Momentos estelares de la humanidad: 14 miniaturas históricas
Resumen del libro: "Momentos estelares de la humanidad: 14 miniaturas históricas" de Stefan Zweig
Éste es probablemente el libro más famoso de Stefan Zweig. En él lleva a su cima el arte de la miniatura histórica y literaria. Muy variados son los acontecimientos que reúne bajo el título de Momentos estelares: el ocaso del imperio de Oriente, en el que la caída de Constantinopla a manos de los turcos en 1453 adquiere su signo más visible; el nacimiento de El Mesías de Händel en 1741; la derrota de Napoleón en 1815; el indulto de Dostoievski momentos antes de su ejecución en 1849; el viaje de Lenin hacia Rusia en 1917… «Cada uno de estos momentos estelares-escribe Stefan Zweig con acierto-marca un rumbo durante décadas y siglos», de manera que podemos ver en ellos unos puntos clave de inflexión de la historia, que leemos en estas catorce miniaturas históricas con la fascinación que siempre nos produce Zweig.
I Cicerón
15 de marzo del 44 antes de Cristo
Cuando un hombre sagaz, pero no particularmente valiente, se encuentra con otro más fuerte que el, lo más prudente que puede hacer es hacerse a un lado y esperar, sin sonrojarse, a que el camino quede libre. Marco Tulio Cicerón, que fue en su tiempo el principal humanista del reino de Roma, maestro de oratoria y defensor del derecho, consagró durante treinta años sus energías al servicio de la ley y al mantenimiento de la República; sus discursos están cincelados en los anales de la historia y sus obras literarias forman un constituyente esencial en la lengua latina. En Catilina combatió la anarquía; en Verres denunció la corrupción; en los victoriosos generales percibió la amenaza de la dictadura y, al atacarlos, se acarreó su enemistad; su tratado De República fue largo tiempo considerado como la descripción mejor y más ética de la forma ideal del Estado. Pero ahora debía encontrarse con un hombre más fuerte que él. Julio César, a cuya elevación él (contando con más años y más renombre) contribuyó al principio confidencialmente, había utilizado, de la noche a la mañana, las legiones gálicas para conquistar el dominio supremo en Italia. Poseyendo César el mando absoluto de las fuerzas militares, le bastó simplemente alargar su mano para asir la corona regia que Marco Antonio le ofreció ante el populacho reunido. En vano se había opuesto Cicerón a la asunción por César del poder autocrático cuando César despreció la ley cruzando el Rubicón. Infructuosamente trató de lanzar contra el agresor a los últimos campeones de la libertad. Como siempre, las cohortes demostraron ser más fuertes que las palabras. César, un intelectual no menos que hombre de acción, triunfó en toda la línea; y si hubiera sido tan vengativo como lo son la mayoría de los dictadores, pudo, después de su éxito abrumador, haber aplastado fácilmente a este obstinado defensor de la ley, o al menos haberlo condenado al destierro. Pero la magnanimidad de César en esta ocasión fue aún más notable de lo que habían sido sus victorias. Habiendo tomado lo mejor de su adversario, se contentó con un reproche gentil, perdonando la vida a Cicerón, aunque aconsejándole al mismo tiempo que se retirara del escenario político. En adelante, Cicerón debía contentarse, como cualquier otro, con el papel de observador mudo y sumiso de los negocios de Estado.
