Muerte de Narciso
Resumen del libro: "Muerte de Narciso" de José Lezama Lima
“Muerte de Narciso” es una obra poética seminal de José Lezama Lima, que marca el inicio de su legado literario. Publicada en 1937 cuando el autor tenía tan solo veintisiete años, esta composición juvenil ya insinúa los elementos que darían forma a su estilo distintivo y a la exploración constante entre la realidad tangible y las visiones internas del poeta.
En “Muerte de Narciso”, Lezama Lima establece un diálogo íntimo y profundo con las tradiciones literarias que lo inspiraron. A medida que emprende la búsqueda de nuevas formas expresivas, el autor utiliza la figura mítica de Narciso como un catalizador para construir su propia genealogía poética y para forjar una voz literaria auténtica y distintiva. Desde sus primeras líneas, el poema despliega una serie de temas recurrentes en la obra de Lezama Lima: la melancolía, la exaltación del amanecer como símbolo de renovación y la reinterpretación de la visión original del mundo a través de una lente mitológica.
En “Muerte de Narciso”, Lezama Lima teje complejas conexiones literarias. Equipara la estética de autores como Góngora y Valéry, cuyo enfoque en el lenguaje poético como entidad autónoma enriquece su propia propuesta estilística. Además, el poema rinde homenaje a Garcilaso de la Vega, resaltando la figura de este poeta renacentista español como emblema de la actitud del literato y su compromiso con la creación literaria.
El título mismo, “Muerte de Narciso”, subraya la intención de Lezama Lima de explorar la negación de la actitud narcisista, cuya representación se encuentra arraigada en las fuentes clásicas del mito. A través de la figura de Narciso, el poeta protagoniza un tránsito profundo, atravesando el espejo del mito para construir su propio ascenso literario y su concepción única de la literatura.
En definitiva, “Muerte de Narciso” se revela como un poema trascendental en la obra de José Lezama Lima. A pesar de su juventud al momento de su publicación, la composición encapsula las semillas de sus futuros desarrollos literarios y establece los cimientos de su exploración poética entre la tradición, la originalidad y la conexión entre el lenguaje y la visión artística.
Contestación a varios artículos sobre la Isla de Cuba publicados en el Diario de Barcelona
Ha visto la luz pública en el Diario de Barcelona una serie de artículos con diversos encabezamientos, pero encaminados todos a tratar de la situación y del gobierno de la Isla de Cuba. Fueron inspirados, a lo que parece, estos trabajos por la aparición de un folleto en lengua francesa con el título de: La Cuestión de Cuba, que no ha muchos meses se publicó en esta capital.
Nosotros que ninguna parte tuvimos en la redacción de ese folleto, que no estamos conformes con algunos de los puntos de vista, ni con ciertas tendencias que en él se manifiestan, no hemos podido ver con indiferencia la manera brutal y la insigne mala fe con que de él se da cuenta en las columnas del diario barcelonés, ni menos aun sufrir en silencio los ataques con que allí se pretende vulnerar la santa causa de un pueblo esclavizado que aspira a romper sus cadenas. Venimos, pues, a rechazar en nombre de éste insultos y agresiones, y si nuestro lenguaje pareciere severo en demasía, téngase presente que la honra y dignidad de un pueblo escarnecido no tienen fueros ningunos que guardar a la personalidad de quien así le ultraja y hiere en lo más vivo de sus sentimientos.
El señor E. Reynals y Rabassa que firma esos escritos es un abogado ilustrado y liberal de Barcelona, según se nos ha escrito. También es catedrático de derecho en la Universidad y secretario del Ayuntamiento de esa ciudad. Cómo se sostengan estos títulos y aquellas calificaciones lo vamos a ver en el curso de esta contestación, que naturalmente deberá resentirse de falta de trabazón y de plan lógico, como que ni plan lógico ni trabazón se advierte en los artículos que nos proponemos combatir. Y si fuera esto solo, si no tuviéramos que señalar infinitas contradicciones en esos artículos, suposiciones y falsedades en que abundan, nuestra tarea, si bien ingrata por lo desordenada e incorrecta que tiene por fuerza que ser, fuera a lo menos corta y más concluyente.
