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Memorias de guerra del capitán George Carleton

Memorias de guerra del capitán George Carleton

Memorias de guerra del capitán George Carleton

Resumen del libro:

Las falsas memorias de un capitán inglés durante la Guerra de Sucesión española, relatadas con magnífico pulso por el escritor inglés Daniel Defoe, constituyen una visión novelesca de la España del momento en la que se dan cita peculiares observaciones costumbristas, apuntes del natural y esbozos paisajísticos. El autor, que había viajado en su juventud por España, Francia, Italia y Alemania, consiguió que se confundiera la silueta ficticia del capitán Carleton con la verdad histórica que subyace en las páginas de la obra. La extraordinaria habilidad de Defoe logró que, en ocasiones, este texto fuera interpretado como un documento real y se extendió en un amplio mosaico narrativo en el que tienen cabida los usos amorosos, los turbios manejos de la Inquisición, las intrigas políticas o los tesoros culinarios de nuestra nación, que deslumbran al personaje durante su travesía.

Cuando estalló en 1672 la guerra con Holanda, no alistarse en la flota que mandaba el duque de York estaba considerado entre nobles y caballeros como una deshonra. Por entonces tenía yo alrededor de veinte años y, al igual que otros muchos, embarqué como voluntario en el London, a las órdenes de sir Edward Sprage, vicealmirante de la flotilla roja.

Nuestros barcos zarparon del fondeadero del Nore a primeros de mayo para unirse a la flota francesa, que mandaba entonces el conde de Estrée y que se encontraba anclada ante St. Hellen’s Road. Por seguir este plan estuvimos a punto de caer en una emboscada. De Ruyter, el almirante de la armada holandesa, sabía de nuestras intenciones y estaba aguardándonos en la desembocadura del Támesis; pero gracias a una densa niebla, cuando quiso reaccionar ya nos encontrábamos más allá de Dover. De este modo vio frustrados sus propósitos, pues únicamente consiguió apoderarse de un pequeño buque de aprovisionamiento.

Un día o dos después, ya reunidas las flotas francesa e inglesa, pusimos rumbo hacia las costas de Holanda. No tardamos en avistar la armada holandesa, de la que nos separaba un bajío de arena que llaman el Galloper, Al parecer, los holandeses esperaban que presentáramos batalla allí, pero el escenario nos era adverso: nuestros barcos eran de mayor calado que los suyos, y durante la contienda anterior el Charles se había ido a pique en aquellos bancos de arena. El consejo de guerra decidió posponer el combate por el momento y poner rumbo a Solebay. Conforme se acordó, así se hizo.

Apenas llevábamos fondeados en Solebay cuatro o cinco días, cuando De Ruyter averiguó nuestra posición y ordenó zarpar para cogemos por sorpresa. De haber contado con viento favorable, tal vez lo hubiese conseguido. Pero soplaba una brisa tan ligera, que avistamos su flota mucho antes de que nos alcanzara, pese a que navegaban con todo el velamen desplegado. Nuestros almirantes encontraron no pocas dificultades para disponer los buques en formación de combate, de forma que estuviesen preparados para enfrentarse al enemigo.

Avistamos a los holandeses alrededor de las cuatro de la madrugada del 28 de mayo, martes de Pentecostés. A las ocho de la mañana la flotilla azul, al mando del conde de Sándwich, entró en combate con el almirante Van Ghent, que mandaba la flotilla Amsterdam. A las nueve, todos los buques de una y otra escuadra estaban luchando. La batalla se prolongó hasta las diez de la noche con igual denuedo por ambos bandos. No hablo de los franceses, que parecían estar allí más como espectadores que como combatientes, recelosos de aproximarse demasiado al escenario de las hostilidades por temor a sufrir algún daño.

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