Monarquía

Resumen del libro: "Monarquía" de

Monarquía representa una de las obras de Dante que más influjo político ha ejercido. Probablemente movido a escribirla, hacia 1313, en el cerco infructuoso que Enrique VII de Luxemburgo somete a la ciudad de Florencia, Dante quiere contribuir a erradicar la anarquía imperante de su época, en Italia y, concretamente, en su ciudad florentina. Sueña con un orden social que establezca la paz universal. El tono de la obra, netamente gibelino, muestra a un Dante que ha evolucionado intelectualmente. En un orden cronológico, hay que situar el texto después del tratado De vulggari eloquentia y antes del Paradiso; entre la segunda y tercera parte de La divina comedia.

Dante se muestra aquí como un intelectual a caballo entre la escolástica y el florecimiento de un estilo nuevo. Hay en él toda una serie de giros, expresiones, alegorías, imágenes y simbolismos claramente medievales, pero detrás de todo ello aparece un estilo nuevo de pensar, un conjunto de ideas que, contra corriente, contribuyeron a cambiar el modo de interpretar el mundo.

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LIBRO I

I

Considero de sumo interés para todos los hombres, en quienes la naturaleza superior imprimió el amor a la verdad, que, así como se han visto beneficiados por el trabajo de sus antepasados, así también ellos se preocupen por los que han de sucederles, para que la posteridad se vea enriquecida con sus aportaciones. En efecto, quien instruido en la doctrina política no se preocupa de contribuir al bien de la república, no dude de que se halla lejos del cumplimiento de su deber. En vez de ser «como árbol plantado a la vera del arroyo, que a su tiempo da su fruto», es más bien como tromba devastadora que todo lo engulle y nada devuelve de cuanto se ha tragado. Reflexionando con frecuencia sobre ello, para que no se me culpe de haber escondido bajo tierra mi talento, me propuse no sólo crecer, sino también dar frutos de utilidad pública y enseñar algunas verdades que otros habían descuidado. Pues ¿aportaría algo de provecho quien volviera a demostrar un teorema de Euclides, o quien intentara redescubrir la naturaleza de la felicidad expuesta por Aristóteles, o quien de nuevo hiciera la apología de la vejez reivindicada ya por Cicerón? En realidad nada nuevo aporta- ría esa tediosa repetición, sino solamente fastidio. Y siendo la «Monarquía temporal» tan des- conocida, y su conocimiento el más útil entre todas las verdades ocultas, habiendo sido su enseñanza postergada por todos, por no ser un tema que ofrezca de inmediato posibilidad de lucro, está dentro de mis planes el sacarla de las tinieblas, tanto para provecho del mundo, como para ser yo el primero en alcanzar la palma de tan gran premio para mi gloria. Emprendo, ciertamente, una empresa ardua y superior a mis fuerzas, confiando no tanto en mis propios méritos, cuanto en la luz de aquel Dispensador de bienes «que a todos da largamente y sin reproche».

II

Hay que ver, en primer lugar, qué se entiende por «Monarquía temporal», es decir, cuál sea su modelo ideal. Pues la «Monarquía temporal», llamada también «Imperio», es aquel principado único que está sobre todos los demás en el tiempo o en las cosas medidas por el tiempo. Tres cuestiones principales se plantean al respecto. En primer lugar se pregunta si la Monarquía es necesaria para el bien del mundo; en segundo lugar, si el pueblo romano se atribuyó de iure a sí mismo el gobierno monárquico; y, en tercer lugar, si la autoridad del Monarca depende de Dios directamente o de un tercero, ministro o vicario suyo.

Pero, puesto que toda verdad que no es por sí misma un principio general ha de ser evidente en virtud de alguna otra que lo sea, es preciso que en cualquier investigación tengamos conocimiento del mismo, al que hemos de recurrir analíticamente para la certeza de todas las proposiciones que sean aceptadas en lo sucesivo; y, como el presente tratado es una investigación, conviene que antes de nada nos preguntemos por el principio en que han de apoyarse las demás verdades que se infieran. Por consiguiente, conviene tener en cuenta que existen algunas realidades con las que, al no depender en absoluto de nosotros, podemos solamente especular, pero no actuar sobre ellas, como son las matemáticas, las físicas y las cosas divinas. Hay otras, en cambio, que, por estar sometidas a nuestro dominio, podemos no sólo investigarlas, sino también actuar sobre ellas. En éstas la acción no se ordena al conocimiento, sino al revés, pues en ellas la acción es el fin. Y, siendo éste un tema de la política, más aún, la fuente y principio de la correcta política, y estando todo lo político sometido a nuestro poder, es evidente que la materia objeto del presente estudio no se ordena primordialmente a la especulación, sino a la acción. Asimismo, siendo el último fin principio y causa de todas las cosas en el plano de la acción, por ser el que en primer término mueve al agente, resulta que ese mismo fin da razón de todas las cosas que a él se ordenan. En efecto, uno sería el modo de cortar la madera para edificar una casa, y otro distinto para construir un barco. Por tanto, si hay algo que sea el fin de la sociedad civil universal del género humano será ése el principio por el que quedará suficientemente claro todo lo que posteriormente se pruebe. Pues es una necedad el pensar que hay un fin para una sociedad civil y otro distinto para otra, y no uno solo para todas.

