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Negra

Resumen del libro:

Nirvana del Risco es la primera heroína negra cubana que se muestra desnuda, abierta y descarnada ante lo que por prejuicios muchos esconden: la bisexualidad, el racismo, la política, el miedo y la cercana intimidad con el enemigo. Hija de la generación de los años 60 y rebelde protagonista habanera en los 2000, recorre el camino entre lo prohibido y lo sagrado, revelando así ocultas recetas asentadas en una cultura afrocubana (Regla de Ocha). Rituales que van desde la dinástica brujería cubana, aquella que pocos aceptan abiertamente y se usa en rituales y conjuros cotidianos, hasta el complejo equilibrismo entre raza, sexo, política y religión.

Nirvana huye del oráculo convencida de que el culto afrocubano conserva la leyenda de su vida, pero decide liberarse y cambiar las reglas, desobedecer la letra que le dictan los orishas, retirando así de su vida los antídotos a terribles designios que la acompañan desde su nacimiento.

Condimentos endémicos, acentos oriundos y sensuales, sabores agridulces y tropicales revelan una parte escondida de la mezclada nacionalidad cubana. A esta modelo criolla e ilustrada se le presenta un camino épico, único y oscuro que atraviesa con arrojo, ruta pasional entre Cuba y Francia, donde intenta asentarse, derribando tópicos y rompiendo los estigmas que significan ser hoy en el mundo una hermosa mujer cubana y negra como la noche. El destino trágico de esta heroína narra una parte sensible y poco explorada por la literatura femenina latinoamericana. Con un lenguaje mágico y contemporáneo, la autora nos invita a un viaje singular bañado por sublimes Lágrimas negras.

La palabra «Negra» es para algunos un término tabú; para la protagonista de esta espléndida novela contiene toda la música, el sabor y el sentimiento de su cuerpo, su alma y su nación.

El suelo. A ras del suelo. Hasta ahora sólo he vivido a ras del suelo, mirando al suelo –1… 2… 3…–, atenta al suelo –1 yyy 2 yyy 3…–, midiendo el suelo que va de mi impulso, de la volición de mi ser, de la rotación, del girar sobre mí misma (y sin poder pasar nunca de diez y seis, diez y siete, diez y ocho fouettés, soñando con los Grandes Cisnes Negros que alcanzan a redondear el treinta y dos…)

ALEJO CARPENTIER,
La consagración de la primavera

Tu vientre sabe más que tu cabeza y tanto como tus muslos.
Ésa es la fuerte gracia negra de tu cuerpo desnudo.

Signo de selva el tuyo, con tus collares rojos, tus brazaletes de oro curvo, y ese caimán oscuro nadando en el Zambeze de tus ojos.

NICOLÁS GUILLÉN, «Madrigal»

I. Negra

Como leche derramada sobre la alfombra, mapa blanco olvidado en el vientre negro de mi madre. Beso de fuego y goce mestizo, canción de cuna en criollo. Lágrimas negras en la luna de mis ojos. Café arábica en grano, bien tostado, de aroma profundo y delator. Flotando sola en el anís de los recuerdos. A la deriva, así me siento.

Yo soy el borrón en tu muro. Caña sembrada, cultivada, cortada, quemada por negros; cobrada por blancos. Azúcar prieta, melaza, raspadura, miel de purga, melao caliente.

No hay maquillaje que cambie mi máscara africana.

Ésta es mi piel, éste es mi perfume. Mi sombra y yo, mi sexo y yo, mi culpa y yo nos parecemos.

¿Cuándo supe que era diferente a los demás? ¿Cómo conocí el silencio de ser distinta?

Ojos claros revisando el fondo de mis ojos negros. Yo nada escondo, pero sospechan; presumen y hurgan en mi pasado cimarrón. Pocos saben cuánto vale ser liberta, y cuánto pesa defenderlo día a día.

Mi color revive la vieja historia, que no acaba, no cierra y se inicia una vez más el día en que nace una niña como yo, una persona que no ha sido preparada para lo que algunos ven en ella.

Negra, culta, mulata, blanca, vulgar, ilustrada, amnésica, ebria, insolente y lúcida; bella en la infinita diferencia.

No estoy al sur ni al norte. Viajo al centro de un Tercer Mundo instruido, un no lugar y otro Occidente.

Conmigo no aciertan los pronósticos meteorológicos, ni históricos, ni religiosos.

Yo soy la que todos narran y pocos entienden.

Espigaba cantando hacia la luz, hasta el día en que conocí la oscuridad.

AZÚCAR PARA CRECER

Cada uno con su cada cual.
OKANA ODDI

El primer indicio de contraste, el primero que llevo tatuado sobre mis hombros, lo tuve a través del abuelo de un amigo. Él me llamaba «Azuquita», decía que yo era dulce pero ácida, prieta pero buena, que sin mí las fiestas de su nieto no eran lo mismo. El viejo coleccionaba aquellos lemas socialistas que van dejando de tener sentido. Cuando visitaba a mi amigo, de apenas once años, el abuelo me gritaba:

–¡Azúcar, azúcar para crecer! ¡Mi negrita, tú eres la alegría de los blanquitos de este barrio!

