Mujercitas

Mujercitas, una novela de Louisa May Alcott

Resumen del libro: "Mujercitas" de

El señor March se ha marchado a la guerra y sus cuatro hijas deben quedarse en casa con su madre, su tía y sus amigos, en medio del bullicio de la vida burguesa de Nueva Inglaterra. Meg, Beth, Amy y Jo, las cuatro hermanas March, tienen intereses muy distintos, pero juntas viven y sufren los cambios que conlleva hacerse un lugar en el mundo y, lo más complicado de todo, crecer.

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1. El juego de los peregrinos

—Sin regalos, la Navidad no será lo mismo —refunfuñó Jo, tendida sobre la alfombra.

—¡Ser pobre es horrible! —suspiró Meg contemplando su viejo vestido.

—No me parece justo que unas niñas tengan muchas cosas bonitas mientras que otras no tenemos nada —añadió la pequeña Amy con aire ofendido.

—Tenemos a papá y a mamá, y además nos tenemos las unas a las otras —apuntó Beth tratando de animarlas desde su rincón.

Al oír aquellas palabras de aliento, los rostros de las cuatro jóvenes, reunidas en torno a la chimenea, se iluminaron un instante, pero se ensombrecieron de inmediato cuando Jo dijo apesadumbrada:

—Papá no está con nosotras y eso no va a cambiar por una buena temporada. —No se atrevió a decir que tal vez no volviesen a verle nunca más, pero todas lo pensaron, al recordar a su padre, que estaba tan lejos, en el campo de batalla.

Guardaron silencio y, al cabo de unos minutos, Meg añadió visiblemente emocionada:

—Ya sabéis que mamá propuso no comprar regalos estas Navidades porque este invierno será duro para todos y porque cree que no deberíamos gastar dinero en caprichos cuando los soldados están sufriendo en la guerra. No podemos hacer mucho por ayudar, solo un pequeño sacrificio, y deberíamos hacerlo de buen grado, pero me temo que yo no puedo. —Meg meneó la cabeza pensando en todas las cosas hermosas que le apetecía tener.

—Yo no creo que lo poco que podemos gastar sirviera de mucho. Solo tenemos un dólar cada una, y en poco ayudaríamos al ejército si se lo entregáramos. Me parece bien que no nos hagamos regalos las unas a las otras, pero me niego a renunciar a mi ejemplar de Undine y Sintram. Hace mucho que deseo conseguirlo… —dijo Jo, que era un verdadero ratón de biblioteca.

—Yo pensaba comprar algo de música —apuntó Beth, y dejó escapar un suspiro tan discreto que ni las paredes lo oyeron.

—Yo quiero una buena caja de lápices de colores Faber. Los necesito tic veras —anunció Amy con decisión.

—Mamá no ha dicho nada de nuestro dinero. No creo que pretenda que renunciemos a todo. Que cada una se compre lo que más le apetezca y disfrutemos un poco. Al fin y al cabo, hemos luchado mucho por ganarlo —propuso Jo mirándose los tacones de las botas como suelen hacerlo los caballeros.

—Desde luego, yo sí; en lugar de estar en casa, tranquila, me paso el día dando clases a niños horribles —se quejó Meg.

—Lo mío es mucho peor —aseguró Jo—. ¿Qué te parecería estar encerrada durante horas con una anciana histérica y tiquismiquis, que no te deja descansar ni un minuto, que nunca está contenta y que te da tanto la lata que al final te entran ganas de abofetearla o de escapar por la ventana?

—Sé que no está bien quejarse, pero no hay peor trabajo que fregar los platos y limpiar la casa. Me desespera y, además, las manos se me quedan tan rígidas que luego no puedo tocar el piano. —Beth miró sus manos ásperas y lanzó un suspiro que esta vez todas oyeron.

—Dudo mucho que ninguna sufra nías que yo —sentenció Amy—, que tengo que ir a una escuela de niñas impertinentes que me chinchan cuando no me sé la lección, se ríen de mis vestidos, se mofan de mi nariz y acreditan a papá por no ser rico.

—Querrás decir «desacreditan» —la corrigió Jo entre risas—. «Acreditar» significa justo lo contrario…

—Bueno, yo sé lo que quiero decir. No es necesario que te pongas sarjástica. Trato de usar palabras nuevas para aumentar mi vocabilario —añadió Amy con aire digno.

—Dejad de pelear. ¿No te gustaría tener ahora el dinero que papá perdió cuando éramos pequeñas, Jo? Madre mía, qué felices y buenas seríamos si no tuviéramos preocupaciones —dijo Meg, que por su edad recordaba tiempos mejores.

—El otro día dijiste que estabas segura de que éramos más felices que los hijos de los King porque ellos se pelean y se enfadan todo el tiempo a pesar del dinero que tienen.

—Tienes razón, Beth. Aunque tengamos que trabajar, nos divertimos y, como diría Jo, somos una troupe de lo más alegre.

—Jo dice muchas palabras vulgares —observó Amy lanzando una mirada reprobatoria a la joven, que seguía tendida sobre la alfombra. Jo se incorporó de inmediato, metió las manos en los bolsillos y empezó a silbar—. ¡No hagas eso, Jo! ¡Pareces un chico!

—Precisamente por eso lo hago.

—¡No soporto a las jovencitas maleducadas y poco femeninas!

—Pues a mí me sacan de quicio las niñas cursis y resabidas.

Louisa May Alcott. La pluma prodigiosa que dio vida a "Mujercitas", nació en Germantown, Pensilvania, en 1832. Hija de Abigail May y el filósofo Amos Bronson Alcott, Louisa creció inmersa en el vibrante ambiente intelectual de Nueva Inglaterra. Educada en casa por su padre, compartió experiencias con figuras como Hawthorne y Thoreau, moldeando su visión del mundo.

Desde joven, Alcott se sumergió en la escritura como una forma de sostén familiar. Su primer libro, "Fábulas de flores", fue solo el inicio de una carrera literaria que la llevaría a explorar diversos géneros y temáticas. Comprometida con causas sociales, como el abolicionismo y el sufragio femenino, su pluma se convirtió en arma de denuncia y reflexión.

Durante la Guerra Civil, Alcott sirvió como enfermera, experiencia que plasmó en sus crónicas humorísticas "Escenas de la vida de un hospital". Sin embargo, fue con "Mujercitas" que alcanzó la cima del reconocimiento. Inspirada en su propia familia, esta obra cautivó al público con su retrato sincero de la vida doméstica y los vínculos familiares.

Aunque "Mujercitas" fue su obra más célebre, Alcott también exploró géneros menos conocidos, como las novelas góticas bajo el seudónimo de A. M. Barnard. Su vasta producción incluye desde relatos infantiles hasta novelas románticas, manteniendo siempre su aguda observación y estilo inconfundible.

El legado literario de Louisa May Alcott perdura hasta nuestros días, con adaptaciones cinematográficas y nuevas generaciones de lectores que descubren en sus páginas la magia de la vida cotidiana y los lazos familiares. Con su pluma sensible y perspicaz, Alcott conquistó los corazones de millones, dejando una huella imborrable en la historia de la literatura.

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