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Memorias de un exorcista

Resumen del libro:

El libro “Memorias de un exorcista” del sacerdote italiano Gabriele Amorth, publicado en el año 2010, nos sumerge en un testimonio directo y personal de la vida y la obra de este reconocido exorcista. El autor comparte sus experiencias impactantes y reflexiones profundas a lo largo de sus más de treinta años de dedicación a combatir al demonio y liberar a las personas poseídas.

A través de una serie de entrevistas realizadas por el periodista Marco Tosatti, el padre Amorth revela las facetas más sorprendentes de su labor y nos sumerge en un mundo desconocido para muchos. Con valentía y necesidad, el libro aborda la realidad de la existencia del diablo y su influencia en el mundo, desmintiendo cualquier noción de mito o metáfora. El autor nos muestra al demonio como un ser personal y inteligente, enemigo de Dios y de la humanidad, que busca nuestra perdición eterna.

El padre Amorth también expone la importancia de la oración, los sacramentos, la fe y la obediencia a la Iglesia como armas contra el mal. Alerta sobre los peligros de las sectas, el ocultismo y la magia, al tiempo que invita a confiar en la misericordia divina. El libro presenta un equilibrio entre el rigor teológico y el interés periodístico, atrapando al lector con anécdotas y casos reales sin caer en el sensacionalismo o el miedo infundado.

Además de su valor espiritual, “Memorias de un exorcista” también tiene un contexto histórico y cultural relevante. El padre Amorth, además de su labor como exorcista, fue un patriota italiano que participó en la Resistencia contra el fascismo y el nazismo. Este aspecto de su vida resalta su carácter multifacético y su compromiso tanto con la fe como con la lucha por la libertad.

En resumen, recomiendo encarecidamente el libro “Memorias de un exorcista” a todos aquellos que deseen profundizar en el tema del exorcismo y conocer la figura del padre Gabriele Amorth. Su testimonio nos brinda una visión única de su labor y nos invita a reflexionar sobre la existencia del mal en nuestro mundo, al tiempo que nos inspira a confiar en la gracia divina y en la fortaleza que encontramos en la fe.

Presentación de un hombre y un libro muy especiales

El gran conjunto arquitectónico situado en la calle Alessandro Severo es una auténtica ciudadela, presidida por una basílica de imponente cúpula, sede del cuartel general de la Sociedad San Pablo de Roma. En la sala de la planta baja hace frío. Una estufa eléctrica libra una desesperada batalla contra el aire que se cuela a través de la puerta. Entra un hombre anciano un poco encorvado, con una cartera en la mano, y se apresura a decir: «No me voy a quitar el abrigo».

Es un espacio sobrio. Los muebles principales son una mesa de madera más que sencilla en el centro, unas sillas años sesenta, una butaca marrón de esas que estaban de moda hace treinta años, con brazos de madera y el respaldo un poco inclinado, tapizada en un color tostado, que, inevitablemente, recuerda la decoración socialista de los países del Este. En una esquina, zumba un gigantesco y vetusto frigorífico. En esa butaca se sientan los extraños pacientes de don Gabriele. Extraños porque padecen dolencias que nadie sabe identificar, entender ni curar. Desde luego, no la ciencia médica, que se da por vencida; tampoco quienes ya deberían estar familiarizados con lo ultraterreno y sobrenatural, o, cuando menos, deberían ser capaces de dejar una puerta abierta a todo ello y no lo hacen. Pero aquí ya entraríamos en materia, y antes quisiera hablarles un poco más del padre Amorth y del espacio en el que pasa la mayor parte de su tiempo, en un cuerpo a cuerpo —no sólo metafórico— con un adversario inexpugnable. Quisiera hablarles de este hombre de ochenta y cuatro años que hace veintitrés, en 1986, cambió radicalmente su vida e inició una aventura que hoy sigue apasionándole.

