Resumen del libro:
Misery es una novela de terror psicológico escrita por Stephen King y publicada en 1987. La historia se centra en Paul Sheldon, un exitoso escritor de novelas románticas que sufre un accidente de coche y es rescatado por Annie Wilkes, una enfermera retirada que resulta ser su fanática número uno. Sin embargo, Annie no está contenta con el final de la última novela de Paul y lo obliga a escribir una nueva versión bajo amenaza de tortura y muerte.
La novela es un escalofriante retrato de la obsesión, la locura y el poder de la literatura. King explora los límites de la creatividad y la resistencia humana ante el sufrimiento físico y mental. El autor se inspiró en su propia experiencia como escritor famoso y en el caso real de Genene Jones, una enfermera que asesinó a varios niños en Texas.
El estilo de King es ágil, directo y lleno de referencias culturales y literarias. El lector se sumerge en la mente de Paul y vive con él su angustia, su desesperación y su esperanza. Los personajes están bien construidos y tienen una gran profundidad psicológica. Annie Wilkes es una de las villanas más memorables y aterradoras de la literatura moderna.
Misery es una obra maestra del género de terror que ha sido adaptada al cine y al teatro con gran éxito. Es una novela que no deja indiferente a nadie y que mantiene el interés y la tensión hasta el final. Recomiendo su lectura a todos los amantes del suspense y de las emociones fuertes.
Para Stephanie y Jim Leonard. Ellos saben por qué.
Vaya si lo saben.
diosa
África
Quiero agradecer la colaboración de tres profesionales de la medicina que me asistieron en los datos objetivos de este libro:
Russ Dorr, auxiliar de farmacia.
Florence Dorr, enfermera diplomada.
Janet Orday, doctor en psiquiatría.
Como siempre me ayudaron en cosas que pasan inad vertidas. Si el lector encuentra algún error notorio, asumo toda la responsabilidad.
No existe, por supuesto, ningún medicamento llamado Novril, pero sí varios fármacos similares con codeína. Es lamentable que las farmacias de los hospitales y dispensa rios médicos no observen las debidas precauciones en el almacenaje de estas drogas, teniéndolas bajo llave y con troladas mediante estricto inventario.
Los lugares y los personajes que aparecen en este libro son ficticios.
S. K.
I
Annie
Cuando miras al abismo, el abismo también te mira a ti.
FRIEDRICH NIETZSCHE
1
smbrrra cunndo
stsssen smbrrr cunnndo
Ijjjossstcunndo
Esos sonidos surgían de la niebla.
2
Algunas veces, los sonidos, como el dolor, se desvanecían y entonces quedaba sólo aquella bruma. Recordaba la oscuridad, la sólida oscuridad que la había precedido. ¿Eso significaba que estaba mejorando? ¿Hágase la luz, aunque esté brumosa? Pero la luz era buena… Así una y otra vez… ¿Existían esos sonidos en la oscuridad? No encontraba respuesta a esas preguntas. ¿Tenía sentido hacérselas? Tampoco a esto podía responder.
El dolor se hallaba en alguna parte bajo aquellos rumores. Al este del sol y al sur de sus oídos. Eso era cuanto sabía.
Por un tiempo que le pareció muy largo, y lo fue porque el dolor y la neblina tormentosa eran la única realidad, esos sonidos constituyeron todo su mundo. Ignoraba quién era y dónde se encontraba. No le importaba ni lo uno ni lo otro. Deseaba estar muerto, aunque, en aquella dolorosa bruma que ocupaba su mente como una nube tormentosa de verano, no sabía que lo deseaba.
A medida que pasaba el tiempo, se iba percatando de que había cíclicos períodos indoloros. Por primera vez desde su salida de aquella oscuridad total que precedió a la bruma, surgió un pensamiento independiente de su situación actual. Se trataba de un pilote roto que sobresalía de la arena en Revere Beach, adonde sus padres solían llevarlo de niño. Él siempre insistía en que extendiesen la toalla donde pudiera observar aquel pilote que le parecía la zarpa de un monstruo enterrado. Le gustaba sentarse y ver cómo la marea subía hasta cubrirlo. Horas más tarde, cuando se habían consumido los bocadillos, la ensalada de patata y las últimas gotas de Kool-Aid del gran termo del padre, poco antes de que la madre advirtiese que era hora de recoger y marcharse a casa, el extremo superior corroído del pilote volvía otra vez a aparecer. Al principio sólo se vislumbraba un instante entre las olas, luego iba destacándose cada vez más. Cuando las sobras habían sido depositadas en el gran cubo con el típico rótulo de CONSERVA LIMPIA TU PLAYA, los juguetes de Paulie estaban ya guardados…
«Paulie soy yo, y esta noche mamá me pondrá aceite Johnson’s en las quemaduras del sol», pensó dentro del ojo de tormenta en el que ahora vivía.
