Materia oscura

Resumen del libro: "Materia oscura" de

Materia oscura, del escritor estadounidense Blake Crouch, es una exploración magistral de las decisiones humanas y sus infinitas ramificaciones. Conocido por combinar ciencia ficción, thriller y filosofía, Crouch lleva a los lectores a un viaje fascinante donde la realidad se descompone y se reconstruye en cada giro de página. Su capacidad para tejer historias atrapantes, cargadas de emoción y reflexión, lo ha consolidado como una de las voces más innovadoras de la narrativa contemporánea.

La novela sigue a Jason Dessen, un científico cuya vida parece ordinaria, pero profundamente satisfactoria: un hogar en Chicago, una carrera estable como profesor y una familia que es su ancla emocional. Sin embargo, todo cambia una noche, tras asistir a una celebración por el éxito de un antiguo colega. Un encuentro inesperado con un hombre enmascarado lo arrastra a un universo donde nada es lo que parece. Al despertar, Jason descubre que su vida ha sido reemplazada por una realidad alterna en la que su esposa no es su esposa, su hijo nunca nació y él mismo es un genio científico aclamado.

El lector se sumerge en un laberinto de incertidumbres. Jason se enfrenta al vértigo de un mundo que podría ser una proyección de sus sueños o la verdadera realidad. A medida que intenta desentrañar el misterio de su situación, Crouch plantea preguntas fundamentales: ¿qué define nuestra identidad? ¿Son nuestras decisiones las que nos hacen quienes somos o las circunstancias que dejamos atrás?

Materia oscura es tanto una novela de ritmo trepidante como una meditación profunda sobre las elecciones y las vidas alternativas que podrían haber sido. Con su narrativa envolvente y sus ideas provocadoras, Crouch no solo desafía la lógica, sino también las emociones del lector. Una obra que permanecerá en la mente mucho después de pasar la última página.

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Para cualquiera que se haya preguntado cómo podría
ser su vida al final del camino que no tomó
.

Lo que pudo haber sido y lo que ha sido
miran a un solo fin, siempre presente.
Resuenan pisadas en la memoria
por el pasillo que no recorrimos
hacia la puerta que no abrimos nunca.

T. S. ELIOT,
Burnt Norton

UNO

Me encantan las noches de los jueves.

Parecen estar fuera del tiempo.

Es nuestra tradición; solo nosotros tres. Noche familiar.

Mi hijo, Charlie, está sentado a la mesa dibujando en un bloc. Tiene casi quince años. Ha crecido cinco centímetros este verano y ahora es tan alto como yo.

Aparto la vista de la cebolla que estoy cortando en juliana y le pregunto:

—¿Puedo verlo?

Levanta el bloc y me enseña una cordillera que parece sacada de otro planeta.

—Me encanta. ¿Es solo para entretenerte?

—Un trabajo de clase. Para mañana.

—Entonces, sigue con ello, don Último Momento.

Aquí de pie, en la cocina, contento y un poco borracho, ignoro que esta noche se acabará todo esto. Es el fin de todo lo que conozco, de todo lo que quiero.

Nadie te advierte que todo está a punto de cambiar, que te lo van a arrebatar. No hay una alarma de proximidad ni ninguna señal de que te hallas al borde del precipicio. Y tal vez eso sea lo que haga la tragedia tan trágica. No solo lo que sucede, sino cómo sucede: un golpe traicionero que surge de la nada cuando menos te lo esperas. Sin tiempo para prepararse ni encogerse.

Las luces brillan en la superficie de mi vino y empiezan a escocerme los ojos por la cebolla. Thelonious Monk da vueltas en el viejo tocadiscos del salón. Nunca me canso de la calidad de las grabaciones analógicas, sobre todo del chisporroteo de la estática entre las pistas. La sala está repleta de pilas de vinilos raros que, no dejo de repetirme, conseguiré organizar algún día de estos.

Mi mujer, Daniela, se encuentra sentada en la isla de la cocina; hace girar con una mano su copa de vino casi vacía y sujeta el móvil con la otra. Nota mi mirada fija y sonríe sin alzar la vista de la pantalla.

—Lo sé —dice—, estoy violando la norma fundamental de la noche familiar.

—¿Qué es tan importante? —pregunto.