En las paredes hay pocas imágenes. Una gran fotografía del padre Giacomo Alberione, fundador de la Sociedad de San Pablo. Y otra foto, el retrato de un sacerdote de cabello claro, ojos tremendamente expresivos bajo la frente despejada y un corazón blanco bordado en la sotana negra, el uniforme de los religiosos pasionistas. Es el padre Candido Amantini, exorcista del santuario de la Escalera Santa de Roma durante cuarenta años y mentor de don Gabriele. Una escultura de la Virgen de Fátima, de más de un metro de altura, señorea desde la pared, al lado de una delicada imagen, probablemente barroca, del arcángel Miguel. Desde la butaca sonríe un rostro de Juan Bosco, junto a un padre Pío de mediana edad, dos santos que conocían muy bien a la presencia indeseada del despacho de Gabriele Amorth, es decir, al diablo. Digo ambos, aunque el demonio reservó a Pío de Pietrelcina atenciones muy especiales, que, técnicamente, se denominan vejaciones.

Don Gabriele es un hombre sonriente, de aire burlón; siempre ameniza la conversación con alguna broma. No tiene móvil, no sabe qué es Internet, no ve la televisión ni lee periódicos. «Durante las comidas mis hermanos me ponen al corriente de lo que pasa en el mundo». Y sus pacientes lo informan de otros sucesos desagradables.

La impresión de entrar en un mundo distinto, en una dimensión fuera de lo habitual, es intensa. Y cada vez es más fuerte, según el anciano sacerdote va tirando del hilo de sus relatos y te habla de personas que, al principio, eran el prototipo de la visita sonriente, conversadora y afable, para luego, en cuestión de segundos, caer en trance y transformarse en seres gritones, de cuya boca salen babas y blasfemias, dotados de tal fuerza que seis o siete personas no bastan para inmovilizarlos; a veces es necesario atarlos a una camilla para impedir que se hagan daño a sí mismos y a los demás. Después, cuando finaliza la oración y termina el estado de trance, vuelven a ser personas normales y tranquilas. En la sobria habitación situada en la planta baja de ese edificio romano, cuartel general de la flota editorial de la Sociedad San Pablo, la sensación de que los dos universos avanzan uno junto a otro, muy cercanos y paralelos, es palpable. Dos universos que de vez en cuando se tocan, produciendo un cortocircuito dramático causado por la Presencia de un poder maligno. Y lo más asombroso es la serenidad del cura que tienes delante, quien parece tener las llaves del puente que une ambos universos. Como si fuera lo más normal del mundo, te habla de alguien que babea y echa por la boca clavos de diez centímetros, e incluso puede que te los escupa a ti. Don Gabriele es una mina de recuerdos, experiencias y relatos. No sólo eso. Cuando la memoria le falla, acuden en su ayuda los recuerdos escritos en el boletín de la Asociación de Exorcistas (primero italiana, luego internacional). Un boletín de confección casera, redactado con una máquina de escribir portátil, del que se hacían varias decenas de copias. Don Gabriele puso a mi disposición esa memoria histórica, según creo inédita. En sus páginas, los sombríos combatientes de tan extraña guerra intercambiaban informaciones, experiencias y conocimientos útiles para el cuerpo a cuerpo con su Adversario. Junto al resultado de mis largas conversaciones con don Gabriele, también publico aquí dichos relatos, que muestran de forma concreta y tangible el sentido de una vocación y de un ministerio pastoral desempeñado en zonas límite, envueltas en el misterio.

Don Gabriele ofrece tres clases de testimonios (en los que siempre se omiten los nombres de los protagonistas, para evitar su identificación): experiencias que vivió personalmente, hechos acontecidos a otros curas que, al igual que él, luchan contra el Adversario y declaraciones de las víctimas. Sin embargo, tengo la impresión de que todos ellos pertenecen al padre Amorth, pues es su voz la que resuena en las circulares de la Asociación de Exorcistas, su creación más visible y duradera. Por eso, en vez de dividir el resultado de mis largas conversaciones con él en capítulos tradicionales, he preferido mantener y transmitir la sensación de un largo fluir de palabras y sentimientos, jalonado de relatos, testimonios y experiencias. Espero que su lectura resulte provechosa.

MARCO TOSATTI

Memorias de un exorcista: Gabriele Amorth

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