III

Hemos de ver ahora cuál es el fin de toda sociedad humana y, visto esto, tendremos ya hecho más de la mitad del trabajo, según dice el Filósofo A Nicómaco. Para claridad de la investigación que nos ocupa hay que advertir que, así como el dedo pulgar tiene su finalidad asignada por la naturaleza, y toda la mano otra distinta, y el brazo otra, y el hombre completo otra diferente de las anteriores, así también cada hombre tiene la suya, distinta de la que tiene la comunidad doméstica, o un pueblo, o una ciudad, o un reino, e incluso diversa del fin superior que Dios eterno ha asignado al creerlo sirviéndose de su arte que es la naturaleza; pues cuanto existe, Él lo produjo. Aquí nos preguntamos por este fin como principio directivo de nuestra investigación. Por eso hay que tener en cuenta, en primer lugar, que «ni Dios ni la naturaleza hacen nada superfluo», sino que todo cuanto existe tiene una finalidad. Pues el fin último de todo lo creado en la intención del creador, en cuanto crea, no es sino la propia operación de la esencia. De aquí que no es la operación propia la que existe por su esencia, sino ésta por aquélla. Hay, en efecto, una operación propia de toda la humanidad, a la que se ordena todo el género humano en su multiplicidad; operación, ciertamente, que no puede llegar a realizar ni un hombre solo, ni una sola familia, ni un pueblo, ni una ciudad, ni un reino en particular. Quedará claro cuál sea ésta si se pone de manifiesto la finalidad potencial de toda la humanidad. Afirmo, por consiguiente, que ningún poder participado por muchos sujetos distintos de diferentes especies es la perfección suprema de la potencia de cada uno de ellos; porque, siendo tal el elemento constitutivo de cada especie, resultaría que una misma esencia estaría participada por varias especies, lo cual es imposible. Por consiguiente, no es lo máximo del hombre el existir sin más, pues del ser participan también los elementos; ni tampoco lo es el ser orgánico, pues éste también se encuentra en los minerales; ni el ser animado, ya que éste se da también en las plantas; ni tampoco el ser sensitivo, porque de él participan también los brutos; sino el ser capaz de conocer por el entendimiento posible. Y este ser, en verdad, a ninguno fuera del hombre, ni por debajo ni por encima, compete. En efecto, aunque hay otras esencias que participan de la inteligencia, sin embargo, no tienen entendimiento posible como el hombre, porque tales esencias son especies intelectuales y no otra cosa, y su ser no es sino entender, que es la razón de su existir; y este entender se da sin interpolación, de otro modo no serían sempiternas. Está claro, por consiguiente, que la perfección suprema de la humanidad es la facultad intelectiva. Y como esta facultad no puede ser actualizada total y simultáneamente por un solo hombre, ni por ninguna de las comunidades arriba señaladas, tiene que haber necesariamente en el género humano multitud de hombres por los que se actualice realmente esta potencia; así, es necesaria también la multiplicación de cosas que pueden generarse para que toda la potencia de la materia prima esté siempre realizada; de lo contrario se da- ría una potencia separada, lo que es imposible. Con esta opinión está de acuerdo Averroes en el comentario que hace al tratado Del alma. La potencia intelectual de la que hablo no sólo tiene tendencias a las formas universales o especies, sino también, por cierta extensión, a las particulares; por eso se dice que el entendimiento especulativo, por extensión, se hace entendimiento práctico, cuyo fin es actuar y hacer. Digo esto con relación a las cosas «agibles», reguladas por la prudencia política, y con relación a las cosas «factibles», reguladas por el arte. Todas ellas están al servicio de la especulación, valor supremo, para el que la Bondad Primera creó la totalidad del género humano. Con esto queda claro aquello de la Política: «Los que poseen una inteligencia vigorosa deben, por exigencia de la misma, ejercer su autoridad sobre los demás».

Monarquía – Dante Alighieri

Dante Alighieri. (Florencia, 1265 - Rávena, 1321) Poeta italiano. No se sabe cómo ni dónde se educó, pero tenía amplios conocimientos en muchos campos y dominaba varias lenguas. Con nueve años vio por primera vez a Beatriz Portinari, de la que se enamoró platónicamente y que se convirtió en su musa, si bien apenas tuvo contacto personal con ella. Beatriz murió en 1290, y un año más tarde Dante se casó con la que había sido su prometida desde muy joven, Gemma di Manetto, con quien tuvo cuatro hijos.

Su primera obra, La vita nuova, compuesto por poemas líricos y capítulos en prosa, muestra su relación con el amor y en particular con Beatriz. Interesado en la política, desempeñó varios cargos como embajador y magistrado, hasta la ocupación de Florencia de la facción güelfa opuesta a la de Dante, apoyada por el Papa Bonifacio VIII.

Dante se vio obligado al exilio, y viajó de ciudad en ciudad mientras creaba La divina comedia, su obra más ambiciosa y considerada como una de las obras más importantes de la literatura universal. Florencia lo condenó a muerte, por lo que nunca pudo volver a su ciudad natal y falleció en Rávena, donde fue enterrado.