Me observa con sus oscuros ojos españoles.

—Nada.

Me acerco a ella, le quito con delicadeza el móvil y lo dejo sobre la encimera.

—Podrías empezar a preparar la pasta —le sugiero.

—Prefiero verte cocinar a ti.

—¿Sí? —Y luego susurro—: Te pone, ¿eh?

—No, es que es más divertido beber y no hacer nada. —Tiene el aliento dulce por el vino y una de esas sonrisas que parecen arquitectónicamente imposibles. Todavía me mata.

Me termino la copa.

—Deberíamos abrir más vino, ¿no?

—Sería una estupidez no hacerlo.

Mientras libero el corcho de otra botella, vuelve a coger el teléfono y me enseña la pantalla.

—Estaba leyendo la crítica de Chicago Magazine sobre el programa de Marsha Altman.

—¿Han sido buenos?

—Sí, básicamente es una carta de amor.

—Me alegro por ella.

—Siempre he creído que… —No termina la frase, pero sé por dónde va.

Hace quince años, antes de conocernos, Daniela era muy prometedora en el mundo del arte en Chicago. Tenía un estudio en Bucktown, exhibía su obra en media docena de galerías y acababa de cerrar su primera exposición en Nueva York. Entonces llegó la vida. Yo. Charlie. Un ataque atroz de depresión posparto.

Descarrilamiento.

Ahora da clases particulares de Arte a estudiantes de secundaria.

—No es que no me alegre por ella. Bueno, es brillante, se lo merece todo.

—Si te consuela, Ryan Holder acaba de ganar el premio Pavia —comento.

—¿Eso qué es?

—Un galardón multidisciplinario que se otorga por los logros en Ciencias Naturales y Biológicas. Ryan lo ha ganado por su trabajo en Neurociencia.

—¿Es importante?

—Millones de dólares. Elogios. Abre las compuertas a las subvenciones.

—¿Consigues ayudantes más guapas?

—Ese es el mejor premio, evidentemente. Me invitó a una celebración informal esta noche, pero he pasado.

—¿Por qué?

—Porque es nuestra noche.

—Deberías ir.

—La verdad es que preferiría no hacerlo.

Daniela levanta su copa vacía.

—Así que estás diciendo que ambos tenemos buenos motivos para beber mucho vino.

La beso y luego le sirvo con generosidad de la botella recién abierta.

—Tú podrías haber ganado ese premio —afirma Daniela.

—Tú podrías haberte hecho con el mundo del arte en esta ciudad.

—Pero hicimos esto. —Señala los altos techos de nuestra casa de piedra rojiza. La compré antes de conocerla con la ayuda de una herencia—. Y esto —añade, apuntando a Charlie mientras dibuja con una pasión que me recuerda a ella cuando está absorta en sus cuadros.

Es extraño ser padre de un adolescente. Una cosa es criar a un niño, pero no tiene nada que ver cuando una persona que está a punto de convertirse en un adulto te mira en busca de conocimiento. Me siento como si tuviera poco que ofrecer. Sé que hay padres que perciben el mundo de cierta manera, con cierta claridad y seguridad, que saben qué decirles a sus hijos. Pero yo no soy uno de ellos. Cuanto mayor me hago, menos entiendo. Quiero a mi hijo. Lo es todo para mí. Aun así, no puedo evitar sentir que estoy fallándole. Que estoy echándole a los lobos con las migajas de mi insegura perspectiva.

Voy al armario junto al fregadero, lo abro y empiezo a buscar una caja de fetuchini.

Daniela se vuelve hacia Charlie y suelta:

—Tu padre podría haber ganado el Nobel.

Me río.

—Seguro que exageras —contesta él.

—Charlie, no te dejes engañar. Es un genio.

—Y tú, un encanto —declaro—, y estás un poco borracha.

—Es verdad y lo sabes. La ciencia ha avanzado menos porque quieres a tu familia.

No puedo evitar sonreír. Cuando bebe, ocurren tres cosas: su acento empieza a filtrarse, se vuelve amable de una manera agresiva y tiende a la hipérbole.