Yo no hacía nada distinto a los demás, sólo ser y estar.

¿Quién es «azúcar»? ¿Cómo y qué es «azúcar»? Busqué en los diccionarios; no me parecía una ofensa, todo lo contrario. Azúcar es Cuba.

El azúcar de mesa o azúcar común (C12H22O11) es una sustancia de sabor dulce que se extrae, entre otras fuentes, de la caña de azúcar, y que está formada en su mayor parte de un compuesto llamado sacarosa. El azúcar puede formar caramelo al calentarse por encima de su punto de descomposición. Si se calienta por encima de 145 °C en presencia de compuestos amino, derivados, por ejemplo, de proteínas, se produce la llamada reacción de Maillard, que da lugar a colores, olores y sabores generalmente apetecibles, y también pequeñas cantidades de compuestos indeseables.

¿Cuánto se espera de mí, de mi sabor? ¿Cuán dulce, cuán amarga, cuán refinada debería ser?

Soy un grano de azúcar prieta sobreviviendo entre miles de granos de sabor y color blancos. Existen el sabor y el olor blanco, ya lo sé.

Poco a poco la ciudad se ha ido llenando de puntos negros: es evidente la «mestización» de La Habana. Somos más y más los negros, mulatos, chinos que transitamos por las calles. Pero La Habana no es Cuba. Aquí hay ciudades mucho más racistas que otras, y ser negro implica una actitud diferente: aunque quieras sentirte igual, nunca te dejarán serlo, te lo recordarán hasta con cariño.

«Azuquita, azuquita, azúcar para crecer.»

El abuelo de mi amigo venía de Cienfuegos, esa ciudad casi francesa, fundada en 1819 por don Luis de Clouet y Favrot. Allí los negros y los blancos caminaban en aceras distintas. La Sociedad Minerva era para los negros, y las otras para el resto. Su Cienfuegos, el de entonces, era limpio y perfecto, «ciudad de calles rectas y cerebros torcidos»; con puerto, rejas afrancesadas, criados negros sentados a la mesa de sus patrones, descendientes de esclavos que heredaron sus apellidos, sus modales y hasta sus aires parisinos.

Azúcar prieta. Azúcar rubia. Azúcar blanca. Azúcar refino (en el proceso de refinamiento se desechan algunos de sus nutrientes complementarios).

No quiero, no debo, no puedo someterme a una refinación. Fui educada por mi abuela y mi madre; ellas evitaron a toda costa que fuera víctima del gregarismo, la vulgaridad, los malos modales. Éramos la realeza negra en el exilio blanco.

Mi madre caminaba como una reina africana entre la multitud. Su corona era el espendrum. Nunca se estiró el pelo para sentirse «adelantada» y, como el de Ángela Davis, le crecía hacia arriba; cuanto algodón o florecita volaba, se enganchaba en su cabeza. Un halo circular la cortejaba, coronando su mente. Caminaba despacio, y si estaba apurada corría en cámara lenta por el empedrado, con sus sandalias hechas a mano, sus dedos largos, sus vestidos blancos de gasa, los pezones morados reventando de vida bajo la túnica. Ella no tenía tiempo para entenderse con la diferencia. Su entereza era tal, que jamás usaba colores cuando hablaba de un ser humano.

Nadie va a refinarme. Esto soy yo, éste es mi color y ésta es mi alma. Azúcar prieta, descendiente de una negra de nación.

AZÚCAR SALADA

A lo largo y ancho de mi isla han cerrado la mayoría de los centrales azucareros. No ha pasado mucho tiempo desde entonces, pero ya aparecen las ruinas del azúcar, corroídas por el salitre y el abandono. Un quejido irrumpe en los sitios donde antes la molienda o el tiempo muerto hicieron la suerte o desgracia de quienes los habitaron. Hubo cepo y hubo tambor, hubo goce y hubo sangre. A los extremos del color se fundó mi piel, soy parte de una nación que llegó en barco, por las buenas y por las malas. Pisando el cuerpo de los aborígenes, se alzaron las moliendas, fijando lo mejor y lo peor de nuestra naturaleza.

En 1857 el doctor Justo Germán Cantero y el grabador francés Eduardo Laplante crearon uno de los más atractivos y curiosos libros hechos en Cuba: El libro de los ingenios. Su recorrido nos regala el panorama de la vida de estos pueblos cuando, a golpe de trabajo, fuerza, dolor, quien allí reinaba era Su Majestad el Azúcar. Ella era el centro de la riqueza o la ruina de muchos apellidos cubanos. La sacarocracia de esta isla tenía entonces la palabra.

No soy espiritista, no escucho voces; pero a veces, sólo a veces, cuando recorro los campos desahuciados, cuando leo y compruebo que ya mi país no tiene el azúcar como primer renglón de su economía, cuando encuentro la herrumbre sobre los áridos terrenos de antiguo sudor, cuando veo el eterno tiempo muerto de los secos caseríos, siento a esa negra conga gritar por dentro. Lo dice en lengua, pero lo dice claro: «AZÚCAR, AZÚCAR PARA CRECER.»

Negra – Wendy Guerra

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