Pero tiempo es ya de entrar en materia afirmando y probando, para no seguir el ejemplo de quien rehuye las pruebas a la vez que se complace en las afirmaciones. Veamos el primer artículo del señor Reynals que lleva por epígrafe: La Isla de Cuba.
I
Empieza el escritor diciendo «que la cuestión de Italia y las complicaciones que en lontananza ven algunos le recuerdan un compromiso que tiene pendiente con sus lectores». Este compromiso es «el de emitir su juicio sobre la Isla de Cuba».
Muy loable es sin disputa alguna esto de satisfacer los compromisos contraídos, pero es el caso que el señor Reynals promete ahora de nuevo y tampoco cumple, pues que después de algunas consideraciones introductorias se lanza a dar cuenta del folleto: La Cuestión de Cuba, que de todo tendrá menos el juicio del señor Reynals sobre la Isla de Cuba.
Verdad es que esto puede explicarse por el temor que, según el dicho del señor Reynals, le había arredrado hasta ahora, «el de no acertar a decir sino lo justo y lo conveniente». Permítanos el escritor catalán que le señalemos la anfibología en que incurre al expresarse así, dando lugar a que se crea que el señor Reynals había callado hasta ahora por temor de encerrarse dentro de los límites «de lo justo y de lo conveniente», y que rompió el silencio tan luego como consideró que podía y debía salvar esas barreras. Nosotros esperamos demostrarle que no solo se extralimitó de lo justo y de lo conveniente, sino que se metió de lleno en el campo de lo contradictorio y de lo absurdo.
Hechas estas salvedades, y al señor Reynals «no le gusta hacerlas sino cumplirlas», (¡entienda esto quien pudiere!) nos dice el escritor «que cada vez que surge una cuestión europea o que se trata de dar a las nacionalidades naturales la forma jurídica que les corresponde, como en la guerra que ensangrienta los campos de Italia; ya se hable de derecho natural constituido, ya de derecho internacional constituyente, se vuelve instintivamente los ojos a la Isla de Cuba, etc., &c». ¿Cómo así, señor catedrático de derecho? Pues ¿no es usted quién va a decir luego y repetir a saciedad en todos sus artículos que no hay paridad ninguna que establecer entre la cuestión italiana y la cuestión cubana; que en aquélla hay nacionalidad y que ésta no la tiene; que los congresos y arreglos internacionales nada tienen que hacer con referencia a la Isla de Cuba, propiedad legítima y soberana de España; que toda analogía cesa cuando se quiere comparar la una cuestión con la otra? O nosotros somos unos topos, o de estas afirmaciones se desprende necesariamente una de dos cosas: o que cuando de Italia, de nacionalidades y de intervenciones diplomáticas, se trata no hay motivo alguno «para que los ojos se vuelven instintivamente a Cuba», o que si se vuelven a nuestro pesar es porque existe la paridad o la analogía que con tanto empeño niega el señor Reynals. Salga si puede el escritor de este dilema en que él mismo se ha encerrado.
Entra luego en materia el articulista diciendo «que en el diluvio de folletos sobre varias cuestionas internacionales que ha descargado en París antes y después de haber estallado la guerra, han querido también terciar las plumas criollas, que han publicado un folleto con el título de: La Cuestión de Cuba, para denunciar a la Europa que allí en la Isla de Cuba hay unos cuantos blancos criollos que no tienen participación en la formación de las leyes que los gobiernan; que hay una raza negra opuesta a ellos y que están los susodichos blancos dispuestos a unirse a los Estados Unidos a fin de libertarse del yugo de los españoles».