¿Qué podría ser mejor para un hombre de inteligencia sobresaliente que la exclusión de la vida pública, política? De este modo el pensador, el artista es excluido de una esfera que sólo puede ser dominada por la brutalidad o por el artificio, y es devuelto a su propia inviolabilidad e indestructibilidad. Para un hombre de estudio toda forma de exilio se convierte en un acicate para la concentración interna, y para Cicerón esta desventura llegó en el momento más propicio. El gran dialéctico se estaba aproximando al recodo de su vida, y hasta ahora, en medio de temporales y esfuerzos, había tenido poca oportunidad para la contemplación creadora. ¿Cuántas contrariedades, cuántos conflictos tenía este hombre que ahora, a los sesenta años, se veía obligado a permanecer en el ambiente restringido de su época? Selecto en tenacidad, versatilidad y fuerza espiritual, él, un novus homo, había ocupado, uno tras otro, todos los puestos y honores públicos que, usualmente, estaban fuera del alcance de los de nacimiento humilde y eran celosamente reservados para su propio disfrute por la camarilla aristocrática. Había alcanzado las más elevadas cumbres de la aprobación popular y había sido sumergido en las más hondas profundidades de la desaprobación popular. Después de haber derrotado la conspiración de Catilina fue subido en triunfo a las gradas del Capitolio, fue enguirnaldarlo por el pueblo, y fue distinguido por el Senado con el codiciado título de pater patriae. Por otra parte, se vio obligado a huir de noche, cuando fue desterrado por el mismo Senado y perseguido por el mismo populacho. No existía ningún cargo importante que no hubiera podido ocupar, ninguna dignidad que este infatigable publicista no hubiera alcanzado. Había dirigido procesos en el Foro, había mandado legiones en el campo de batalla, como cónsul había gobernado la República y como procónsul las provincias. Por sus dedos habían pasado millones de sestercios, y bajo sus manos se habían fundido en deudas. Había poseído la casa más hermosa del Palatino, y la había visto en ruinas, incendiada y devastada por sus enemigos. Había escrito tratados memorables y pronunciado discursos que estaban reconocidos como clásicos. Había engendrado hijos y perdido hijos, había sido a un tiempo osado y débil, a un tiempo tenaz y servil, muy admirado y muy odiado, un hombre de disposición inconstante, igualmente notable por sus defectos y por sus méritos; en resumen, había sido la personalidad más atractiva y más estimulante de su época. No obstante, para una cosa, la más importante de todas, no había tenido ratos de ocio, pues no dispuso jamás de tiempo para dirigir una mirada interna a su propia vida. Incesantemente intranquilo por ambición, jamás había podido tomar decisiones sosegadamente, resumiendo con tranquilidad sus conocimientos y sus pensamientos.
Ahora, al fin, cuando el golpe de Estado de César alejó a Cicerón de los asuntos públicos, le fue posible a éste atender con fruto aquellos negocios privados que son, después de todo, las cosas más absorbedoras del mundo; y sin quejarse dejó el Foro, el Senado y el Imperio a la dictadura de Julio César. La aversión a la política comenzó a dominar al estadista que había sido expulsado de aquélla. Se resignó con su suerte. Que otros trataran de salvaguardar los derechos de un pueblo que estaba más interesado en las luchas gladiatorias y otras diversiones similares que en la libertad; en adelante, él se cuidaría más de buscar, encontrar, y cultivar su libertad interna, propia. De este modo ocurrió que Marco Tulio Cicerón miró por primera vez reflexivamente en su fuero interno, resuelto a mostrar al mundo para que había trabajado y para que había vivido.
Siendo artista por nacimiento, a quien sólo la casualidad había inducido del estudio a la fantasmagoría de la política, Marco Tulio Cicerón procuró adaptar su modo de vida a su edad y a sus inclinaciones fundamentales. Se retiró de Roma, la ruidosa metrópoli, estableciéndose en Tusculum (conocida hoy por Frascati), donde podía gozar de las más bellas perspectivas de Italia. Las colinas boscosas de tintes suaves flotaban gentilmente hacia abajo en la Campania, y los arroyos susurraban música argentina que no podía perturbar la tranquilidad dominante en ese lugar remoto. Después de muchos años pasados en la plaza pública, en el Foro, la tienda de campaña o el carro del viajero, podía ahora, al fin dedicar su mente, sin alboroto y sin reserva, a la reflexión creadora. La ciudad, fatigante y seductora, era como una niebla lejana en el horizonte distante; y sin embargo era una jornada fácil. Con frecuencia llegaban los amigos para gozar de su vivaz conversación: Ático, el más íntimo de ellos; jóvenes tales como Bruto y Casio; aun, una vez, un huésped peligroso, Julio César, el poderoso dictador. Aunque sus amigos de Roma pudieran a veces demorar su visita, ¿no tenía otros compañeros a mano, amigos muy bien recibidos que jamás podrían molestar, silenciosos o comunicativos, como uno deseara: los libros? Marco Tulio Cicerón preparó para su uso una magnífica biblioteca en su retiro rural, un inagotable panal de miel de sabiduría que contenía las mejores obras de los sabios de Grecia y los historiadores de Roma, acompañadas del compendio de las leyes. Con tales amigos de todas las edades y hablando todas las lenguas, un hombre no podía estar jamás aislado, por muy largas que fueran las noches. La mañana estaba dedicada al trabajo. Un esclavo ilustrado y dócil estaba pronto a escribir cuando el dueño decidía dictar; las comidas pasaban agradablemente en compañía de Tulia, la hija a quien tanto amaba; y las lecciones que daba a su hijo eran una fuente de variedad diaria, un estímulo perpetuo. Además, aunque sexagenario, se inclinó a condescender con la más dulce locura de la vejez, tomando una esposa joven —más joven que su propia hija—. El artista que había en él le despertó el deseo de gozar de la belleza no sólo en mármol o en versos, sino también en su forma más sensual y más seductora.
