía un carácter independiente, soltaba a todo el mundo las verdades a la cara y, aunque disponía de unos recursos muy escasos, se administraba de tal modo que parecía que tuviera una fortuna. No soportaba al difunto Kalitin y, en cuanto su sobrina se casó con él, se retiró a su pequeña aldea, donde vivió diez años enteros en una casa de campesinos: una isba sin chimenea. Maria Dmítrevna le tenía un poco de miedo. De cabello negro y ojos vivos incluso en su vejez, menuda y de nariz afilada, Marfa Timoféievna caminaba con vivacidad, seguía yendo erguida y hablaba de un modo rápido y claro, con vocecita fina y sonora. Llevaba siempre una cofia blanca y una blusa también blanca.
—¿Qué te pasa? —le preguntó de repente a Maria Dmítrevna—. ¿Por qué suspiras, hija mía?
—Por nada —dijo su sobrina—. ¡Qué nubes tan maravillosas!
—¿Es que sientes lástima por ellas?
Maria Dmítrevna no respondió.
—¿Y Guedeónovski? ¿Cómo es que no viene? —dijo Marfa Timoféievna, moviendo ágilmente las agujas de coser (estaba tejiendo una bufanda grande de lana)—. Podría suspirar contigo o soltar alguna mentira.
—¡Qué dura es usted siempre con él! Serguéi Petróvich es un hombre respetable.
—¡Respetable! —repitió en tono de reproche la vieja dama.
—Y ¡qué leal era a mi difunto marido! —dijo Maria Dmítrevna—. Incluso ahora no puede recordarlo sin emocionarse.
—¡Por supuesto! Porque lo agarró por las orejas y lo sacó del fango —gruñó Marfa Timoféievna, e hizo mover las agujas entre sus manos aún con más rapidez—. Parece un mojigato —continuó diciendo—, con el cabello todo cano, pero es abrir la boca y soltar alguna mentira o algún chisme. ¡Y eso que es consejero de Estado! Pero qué se puede esperar del hijo de un pope…
—¿Quién está libre de pecado, tía? Es cierto, tiene ese defecto: Serguéi Petróvich no recibió una buena educación y no habla francés; pero reconozca que es un hombre agradable.
—Sí, no deja de besuquearte las manos. ¿No habla francés? Pues ¡vaya una desgracia! A mí misma no se me da demasiado bien el «dialecto» francés. Lo mejor sería que él no hablara ningún idioma, así no podría mentir. Helo aquí, hablando del rey de Roma… —añadió Marfa Timoféievna tras mirar por la ventana—. Ahí va tu hombre agradable. Pero ¡qué largo es, parece una cigüeña!
Maria Dmítrevna se arregló los rizos y Marfa Timoféievna la miró con una sonrisa maliciosa.
—¿Qué es lo que veo, hija mía? ¿Una cana? Deberías regañar a Palashka, ¿en qué estará pensando?
—¡Ah, tía, usted siempre…! —farfulló irritada Maria Dmítrevna y empezó a repicar con los dedos en el brazo de su poltrona.
—¡Serguéi Petróvich Guedeónovski! —anunció con voz fina un joven criado de mejillas coloradas y vestido de cosaco que apareció por la puerta.
…
Iván Serguéievich Turguénev. (1818-1883), escritor, novelista y dramaturgo ruso, destaca como el más europeísta del siglo XIX. Su impacto trasciende las fronteras literarias, influenciando la poética no solo de la novela rusa sino también de la Europa occidental. Pionero en explorar la personalidad del "hombre nuevo", introdujo el término "nihilista" en el léxico ruso.
Nacido en Oriol, en una familia terrateniente, Turguénev enfrentó una infancia marcada por la dictatorial madre y la ausencia del padre. Su vida adulta refleja estas experiencias, permeando sus obras con un pesimismo que algunos atribuyen a su entorno familiar. Estudió en Moscú y San Petersburgo, viajando a Berlín en 1838, donde absorbió la filosofía de Hegel y abrazó la idea de la modernización europea para Rusia.
Turguénev, apasionado crítico del sistema de servidumbre, inició su carrera literaria con versos elogiados por Belinski. Su amistad cercana con Gustave Flaubert contrastó con tensiones con Tolstói y Dostoyevski, siendo desafiado a un duelo por Tolstói en 1861. Su relación con Dostoyevski fue parodiada en "Los demonios."
El autor nunca contrajo matrimonio, pero tuvo una hija. Su vida culminó en Francia, inspirando a Tolstói a regresar a la literatura. Falleció en Bougival en 1883, siendo enterrado en San Petersburgo. Su cerebro, con inusual peso de 2.021 gramos, simboliza la magnitud de su legado literario.