Resumen del libro:
Madre de una convicta de la prisión de Newgate, en Londres, Moll Flanders, después de una adolescencia feliz con una madrastra de buen corazón, entra como sirviente en una casa, donde se queda embarazada de uno de los hijos de los amos. Huye de allí, y tras un matrimonio desgraciado, con su propio hermanastro, y de abandonar a sus hijos, Moll decide sacar provecho a todos sus encantos e intentar enamorar a algún hombre rico. Sin embargo, no saldrá bien parada de la nueva estrategia, ya que todos los hombres con los que mantiene una relación le defraudan de una manera u otra. Desesperada, nuestra heroína opta por convertirse en una «pícara» ladrona que se aprovechará de la gente honrada. Al poco, es hecha prisionera y se encontrará en la cárcel con el único hombre del cual se había enamorado. ¿Podrá Moll alguna vez reconciliarse con la sociedad que desde siempre parece haberle dado la espalda?
Mi verdadero nombre es tan conocido en los registros y en los anales de Newgate y en el Old Bailey, donde todavía hay pendientes algunas cosas relativas a mi conducta particular, que no es de esperar que lo ponga ni que cuente la historia de mi familia en esta obra. Tal’ vez después de mi muerte se conozca, pero, ahora, no sería conveniente, ni siquiera en el caso de que se concediera un perdón general, incluso sin excepción alguna de personas o delitos.
Será, pues, suficiente que les diga que, como algunos de mis compañeros peores que no están ya en situación de poder perjudicarme por haber salido de este mundo, por vía del cadalso o de la cuerda, la gente me conocía por el nombre de Moll Flanders. Y así es como les ruego que me permitan que me nombre hasta que me atreva a declarar quién he sido, así como quién soy.
He oído contar que en una nación vecina, no sé si será en Francia o donde quiera que sea, existe una orden del rey, según la cual, cuando un criminal es condenado, ya sea a muerte, a galeras o a deportación, si deja algún niño, que, por lo general, queda sin recursos, por la pobreza de sus padres o por haberles sido confiscados sus bienes, el Gobierno se hace cargo inmediatamente de él y lo mete en un hospital que se llama la Casa de los Huérfanos, donde los niños en estas condiciones son criados, vestidos, alimentados e instruidos y, cuando están en condiciones de salir, los colocan en industrias o en otros servicios, de manera que puedan proveer sus propias necesidades con una conducta honrada y laboriosa.
Si esto se hubiese hecho en nuestro país, yo no habría sido una pobre niña desolada, sin amigos, sin vestidos, sin ayuda ni valedor en el mundo, como era mi destino serlo, por lo cual, no sólo quedaba expuesta a grandes miserias, aun antes de que fuera capaz de comprender mi situación o de saber cómo remediarlo, sino que me llevaba a una forma de vida que no sólo era escandalosa en sí misma, sino que, inevitablemente, conducía a _una rápida destrucción, tanto del cuerpo como del alma.
Pero aquí las leyes son muy distintas. Mi madre fue juzgada y condenada por un robo tan insignificante que casi no vale la pena mencionarlo; en suma: por haber aprovechado la oportunidad de tomar prestadas a cierto pañero, de Cheapside, tres piezas de holanda fina. Las circunstancias del hecho son demasiado largas para repetirlas, pero, además, las he oído contar tantas veces de distinta manera que difícilmente puedo estar segura de cuál es la verdadera versión.
Sea como sea, todos convienen en que mi madre hizo constar el estado en que se hallaba y habiéndose comprobado que, en efecto, esperaba un hijo, se le concedió una tregua de siete meses. Durante este tiempo me trajo al mundo, y cuando estuvo repuesta, se le confirmó, como se dice, la sentencia que pesaba sobre ella, pero se le concedió la gracia de ser deportada a las plantaciones. Yo tenía entonces medio año de edad y mi madre me dejó. Y lo malo es que me dejó en malas manos.
Por tratarse de cosas sucedidas en los primeros días de mi vida, no puedo contar nada por mí misma, sino solamente por lo que he oído. Basta que les diga que por haber nacido en un lugar tan poco feliz, yo no tenía parroquia a la que acudir para mi nutrición en la infancia. Tampoco puedo dar ningún detalle de cómo logré sobrevivir, sino solamente mencionar que algún pariente de mi madre cuidó de mí un cuanto tiempo como nodriza, pero no sé nada en absoluto a expensas ni bajo la dirección de quién.
Lo primero que puedo recordar, porque es lo primero que logré saber de mí, son mis andanzas errabundas con una tribu de esas gentes a las que se les llama gitanos o egipcios. Sin embargo, creo que estuve poco tiempo con ellos, porque no llegaron a decolorar o teñir mi piel, como suelen hacer con los niños pequeños que llevan con ellos en sus correrías. Tampoco puedo decir cómo llegué a estar con ellos ni cómo pude dejarlos.
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