Así, pues, a la edad de sesenta años Marco Tulio César Cicerón tuvo un hogar al fin, para sí mismo. No sería otra cosa que un filósofo y no más un demagogo; nada más que un autor y nunca otra vez un retórico; señor de sus propios ocios, no ya como antes, el infatigable sirviente del favor popular. En vez de estar en la plaza pública redondeando períodos oratorios dirigidos a los oídos de jueces corruptibles, sería preferible demostrar sus talentos retóricos gráficamente a todos y a varios, componiendo De Oratore para beneficio de los presumidos imitadores. Simultáneamente, redactando su tratado De Senectud e., trataría de convencerse de que un sabio genuino debe considerar la resignación como la gloria principal de los años declinantes. Las más hermosas, las más armoniosas de sus cartas datan de este mismo período de recogimiento interno; y aun cuando lo castigó la desgracia con la pérdida de su amada Tulia, su arte le ayudó a mantener la dignidad filosófica; escribió las Consolationes que a través de siglos han proporcionado ecuanimidad a miles de aflicciones similares. Á causa de esta fase del destierro ha podido aclamarlo la posteridad como a un autor excepcionalmente delicado no menos que como a un gran orador, porque durante estos tres años tranquilos Cicerón contribuyó más a su obra y a su fama que durante los treinta que antes había despilfarrado en la vida pública. El exponente de la ley había aprendido al fin el amargo secreto que todos los empeñados en una carrera pública deben aprender a la larga —que un hombre no puede defender permanentemente la libertad de las masas, sino únicamente su propia libertad, la libertad que viene de adentro.
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Stefan Zweig. (Viena, 1881 - Petrópolis, Brasil, 1942) fue un escritor enormemente popular, tanto en su faceta de ensayista y biógrafo como en la de novelista. Su capacidad narrativa, la pericia y la delicadeza en la descripción de los sentimientos y la elegancia de su estilo lo convierten en un narrador fascinante, capaz de seducirnos desde las primeras líneas.
Es sin duda, uno de los grandes escritores del siglo XX, y su obra ha sido traducida a más de cincuenta idiomas. Los centenares de miles de ejemplares de sus obras que se han vendido en todo el mundo atestiguan que Stefan Zweig es uno de los autores más leídos del siglo XX. Zweig se ha labrado una fama de escritor completo y se ha destacado en todos los géneros. Como novelista refleja la lucha de los hombres bajo el dominio de las pasiones con un estilo liberado de todo tinte folletinesco. Sus tensas narraciones reflejan la vida en los momentos de crisis, a cuyo resplandor se revelan los caracteres; sus biografías, basadas en la más rigurosa investigación de las fuentes históricas, ocultan hábilmente su fondo erudito tras una equilibrada composición y un admirable estilo, que confieren a estos libros categoría de obra de arte. En sus biografías es el atrevido pero devoto admirador del genio, cuyo misterio ha desvelado para comprenderlo y amarlo con un afecto íntimo y profundo. En sus ensayos analiza problemas culturales, políticos y sociológicos del pasado o del presente con hondura psicológica, filosófica y literaria.