Nosotros respondemos a esto que la mala fe del señor Reynals, al condensar toda la significación del folleto en las proposiciones que hemos trascrito, solo puede compararse en intensidad con la supina ignorancia que hasta ahora ha prevalecido entre los escritores europeos al tratarse de las cosas de Cuba. Para colocar la verdad en su lugar es que se escribió ese folleto: en él, después de manifestarse los groseros errores estadísticos en que incurren los publicistas extranjeros al hablar de la población de la Isla de Cuba, se demuestra con documentos quién es y con qué viles fines el que allí sostiene y perpetúa el tráfico y la esclavitud de los negros, quién y con qué depravado objeto el que mantiene en el país la más afrentosa e insoportable degradación política, quién el que con sus desaciertos y sus crímenes ha provocado una revolución en Cuba, revolución comprimida hasta ahora por las bayonetas, pero vivaz y persistente, y que para la Europa se ha complicado con la ayuda moral y material que le promete una nación vecina, potente cuanto ambiciosa. Refutar estos asertos y los datos en que se apoyan, demostrar siquiera la falacia de las consecuencias internacionales que exponen los autores del folleto, habría sido por parte del señor Reynals obra meritoria, ya que de dudosa sino imposible éxito; pero desfigurar ese trabajo o resumirlo en las frívolas proposiciones a que nos hemos referido, prueba una insigne mala fe, y el indigno propósito de mantener la impostura, única arma que hasta ahora esgrimieron con provecho los apologistas de la dominación española en Cuba. Si somos nosotros los que falseamos la verdad, si el folleto no encierra más que las miserias que dice su impugnador, si las consideraciones que en él se desenvuelven no elevan la cuestión cubana a la altura de una cuestión internacional, ¿querrá explicarnos el señor Reynals por qué se ha tomado el trabajo de combatir sus tendencias y sus deducciones en esa serie interminable de artículos con que ha amenizado las columnas del Diario de Barcelona?
Pero hay algo más grande todavía que la mala fe del señor Reynals, a saber, su inconsecuencia y sus contradicciones. Oigan, si no, nuestros lectores y asómbrense: es nada menos que la refutación anticipada que hace el señor Reynals de cuanto va a decir más adelante acerca de los verdaderos sentimientos de los cubanos, según los expone el folleto, y de las ideas de independencia que agitan al país. He aquí como se expresa el señor Reynals trascribiendo las palabras de otro escritor:
Cuando fui enviado aquí (isla de Cuba) por mi gobierno en 1826, dice Mr. Lobé en su sensatísimo e imparcial folleto titulado: Cuba, hallé en realidad un mismo espíritu público; que los criollos aborrecen in petto a su vieja madre España, y que esperan la suprema felicidad de declararse independientes a la faz del ciclo.
Agrega más adelante el señor Reynals de propia cosecha estas palabras:
Sin apelar a autoridades extrañas hay aquí en Barcelona a centenares personas que pueden manifestar si son poco vivos los sentimientos de emancipación de nuestros hermanos de América.
De manera que no solo es el folleto combatido por el señor Reynals el que testifica de esos sentimientos de los cubanos, sino también Mr. Lobé, un cónsul extranjero cuyo escrito se califica de «sensatísimo e imparcial», y centenares de personas residentes en Barcelona que todos concuerdan en el vivísimo deseo que tienen los cubanos de emanciparse de la dependencia de España.1 Siendo esto así, ¿cómo es que el mismo señor Reynals va luego a decirnos y a repetir a cada paso que semejantes ideas no tienen cabida más que en el cerebro de unos pocos jóvenes atolondrados y parodiadores de sentimientos ajenos? ¿En qué quedamos? Si es cierto lo que dicen Mr. Lobé y centenares de catalanes, no es cierto lo que escribe y pretende probar el señor Reynals, y viceversa, si este último tiene razón no la tienen los primeros, y no se comprende entonces para qué se ha invocado su autoridad, a menos que se haya propuesto ese señor demostrar con su ejemplo a qué abismos puede conducir el espíritu de contradicción.
Pero el señor Reynals no es hombre que se para en pelillos, y así es que no solo admite como verdadera la opinión de Mr. Lobé y de centenares de catalanes, sino que da la razón de ese espíritu de emancipación que prevalece en Cuba en los términos siguientes: «Ya tienen (los cubanos) un habla por nosotros creada y por ellos modificada, ya les hemos enseñado a cultivar los campos, ya tienen universidades, ya salen de las mismas a centenares los abogados; ya son ricos, ya son ilustrados; ya pueden pues emanciparse de la tutela de la paterna potestad, así como las leyes civiles emancipan de derecho a los hijos cuando llegan a cierta edad o se constituyen en familia independiente, etc., &c».