—Tu padre me dijo una noche (nunca lo olvidaré) que la investigación pura y dura te consume la vida. Me dijo… —Por un momento, para mi sorpresa, la emoción se apodera de ella. Se le empañan los ojos y sacude la cabeza como siempre que está al borde de las lágrimas. En el último segundo, se recupera y se obliga a continuar—: Dijo: «Daniela, en mi lecho de muerte preferiría tener recuerdos contigo que de un frío laboratorio esterilizado».

Miro a Charlie y advierto que pone los ojos en blanco mientras dibuja. Supongo que está avergonzado de nuestra demostración de melodrama parental.

Me quedo con la vista fija en el armario y espero a que se me vaya el dolor que se me ha instalado en la garganta.

Cuando cesa, cojo la pasta y cierro la puerta.

Daniela bebe vino.

Charlie dibuja.

El momento pasa.

—¿Dónde es la fiesta de Ryan? —pregunta Daniela.

—En el Village Tap.

—Ese es tu bar, Jason.

—¿Y?

Se acerca y me quita la caja de pasta de la mano.

—Ve a tomar algo con tu antiguo colega de la universidad. Dile que estás orgulloso de él. Con la cabeza bien alta. Felicítale también de mi parte.

—No voy a decirle que le felicitas.

—¿Por qué?

—Le gustas.

—Calla.

—Es cierto. Desde hace mucho. Cuando éramos compañeros de piso. ¿Te acuerdas de la última fiesta de Navidad? No dejaba de engañarte para que te pusieras debajo del muérdago.

Se ríe y declara:

—La cena estará en la mesa cuando llegues a casa.

—Lo que significa que debería estar de vuelta en…

—Cuarenta y cinco minutos.

—¿Qué haría yo sin ti?

Me besa.

—Ni siquiera lo pensemos.

Cojo mis llaves y la cartera del plato de cerámica junto al microondas y me dirijo al comedor con la mirada posada en la lámpara teseracto de la mesa. Daniela me la regaló en nuestro décimo aniversario de boda. El mejor regalo de mi vida.

“Materia oscura” de Blake Crouch

Blake Crouch. William Blake Crouch, nacido el 15 de octubre de 1978 en las inmediaciones de Statesville, Carolina del Norte, es uno de esos escritores que logran transformar la literatura de género en un universo de posibilidades infinitas. Maestro de la ciencia ficción contemporánea, su nombre resuena en las mentes de quienes buscan historias que desafíen la percepción de la realidad y el tiempo. Obras como *Dark Matter*, *Recursion* y *Upgrade* han consolidado su reputación como un narrador ingenioso, capaz de mezclar la precisión científica con la profundidad emocional.

Formado en las aulas de la Universidad de Carolina del Norte en Chapel Hill, donde se graduó en inglés y escritura creativa en el año 2000, Crouch empezó a explorar los rincones más oscuros de la mente humana con sus primeras novelas, *Desert Places* y *Locked Doors* (2004 y 2005). Pero fue su ambiciosa trilogía *Wayward Pines* (2012-2014) la que lo catapultó al estrellato literario, adaptándose en 2015 a una serie de televisión que no solo capturó su esencia, sino que amplió su alcance a una audiencia global.

El estilo de Crouch es tan vertiginoso como sus tramas. En *Dark Matter* (2016), una exploración fascinante de las decisiones y las vidas alternativas, el autor crea un relato que es a la vez thriller y meditación filosófica. Este libro fue llevado a la pantalla por Apple TV+ en 2024, consolidando su lugar no solo en las librerías, sino también en las plataformas de entretenimiento masivo. *Recursion* (2019), aclamada por la crítica, dio otro giro a su obra al explorar los misterios de la memoria y la identidad, temas recurrentes en su carrera.

No es casualidad que las obras de Crouch trasciendan el papel para cobrar vida en televisión. Su habilidad para crear personajes complejos y tramas impredecibles lo convierte en un arquitecto de mundos que funcionan igual de bien en la imaginación de sus lectores como en la pantalla. Ejemplo de ello es *Good Behavior*, que en 2016 se convirtió en una serie televisiva con gran acogida.

Blake Crouch no solo escribe historias; construye experiencias inmersivas. Cada libro es una invitación a cruzar los límites del pensamiento convencional, a cuestionar las certezas y a soñar con lo imposible. Su obra, al mismo tiempo profundamente humana y asombrosamente innovadora, asegura su lugar como una voz imprescindible en la narrativa contemporánea.