Resumen del libro:
Más allá, publicado en 1935, fue la última colección de cuentos de Horacio Quiroga, uno de los grandes maestros del relato breve en la literatura hispanoamericana. Este libro, compuesto por once cuentos, ha sido objeto de una crítica dividida a lo largo del tiempo. Si bien en su época fue recibido con escepticismo, considerado un retroceso hacia los ideales modernistas de sus inicios, hoy se valora como un testimonio de la madurez y la osadía creativa del autor, quien supo moverse entre lo real y lo fantástico con notable destreza.
Horacio Quiroga, nacido en Uruguay en 1878, es conocido por su habilidad para explorar los aspectos más oscuros y fascinantes de la naturaleza humana y del entorno selvático. Su obra, marcada por tragedias personales, refleja una constante tensión entre la vida y la muerte, entre el hombre y el misterio de lo desconocido. A través de un estilo preciso y un agudo manejo del suspenso, sus relatos han dejado una huella indeleble en la narrativa latinoamericana.
En Más allá, Quiroga da un paso hacia un terreno más experimental, incorporando elementos fantásticos que se alejan de su conocido realismo selvático. El cuento que da título al libro, “Más allá”, encierra un inquietante juego con la percepción de la realidad, mientras que “El vampiro” aborda con sutileza los temores y obsesiones en torno a lo sobrenatural. “Las moscas”, concebido como una réplica a su célebre “El hombre muerto”, retoma con maestría su exploración del destino inevitable y la fragilidad humana.
El volumen incluye relatos que destacan por su profundidad psicológica, como “El llamado” y “Su ausencia”, en los que Quiroga disecciona con minuciosidad los abismos emocionales de sus personajes. Otros, como “La señorita leona” y “El conductor del rápido”, combinan un tono fantástico con el ingenio narrativo que caracteriza al autor. Incluso en piezas más sencillas como “La bella y la bestia” o “El ocaso”, Quiroga demuestra su capacidad para captar lo esencial de las emociones humanas, siempre enmarcadas en atmósferas cargadas de simbolismo.
Aunque algunos críticos de su tiempo percibieron este libro como un intento fallido de regresar a formas estéticas ya superadas, Más allá ofrece una mirada fascinante al universo literario de Quiroga, donde los límites entre la vida y la muerte, entre la realidad y la fantasía, se diluyen con elegancia. A través de estos cuentos, el autor reafirma su lugar como un innovador y un eterno explorador de los rincones más enigmáticos de la experiencia humana.
Más allá
Yo estaba desesperada —dijo la voz—. Mis padres se oponían rotundamente a que tuviera amores con él, y habían llegado a ser muy crueles conmigo. Los últimos días no me dejaban ni asomarme a la puerta. Antes, lo veía siquiera un instante parado en la esquina, aguardándome desde la mañana. ¡Después, ni siquiera eso!
Yo le había dicho a mamá la semana antes:
—¿Pero qué le hallan tú y papá, por Dios, para torturarnos así? ¿Tienen algo que decir de él? ¿Por qué se han opuesto ustedes, como si fuera indigno de pisar esta casa, a que me visite?
Mamá, sin responderme, me hizo salir. Papá, que entraba en ese momento, me detuvo del brazo, y enterado por mamá de lo que yo había dicho, me empujó del hombro afuera, lanzándome de atrás:
—Tu madre se equivoca; lo que ha querido decir es que ella y yo —¿lo oyes bien?— preferimos verte muerta antes que en los brazos de ese hombre. Y ni una palabra más sobre esto.
Esto dijo papá.
—Muy bien —le respondí volviéndome, más pálida, creo, que el mantel mismo—: nunca más les volveré a hablar de él.
Y entré en mi cuarto despacio y profundamente asombrada de sentirme caminar y de ver lo que veía, porque en ese instante había decidido morir.
¡Morir! ¡Descansar en la muerte de ese infierno de todos los días, sabiendo que él estaba a dos pasos esperando verme y sufriendo más que yo! Porque papá jamás consentiría en que me casara con Luis. ¿Qué le hallaba?, me pregunto todavía. ¿Que era pobre? Nosotros lo éramos tanto como él.
¡Oh! La terquedad de papá yo la conocía, como la había conocido mamá.
—Muerta mil veces —decía él—, antes que darla a ese hombre.
Pero él, papá, ¿qué me daba en cambio, si no era la desgracia de amar con todo mi ser sabiéndome amada, y condenada a no asomarme siquiera a la puerta para verlo un instante?
Morir era preferible, sí, morir juntos.
Yo sabía que él era capaz de matarse; pero yo, que sola no hallaba fuerzas para cumplir mi destino, sentía que una vez a su lado preferiría mil veces la muerte juntos, a la desesperación de no volverlo a ver más.
Le escribí una carta, dispuesta a todo. Una semana después nos hallábamos en el sitio convenido, y ocupábamos una pieza del mismo hotel.
No puedo decir que me sentía orgullosa de lo que iba a hacer, ni tampoco feliz de morir. Era algo más fatal, más frenético, más sin remisión, como si desde el fondo del pasado mis abuelos, mis bisabuelos, mi infancia misma, mi primera comunión, mis ensueños, como si todo esto no hubiera tenido otra finalidad que impulsarme al suicidio.
No nos sentíamos felices, vuelvo a repetirlo, de morir. Abandonábamos la vida porque ella nos había abandonado ya, al impedirnos ser el uno del otro. En el primero, puro y último abrazo que nos dimos sobre el lecho, vestidos y calzados como al llegar, comprendí, marcada de dicha entre sus brazos, cuán grande hubiera sido mi felicidad de haber llegado a ser su novia, su esposa.
A un tiempo tomamos el veneno. En el brevísimo espacio de tiempo que media entre recibir de su mano el vaso y llevarlo a la boca, aquellas mismas fuerzas de los abuelos que me precipitaban a morir se asomaron de golpe al borde de mi destino a contenerme… ¡tarde ya! Bruscamente, todos los ruidos de la calle, de la ciudad misma, cesaron. Retrocedieron vertiginosamente ante mí, dejando en su hueco un sitio enorme, como si hasta ese instante el ámbito hubiera estado lleno de mil gritos conocidos.
Permanecí dos segundos más inmóvil, con los ojos abiertos. Y de pronto me estreché convulsivamente a él, libre por fin de mi espantosa soledad.
¡Sí, estaba con él; e íbamos a morir dentro de un instante!
El veneno era atroz, y Luis inició él primero el paso que nos llevaba juntos abrazados a la tumba.
—Perdóname —me dijo oprimiéndome todavía la cabeza contra su cuello—. Te amo tanto que te llevo conmigo.
—Y yo te amo —le respondí—, y muero contigo.
No pude hablar más. ¿Pero qué ruido de pasos, qué voces venían del corredor a contemplar nuestra agonía? ¿Qué golpes frenéticos resonaban en la puerta misma?
—Me han seguido y nos vienen a separar… —murmuré aún—. Pero yo soy toda tuya.
Al concluir, me di cuenta de que yo había pronunciado esas palabras mentalmente pues en ese momento perdía el conocimiento.
…