Nunca dijo el señor Reynals mayor verdad, y si a estos motivos, por si bastantes, hubiera agregado los que son consiguientes a los agravios e injusticias que diariamente recibe Cuba de una metrópoli desnaturalizada y cruel, habría puesto fuera de toda duda su liberalismo y su ilustración. Pero es el caso que después de haber estampado aquella explícita confesión, más adelante va a negar a los cubanos toda razón, todo derecho, toda capacidad para aspirar a su emancipación de un gobierno que todos aborrecen in petto, según la propia autoridad que se cita. Y si todo esto no es un puro embrollo de un cerebro trastornado, será preciso expedir patente al señor Reynals por su nuevo método de raciocinar.
Bien hace el señor Reynals en recomendar enseguida a España que se mantenga neutral en la contienda del día. «Quiera Dios, dice, que ahora como tantas veces el sentimiento no mande la razón; quiera Dios que seamos enérgicamente neutrales entre la Francia, Italia y el Austria». Por lo visto, no es la prudencia el atributo de que carece el señor Reynals. Malquistarse España con las unas o las otras naciones beligerantes sería locura en estos tiempos calamitosos en que tiende a prevalecer «un nuevo teorema de derecho internacional», a saber, el de intervención diplomática o armada en los Estados cuyo mal gobierno pone en peligro la paz y la seguridad de las demás naciones. Las analogías entre la cuestión italiana y la cuestión cubana persiguen al señor Reynals por mucho que pretenda sacudir la pesadilla.
Continúa el señor Reynals y dice: «En este folleto (el de la cuestión de Cuba) en el que quitadas sus contradicciones y los insultos a España que encierra, no quedaría más que su título, hay una cosa notable, etc., &c». ¿Pues no ve usted, santo varón, que siempre quedaría esa cosa notable, y como más adelante nos va usted a señalar otra particularidad que también califica de notable, siempre serán dos cosas notables que encierra el folleto a más de su título? De todos modos, los lectores del Diario de Barcelona tienen derecho a preguntar al señor Reynals por qué ha consagrado tantas columnas del periódico a dar cuenta de un folleto que solo contradicciones e insultos a España encierra.
Pero veamos cuál es esa primera cosa notable. «Es el empeño que muestra el escritor o el club cubano en disculpar a la Isla de Cuba de la nota de anexionista que se le ha achacado». A nosotros también nos parece muy notable ese empeño y sus motivos tendría para ello el escritor del consabido folleto; pero como el señor Reynals no parece haberlos adivinado, no seremos nosotros quienes le ayuden a salir de cavilaciones. Dejándole pues en ese aprieto, pasaremos a la segunda cosa notable que encierra el folleto y que es el folleto mismo. Es nuevo, enteramente nuevo, dice el señor Reynals, venir los cubanos dándose los aires de una nacionalidad oprimida a poner la cuestión de la independencia de la Isla de Cuba entre las varias que deben ocupar la atención de la Europa y de los congresos de los diplomáticos; es nuevo, enteramente nuevo que una potencia que nunca ha sido nacionalidad y que no tiene otra historia que la historia de la nacionalidad española, escriba folletos para exponer sus cuitas, no al gobierno propio que puede remediarlas, sino a los gobiernos extranjeros que si algo pueden hacer es compadecer o despreciar».
Enhorabuena, señor Reynals: esto debió usted haberlo dicho desde el principio y no engañar a sus lectores con aquello de que el folleto no encierra otra cosa que contradicciones e insultos a España. Ahora es cuando se comprende por qué ha enristrado usted la pluma contra el malhadado folleto. Esas novedades han debido alarmar la conciencia de usted como español mucho más todavía que su nacionalismo.