… y las toallas se habían plegado otra vez, el pilote se veía ya casi por completo con sus lados oscuros cubiertos de limo y rodeados de una espuma jabonosa. Era la marea, según su padre le explicaba; pero él sabía que era el pilote. La marea iba y venía; el pilote permanecía, aunque algunas veces no se viera. Sin pilote, no había marea.
Este recuerdo giraba y giraba, enloquecedor, como una mosca pertinaz. En las tinieblas, luchaba por comprender su significado; pero los sonidos le interrumpían una y otra vez.
Ijjjosss tu cunndo
rrrrrrojjjo todo
smbrrra cunnndo
En ciertas ocasiones, los sonidos se detenían. Otras, se detenía él.
Su primer recuerdo claro de su ahora, el que estaba fuera de la bruma tormentosa, fue el haberse detenido, el haberse percatado súbitamente de que ya no podía dar un paso más. Y eso estaba bien, muy bien, magnífico. Podía soportar el dolor hasta cierto punto; pero todo tiene un límite, y se alegró de haberse retirado del juego.
Entonces surgió una boca unida a la suya, una boca inequívocamente de mujer a pesar de sus labios duros y secos, y la boca de esa mujer sopló sobre la suya y atravesó su garganta inflándole los pulmones, y cuando los labios se retiraron, olió a su salvadora por primera vez, recibió la corriente que ella le había introducido a la fuerza del mismo modo en que un hombre puede introducir una parte de sí mismo en el cuerpo de una mujer que no lo desea. Era un hedor horrible, mezcla de galletas de vainilla con helado de chocolate, salsa de pollo y mantequilla de cacahuete derretida.
Escuchó una voz que gritaba:
—¡Respira, maldita sea! ¡Respira, Paul!
Aquellos labios volvieron a apretarse contra los suyos. Otra vez el aliento entró a través de su garganta. Era semejante a la húmeda ráfaga de viento que sigue al paso rápido de los vagones del metro arrastrando hojas de periódico y envolturas de golosinas… Los labios se retiraron y él pensó: «Por el amor de Dios, no dejes que se te escape por la nariz.» Pero no pudo evitarlo…
—¡Respira, jodido bastardo! —chillaba la voz invisible.
Pensó: «Haré cualquier cosa, pero por favor no vuelva a echarme su aliento; no me infecte.» Pero los labios de aquella mujer ya estaban de nuevo sobre los suyos, labios tan secos y muertos como tiras de cuero salado. Y otra vez ella volvió a violarlo con su hálito apestosos.
Cuando ella retiró sus labios, él no dejó que se le escapase el aire, sino que lo retuvo mediante una profunda inhalación. Luego lo exhaló. Esperó a que su pecho subiese naturalmente como lo había hecho durante toda su vida sin necesidad de ayuda. Pero no lo logró, aspiró otra vez una bocanada profunda y entonces sí… volvió a respirar por su cuenta y con toda la rapidez que pudo para librarse del olor y el sabor de la mujer.
Nunca hasta entonces le había sabido tan bien el aire normal.
Empezó a sumergirse otra vez en la bruma; pero, antes de que el mundo oscurecido desapareciese por completo, oyó la voz de la mujer:
—¡Vaya! Estuvo cerca.
«No lo bastante cerca», pensó él, y se durmió.
Soñó con el pilote; lo veía tan real que le parecía poder alargar la mano y tocar su curva y resquebrajada superficie verdinegra.
Cuando volvió a la semiconsciencia, pudo relacionar el pilote con su situación actual. La imagen pareció flotar hacia sus manos. El dolor no era cíclico (ésa fue la lección de un sueño que era, realmente, un recuerdo) sino que parecía ir y venir. Como el pilote, unas veces cubierto y otras visible, pero siempre presente.
Cuando el dolor no le acosaba a través de la gris bruma, se sentía calladamente agradecido, pero ya no se engañaba: el dolor seguía allí esperando volver. Y no había un pilote, sino dos, y eran una misma cosa con el dolor, una parte de sí mismo. Supo, mucho antes de tener conciencia de ello, que los pilotes derruidos eran sus propias piernas destrozadas.
Pero tendría que pasar mucho tiempo antes de que consiguiese romper la seca espuma de saliva que había sellado sus labios. Cuando lo logró al fin, murmuró:
—¿Dónde estoy?
La mujer se hallaba sentada en el borde de la cama con un libro en las manos. El nombre del autor era Paul Sheldon. Lo reconoció sin sorpresa, pues era su nombre.
—Sidewinder, Colorado —contestó ella— Me llamo Annie Wilkes, y soy…
—Ya lo sé —la interrumpió—. Usted es mi fan número uno.
—Sí —asintió sonriendo—, eso es exactamente lo que soy.
…