Nosotros responderemos que lo que es nuevo, enteramente nuevo, es la novedad que ha causado al señor Reynals el que un pueblo que gime bajo la más odiosa tiranía, después de haber agotado sin fruto todos los medios pacíficos o violentos que ha tenido a su alcance para obtener justicia, se la pida a otros pueblos que pueden dársela, sobre todo si al dársela hacen obra de sabiduría política, precaviendo las peripecias y los conflictos internacionales a que puede dar lugar la continuación de esa tiranía. Llena está la historia de ese recurso de los pueblos débiles contra los fuertes y opresores: llena también de intervenciones pacíficas o armadas por las que a menudo ha triunfado el derecho contra la violencia y la opresión.
Si hay o no nacionalidad en el pueblo cubano lo discutiremos más adelante; pero ésta no ha sido invocada en el folleto, como pudo haberlo sido, y el señor Reynals juega aquí con las palabras para ocultar el verdadero punto de vista de la cuestión, a saber, que el arreglo de la cuestión cubana interesa a todas las demás naciones, y como tal es susceptible de ocupar los congresos. Y si es verdad que estos no pueden «más que compadecer o despreciar», según el dicho del señor Reynals, ¿por qué se asusta tanto con la aparición del folleto y con las consecuencias que pueden deducirse del «teorema nuevamente planteado en el derecho internacional?» ¿Por qué ese apremiante consejo a España de que observe una enérgica neutralidad en la contienda de Italia? ¿Qué significan por un lado aquellas afirmaciones y aquellas valentías y por otro estos temores y estos consejos? Significan que el señor Reynals no sabe lo que dice o que se ha propuesto marchar de contradicción en contradicción en todo lo que ha escrito.
De todos modos, estos dos hechos notables, el empeño de los cubanos de rechazar la nota de anexionistas y el de darse los aires de una nacionalidad oprimida, han llenado de zozobras al señor Reynals, quien promete deducir y manifestar sus consecuencias en otro artículo. Allí también le seguiremos nosotros.
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José Lezama Lima. José María Andrés Fernando Lezama Lima, nacido el 19 de diciembre de 1910 en el campamento militar de Columbia, La Habana, Cuba, y fallecido el 9 de agosto de 1976 en su ciudad natal, fue mucho más que un poeta, novelista, cuentista, ensayista y pensador estético cubano: fue un ícono literario cuya influencia perdura en la literatura hispanoamericana hasta nuestros días.
Lezama Lima emergió como una figura central en la escena cultural cubana del siglo XX, destacándose por su genio poético y su capacidad para fusionar el lirismo con la reflexión filosófica. Su obra cumbre, la novela "Paradiso", es reconocida como una de las más importantes en la lengua española y figura entre las mejores del siglo XX, según el periódico español El Mundo. Su estilo, marcado por el neobarroco americano, se caracteriza por la riqueza lingüística, el simbolismo profundo y la exploración de temas universales como el amor, la identidad y la búsqueda espiritual.
Desde sus primeros años, Lezama Lima mostró una inclinación hacia las letras, lo que lo llevó a fundar varias revistas literarias y a colaborar con destacados intelectuales de su tiempo. Su participación en el Grupo Orígenes, junto a figuras como Eliseo Diego y Cintio Vitier, contribuyó a consolidar su posición como líder intelectual en la Cuba de mediados del siglo XX.
A lo largo de su carrera, Lezama Lima desafió las convenciones literarias y sociales, explorando temas tabú y experimentando con formas narrativas innovadoras. Su novela "Paradiso", publicada en 1966 después de diecisiete años de arduo trabajo, generó controversia por su estilo barroco y sus pasajes homoeróticos, pero también recibió elogios entusiastas de escritores como Octavio Paz y Julio Cortázar, quienes reconocieron su singularidad y profundidad.
Sin embargo, la vida y obra de Lezama Lima estuvieron marcadas por la polémica y la adversidad. A pesar de su reconocimiento internacional, enfrentó la censura y el ostracismo por parte de las autoridades cubanas durante el llamado "Quinquenio gris", un período de represión cultural en la década de 1970. Aún así, su legado perdura, y su casa en La Habana Vieja ha sido convertida en un museo dedicado a su memoria, mientras que su influencia sigue siendo objeto de estudio y admiración en todo el mundo hispanohablante.